Que el Papa de Roma te llame no siempre es una buena noticia. El obispo auxiliar de Barcelona Toni Vadell, que acaba de morir la madrugada de santa Eulalia, fue uno de los destinatarios de una llamada papal. Y él ya sabía que era un gesto excepcional en un momento terminal. También su madre, que desde su Llucmajor en Mallorca debió intuir que si el Papa te llama interesándose por la salud de tu hijo obispo enfermo, solo un milagro puede girar el acontecimiento de la crónica de una muerte anunciada. El obispo más joven que hemos tenido recientemente (ha muerto a los 49 años) era uno de los pocos especímenes episcopales que tenía una conexión inmediata con la gente joven. No tenía que hacer nada, surgía. Lo invitamos a hablar de "Dios en el móvil" una vez, y nos dijo que las redes sociales son un gran vehículo, y a pesar de reconocer que vivimos en la cultura del tuit, rápidos y cortos, nos hace falta también la cultura "del matiz y del diálogo".

En un diálogo con el periodista y experto en tecnología Josep Lluís Micó, que ha sido nombrado nuevo decano de la Facultad de Comunicación y Relaciones Internacionales Blanquerna, el obispo demostró ver con interés y atención el mundo digital. Hablaba con curiosidad y empatía. Ni le daba miedo ni defendía sus peligros, y coincidía con lo que explicó Micó, que "ni la religión se puede permitir el lujo de prescindir de la tecnología, ni la tecnología de la religión". Ha sido un obispo que no tenía miedo de comunicarse por WhatsApp, que sabía inocular su entusiasmo desde diferentes plataformas. También nos lo llevamos una noche al Espai Mallorca, donde cenamos con jóvenes que no eran creyentes, en su mayoría, y le hacían preguntas sobre la fe católica. Y sobre él, el celibato y la muerte. El obispo era muy hábil, y bajo la pátina de próximo y afable no hacía nada más que reconducir el debate continuamente a hablar de otro, que no era él. Todo el rato te comunicaba lo contento que estaba de seguir a Jesucristo, de cómo la vida le había cambiado cuando lo había puesto en el centro. Vadell sabía que la institución eclesial tiene el riesgo de perder el eslabón que la liga a las nuevas generaciones. No escatimaba ninguna ocasión para responder a iniciativas ni hacerse presente en excursiones, celebraciones, encuentros, plegarias, lo que fuera donde hubiera gente joven que se plantea preguntas.

Pero más que esta fuerza vital que le encomendaba la fe, lo que más llamaba la atención de este joven obispo mallorquín era su capacidad de agradecer. Todo el día te daba las gracias por todo, y durante la enfermedad lo ha multiplicado por cien. Su manera de vivir, pero sobre todo su manera de morir, serán sin duda una conexión, no digital, pero perenne, eterna, imborrable. Ha sido un ministerio corto, pero de impacto sideral.