Está en momentos como estos, cuando las cobayas se han escapado de la jaula y han entrado a matar en Israel, que vale la pena recordar que el presidente israelí Isaac Rabin murió asesinado por un ultranacionalista judío contrario a los Acuerdos de Paz de Oslo.

El asesino era un tipo educado en una yeshivá, una especie de madraza pero judía. No hay que decir, desde aquel magnicidio, de la proliferación de partidos religiosos. De barrios enteros de ultraortodoxos como Mea Sharim. Israel puede ser admirable. Pero el país de los judíos también es eso. Y cada vez más.

Hamás es una audaz organización islamista que mantiene la voluntad fundacional de destruir el estado de Israel y que se define para propugnar una sociedad teocrática y autoritaria. I Netanyahu es un tipo determinado a colonizar toda Cisjordania.

De Rabin pasamos en Sharon que ya se significó por su dureza, por su fanfarronada. Pero nada, siempre se puede caer más bajo.

Todo lo que ha emergido después, por una parte y por otra, ha estado por el extremo. Hamás es una audaz organización islamista que mantiene la voluntad fundacional de destruir el estado de Israel y que se define para propugnar una sociedad teocrática y autoritaria. I Netanyahu es un tipo determinado a colonizar toda Cisjordania. Hasta todo esta lonja del suelo que es Gaza que más o menos no es mayor que el término municipal de Tremp. No hay ninguna voluntad de reconocer un estado palestino sino todo el contrario cuando se promueven asentamientos a diestro y siniestro.

Sorprende ver como delante de este escenario, se manifiestan en Catalunya posiciones tan maniqueístas. Sea en favor de unos o de otros. Algunas sionistas tienen explicación poco confesable. Aunque lo bastante evidente. Otras, parecen adhesiones vocacionales hacia causas perdidas. Por cierto, muy catalanas.

La guerra seguirá eternamente. Con un coste humano desigual. Pero seguirá porque las posiciones de fuerza se han impuesto a toda razón. Y a toda ponderación.