He leído no sé donde que el otoño muy pronto dejará de existir y he pensado en el taxista a quién el otro día, cuando el verano había terminado y parecía que el frío llegaría pronto, pedí que subiera los cristales de la ventana por coherencia estacional. Estábamos a 22º y me preguntó si tenía frío, medio extrañado, mientras a mí también me sorprendía su catalán prácticamente perfecto, con las vocales neutras todavía para labrar. No era la primera vez que un taxista de origen pakistaní me hablaba catalán, ya que los cursos especiales que el CPNL hace desde el 2014 para los taxistas del Pakistán ya hace años que dan frutos, pero sí que era la primera vez que un conductor del Asia Meridional me daba conversación de aquella manera tan fresca. "Ja és tardor però fa calor", me dijo con el sonsonete de un niño que recita el verset de Navidad sobre un taburete, quizás por eso me puse sensible y le comenté que el cambio climático nos hará tener cada vez veranos más largos y periodos de transición hacia el invierno más breves, motivo por el cual es el momento idóneo para aniquilar un invento poético como es la palabra 'tardor'. Desde el retrovisor, parados en un semáforo de la calle Pare Claret, me miró sorprendido y su rostro todavía se exclamó más cuando le confesé que yo mismo era el vicepresidente segundo de la Agrupación Catalana de Amantes de la Primavera de Invierno (ACAPH).

Sí, resulta que hay una especie de personas en el mundo a quienes el verano se nos hace molesto. Nadie nos comprende cuando decimos que nos gusta el horario de invierno o que esperamos con devoción aquella semana del año en qué hace falta sacar la bufanda del cajón y poner el edredón de entretiempo, por ejemplo. La sociedad se piensa que somos pocos y estamos solos, pero en realidad somos legión. El problema es que la mayoría militan en el tardorismo ortodoxo y con ellos, por ejemplo, un servidor puede decir que solo comparte el hecho de agradecer al azar tres dones: haber nacido friolero, de lengua minorizada y estación despreciada. Nada más. En mi caso, me di cuenta que el otoño era filológicamente una mentira de joven, cuando estudiaba bachillerato y no tenía nadie cerca con quién maldecir el hecho de ver gente con chancletas pasada la Mercè. Me sentía muy solo, pero todo cambió aquel lejano día de 2007, cuando recibí un misterioso comentario después de escribir un post en Fotolog donde explicaba cómo me gusta pasear por el paseig de Sant Joan a principios de octubre, cuando caen las hojas de los árboles y la tarde se acorta haciéndose de noche antes de las siete.

En todo el texto no escribía en ningún momento la palabra 'tardor', que es como se dice en catalán otoño, sino primavera d'hivern. Lo hacía sencillamente porque el curso anterior a clase habíamos leído un poemario de Joan Salvat-Papasseit y y la chica que me gustaba había subrayado medio libro, sin embargo. Mi boicot léxico al uso de tardor no tenía ningún motivo más que hacerme el poeta tiracanyes, pues, ya que yo era uno de los millones de catalanes que equivocadamente pensaba que 'tardor' era la manera genuina de nombrar a esta estación, pero aquel misterioso comentario lo cambió todo: "Jueves, 20.00 AM, plaza Real 3, 2.º piso. Cambra, Ferrater, últim vers", decía. Lo firmaba un perfil llamado Acaph, por eso en un primer momento pensé que se me invitaba a una fiesta antirepresiva llena de redskins escuchando Opció K-95, por aquello de All cops are bastards (A.C.A.B), o quizás a uno de aquellos clubs de lectura de El Aleph, de Borges, donde siempre hay un argentino intensito y descalzo que habla por los codos mientras bebe té negro. Por suerte, sin embargo, no me encontré con nada de eso cuando llegué a la plaça Real.

