Una joven estudiante de periodismo de la Universidad Pompeu Fabra se dirige a Ada Colau dentro de un Q&A organizado por el Diari de Barcelona. "Las primeras imágenes de l'Ada en el recorrido político eran con camisetas más reivindicativas que transmitían sus ideas. ¿Si ahora la ropa es más formal, refleja quizás una moderación de ideas o una maduración política?" La alcaldesa, notoriamente contrariada, responde: "Entiendo la intención de la pregunta, pero me sabe mal que una mujer me pregunte por mi forma de vestir y no la responderé, sinceramente: yo me visto como me da la gana." Según cuentan testimonios del acto y explicaba nuestro benemérito ElNacional, el belicoso tono de Colau provocó una cierta llorera en la estudiante (quién justificó la pregunta debido a su interés por la moda). En acabar el acto, la alcaldesa se dirigió a ella para consolarla y quitar hierro al choque anterior.

Comparto formación filosófica con la alcaldesa de mi ciudad y espero que me permita llevar la pregunta de esta futura periodista a la sala de disecciones. La estudiante en cuestión no interpeló a Colau por su vestimenta (la cuestión no es, por lo tanto, similar a: "¿Ada, cómo te vistes?"). Paralelamente, y no es casual, la joven trata a Colau como una marca propia de criterios intencionales; la interrogación no se refiere a la alcaldesa (a saber, no es: "¿Ada Colau se viste diferente de alcaldesa que cuando era activista?") si no que remite específicamente a "las imágenes de Ada". Por consiguiente, esta joven estudiante pregunta por la evolución en la apariencia física-ideológica de una persona que pasa de la membresía militante-civil a la alcaldía de la capital. Puesto que el único parámetro concejal del periodismo es la verdad, y que el cambio en cuestión es patente en el mundo de los hechos, la pregunta resulta absolutamente oportuna.

El hecho que Colau haya cambiado de apariencia transitando de un reducto ideológico a una posición institucional de necesaria moderación no es imaginaria. A su vez y, conociendo la suprema inteligencia de la alcaldesa como titán de la comunicación, hay que suponer que la metamorfosis es del todo meditada. Por lo tanto, que una periodista pregunte a Ada Colau sobre la evolución de su propia marca no tiene ninguna onza denigrante, sino al contrario; y si la persona que se lo pregunta es una mujer todavía tiene más motivos para celebrarlo, pues podrá hacer justicia a una pregunta inteligente con una respuesta igualmente astuta. En este sentido, la alcaldesa podría haber afirmado con justicia que a un hombre no le harían aquella pregunta. También podría haber dicho que viste formalmente, como se espera de su cargo, pero que no tendría ningún problema en lucir de nuevo una camiseta reivindicativa, si se diera el contexto.

O incluso, puestos a ser chulitos, podría haber respondido que ha cambiado de atavío pero que se siente igual estupenda de verde con las letras PAH sobre la pechera o bien abrigada con una americana de cuero de mil pepinos, que por algo los puede pagar. Cualquier frase de las precedentes sería mucho mejor que utilizar un tono de sicaria con una persona más joven y (como dirían a los cursis podemitas) situada en una posición mucho más indefensa que la de la alcaldesa. Yo no haré como las ministras con problemas de escribir leyes que regalan lecciones de violencia política, pero estoy seguro de que Ada no volverá a cometer un error similar. De hecho, alcaldesa, yo habría ido todavía más lejos y habría respondido: "Sí, a lo largo de la vida me he vestido diferente, pero lo importante es que mis uniformes me han ayudado siempre a ser la primera en todo, y vestida así es como jubilaré definitivamente a Trias y Maragall".

Con respecto a nuestra futura compañera, poco me queda para decirle. Hiciste la pregunta adecuada y, como verás en el futuro, si se enfadan y les sale este ademán de mafioso baratito es que has acertado de lleno. Solo una enmienda. En la próxima haría uso de esta maravilla llamada repregunta, y dile a la primera autoridad de Barcelona que tú también preguntas lo que te sale de los cojones. Y nada de lágrimas. La miras a los ojos, te acuñas como una reina, y así le demuestras que tu palabra tiene mucho más poder que su vanidad. Fin de la lección.