Hoy, una persona que hacía unos meses que no veía, me ha saludado. "¿Cómo estás?", una pregunta que parece trivial e inconsecuente. Mi respuesta a esta pregunta hace tiempo que es muy parecida, "Bien, bien, pero muy ocupada", lo cual es cierto, aunque sea una respuesta muy previsible. Hoy, sin embargo, la misma pregunta, aparentemente de cortesía, me ha dado vueltas por la cabeza un buen rato después de habernos despedido. La verdad es que mi vida, nuestra vida, está tan llena de actividades, que parece que apenas tenemos tiempo de sentir, pero raramente tenemos tiempo de parar un rato y pensar en cómo nos sentimos.

Es obvio que todos tenemos unas circunstancias profesionales y familiares que determinan nuestras acciones y agenda diaria. Cuando eres joven, la vida personal está muy bien delimitada por la escuela o instituto y la red social del entorno, pero a medida que nos vamos haciendo mayores, adquirimos más y más responsabilidades a muchos niveles distintos y, además del trabajo, nuestra red social se convierte en un montón de redes sociales que no siempre están conectadas. Las exigencias sobre nuestro tiempo se incrementan y ya no dominamos nuestro tiempo ni a qué lo dedicamos. Nuestra vida personal se va limitando, porque cada vez necesitamos más tiempo adicional para dedicarlo a las responsabilidades, y nuestro bienestar personal suele pasar a un segundo plano. Ello es particularmente cierto cuando tienes hijos, ya que pasan a ser una prioridad que no es negociable. Nuestra vida gira en torno a las agendas de nuestros hijos y los ratos que nos dedicamos suelen ser infrecuentes y arañados a la agenda.

Por eso es tan importante que podamos plantarnos, aunque solo sea unos segundos, para pensar cómo nos sentimos, más allá de la respuesta obvia, hay todo un mundo de sensaciones y percepciones que nos esperan. Hoy, saliendo de la universidad al mediodía, he decidido ir andando un rato. ¡El día era tan agradable! La acera, que normalmente es gris, reverberaba con luz dorada y el aire era cálido y suave. Las últimas lluvias hacen que haya un poco de verde sobresaliendo aquí y allí. Me he puesto las gafas de sol y he cerrado los ojos mientras levantaba el rostro hacia el sol, como un girasol. He respirado hondo, no me dolía nada. Estaba entera, me sentía ágil... hasta hubiera dado saltitos... unos instantes para notar que el sol luce y que hoy es primavera. Un bocadito de cielo. He seguido mi camino, pero con otro ritmo. La vida sigue pidiendo que hagamos las tareas que tenemos apuntadas en la agenda, pero he disfrutado de unos efímeros momentos de felicidad oculta.

Si el tiempo es el Dios que gobierna nuestro mundo, el bienestar es un rayo de luz, el Dios de las pequeñas cosas

Unas horas más tarde, en medio de la ciudad, rodeada de gente que celebra el inicio del fin de semana, me he sentado en un bar y me he dedicado a escuchar las voces de la gente, la música de fondo, y he saboreado una breve sensación de libertad, la de saber que solo me faltaba abrir el ordenador y, delante de la pantalla en blanco, escribir el artículo que estáis leyendo en estos momentos. Sonreía sola, mientras pensaba que es raro sentirse libre cuando lo que haces es encarar una tarea encomendada, sin ninguna otra prisa. Un sueño. Cortos momentos de felicidad interior.

Más tarde, nos encontraremos con las amigas del instituto e iremos a cenar juntas. ¡La gran suerte de conocernos cuando todavía éramos tan jóvenes que no sabíamos qué queríamos hacer con nuestra vida ni qué nos esperaba! Tan jóvenes que nuestros planes de futuro eran difusos, y solo vivíamos el día a día. Pero ahora, después de tantos años, cuando miramos nuestros rostros, vemos los cuadros marcados por las distintas vivencias de los años vividos, y todavía nos reencontramos en las pinceladas nítidas e intensas de lo que éramos, allí en la primera capa del lienzo, aquella que tenemos soterrada, pero que refleja nuestra personalidad en un momento en el que todo estaba todavía por hacer y todo por descubrir. Y nos reiremos, y cantaremos, y volveremos a ser jóvenes y sin preocupaciones, aunque solo sea por unos instantes, en los que no necesitaremos aparentar ni hacer ver que somos lo que no somos, porque todas sabemos qué nos hace reír y qué, llorar. Un suspiro. Breves momentos de felicidad reencontrada.

Así que si ahora me preguntan de nuevo, "¿Cómo estás?", probablemente responderé "Bien, bien, pero muy ocupada", con una sonrisa. Si el tiempo es el Dios que gobierna nuestro mundo, el bienestar es un rayo de luz, el Dios de las pequeñas cosas.