Primero llamé al timbre, después dije "tens la pell mig de sol, mig de lluna" y automáticamente el interfono me abrió la puerta secreta que me permitió descubrir un colectivo de gente anónima, lleno de señores con jersey de cuello alto, y en el cual podía expresar mi simpatía por la estación menos amada del año. Además, aquellas personas compartían conmigo la manía íntima para llamar al otoño de otra manera, aparentemente más literaria, ya que el ACAPH es en realidad una escisión de la Agrupació Catalana d’Amants de la Tardor (ACAT), ya que los catalanes nunca nos ponemos de acuerdo ni para defender las cosas que amamos. De aquella primera asamblea ya hace más de quince años y el número de socios no ha parado de aumentar, aunque principalmente todavía hay solo poetas. Algunos, incluso, llevan sombrero y una bufanda ancha de color carmesí que se dejan caer sobre el jersey con la elegancia de un pavo real. Uno de ellos, de quienes no puedo decir el nombre porque respetamos el anonimato, nos explicó a la última reunión que hacía días que negociaba una reedición de su libro donde figura el poema Nocturn imperi, ya que quiere cambiar las tres veces que sale la palabra 'tardor' por primavera de invierno, pero la diferencia silábica entre los dos términos le trastoca tanto la métrica del poema que, a las noches, le impide dormir bien.

Todo es una tarea ardua y falta de incomprensión, incluso ahora que los expertos avisan de que entre el verano y el invierno cada vez pasarán menos días. El compañero Germà Colón, uno de los socios históricos de la entidad e ilustre filólogo que nos dejó hace dos años, dedicó muchos esfuerzos a demostrar que hasta no hace mucho, todos los catalanes utilizaban la perífrasis popular 'primavera de invierno' para referirse a la época que estamos ahora, al igual que antes habían utilizado 'autumne'. Que el otoño es una invención literaria que hasta el primer tercio del siglo veinte solo residía en los libros, en los poemas y en los textos cultos. Poco a poco, sin embargo, la palabra 'tardor' fue haciéndose popular. Desde entonces, ya lo sabemos, cuando llega octubre hay un montón de tardoristas ortodoxos con ganas de ponerse ya los botines, dar un paseo con cazadora y sacar del armario el abrigo de visón de la bisabuela para salir a Apolo un Nasty Monday, pero lo que hace falta, ahora que el otoño meteorológicamente hablando está en peligro de muerte, es que se conviertan en primaverad'hivernistes militantes, ya que si vamos hacia un mundo dividido en dos grandes estaciones, nada más lógico que llamar primavera de invierno y primavera de verano los dos periodos de transición entre ellas.

Que los septiembres son plenamente estivales es tan real como que el mes de mayo ya hace tiempo que también pasó a serlo, de acuerdo, pero este año, además, estamos viviendo un inicio de octubre tan caluroso como un puñetazo en el estómago. Parece, casi, que el verano haya decidido alargarse de manera casi antinatural, como uno de aquellos amores que se fuerzan demasiado más allá de su final. Ahora que cada día se hace más evidente que pasar del verano al invierno será año tras año una cosa más breve, un servidor y el resto de miembros del ACAPH seguiremos defendiendo la primavera de invierno y seremos aún más refugio de todos los tardoristas de base que, como yo, abrazan aquellos días de octubre que son sinónimo de batín en el sofá cada noche, botellas de vino joven y atardeceres naranjas casi antes de la hora de merienda con el ímpetu de las flores cuando llega la primavera. Aquellos días que quizás también ha empezado a amar ya aquel taxista pakistaní si lee este artículo mientras espera a algún cliente en el aeropuerto, quien sabe, aunque me haría más feliz descubrir si me hizo caso y después de cobrarme, en Pau Claris con Casp, aparcó con los cuatro intermitentes en la esquina antes de entrar en la Laie, preguntar si tenían L’irradiador del port i les gavines y descubrir que, pasado Sant Miquel, en los días felices res no és mesquí ni cap hora és isarda.