Desde que Enric Vila y servidor pusimos la abstención en el centro de la política catalana, el país ha ganado una atmósfera muy esperanzadora de claridad. No solo se ha manifestado que los anhelos (y las exigencias lícitas) de los electores tienen que ser el cimiento de una relación sana entre el pueblo y sus representantes, y que de romperse este pacto —con un tsunami de hojas de ruta incumplidas y de mentiras recurrentes— los votantes tienen todo el derecho del mundo a quedarse en casa el día de las elecciones o incluso de reclamar un relevo general dentro de la partitocracia. Aparte de devolver el sentido de la exigencia a los ciudadanos, cosa de mínimos, el peligro de la abstención ha dejado en bolas una pléyade de políticos incapaces de ofrecer ningún incentivo, justamente porque cargan un lustro de mentiras tan oceánico en la cartera que ni el chantaje habitual ni la demagogia antifascista de turno podrá salvarlos.

Muchos electores catalanes añoran la retórica ampulosa del procés y, de la misma forma que los sudamericanos alrededor del año sesenta y ocho, querrían volver a dirigirse a sus representantes gritando aquel bellísimo eslogan: "basta de realidadas, ¡queremos promesas"! Eso es un deseo muy legítimo, pero, justamente gracias al fantasma de la abstención y a todo lo que hemos aprendido durante el último lustro, los políticos catalanes que se presentan al Congreso ya no tienen ningún tipo de épica falsaria a la que recurrir para excitar a la peña. Gabriel Rufián ya no puede disimular más que Esquerra se presenta en Madrid con la única esperanza de ser muleta del PSOE (la alcaldesa de Santaco, Núria Parlon, ya mostró al republicano cómo es de efectiva esta genial estrategia) y Míriam Nogueras ha tenido que recurrir a las lágrimas de un convergente como Trias para seguir esparciendo putaespañismo por el mundo.

Gabriel Rufián ya no puede disimular más que Esquerra se presenta en Madrid con la única esperanza de ser muleta del PSOE (la alcaldesa de Santaco, Núria Parlon, ya mostró al republicano cómo es de efectiva esta genial estrategia) y Míriam Nogueras ha tenido que recurrir a las lágrimas de un convergente como Trias para seguir esparciendo putaespañismo por el mundo

Todo esto está bien claro y no hay que insistir mucho más. Sin embargo, justamente porque la democracia no es solo cosa de los políticos, la abstención también ha puesto luz a la doble moral de los electores catalanes. Durante las últimas semanas, ha sido verdaderamente enternecedor ver cómo la mayor parte de la intelectualidad tribal clamaba en Twitter contra la abstención, escudándose en aquello tan cuqui de parar el fascismo. La cosa tiene mucha gracia y no solo porque, como ya escribí, ni Sílvia Orriols es Hitler ni el tándem Feijóo-Abascal la resurrección del general Franco, sino porque incluso a los sabios del país les empieza a dar un poco de vergüenza eso de reconocer que votar a PSOE o Sumar tampoco no acaba de ser una garantía de cara a la salvación nacional. Ya no se trata, en definitiva, de exhibirte diciendo contra qué vas, sino de mojarte a la hora de explicarnos qué quieres jugarte por aquello que defiendes.

De la misma forma que los partidos han perdido credibilidad, y muy pronto se verán alterados por juveniles sectoriales críticas, hará falta que los electores también enmienden el papelote insufrible de las llamadas entidades cívicas. ¡La ANC ya se ha convertido en una agrupación de friquis esperpéntica y, haciendo uso de la metódica convergente de toda la vida, su capataza ya está haciendo burla de la abstención a fuerza de pedir a la gente que llene las urnas con una papeleta del 1-O (ella que es funcionaria española, ya me diréis si no tiene cachondeo la vida!). También Òmnium que, en vez de auditar la estrategia indefendible de los partidos durante el postprocés, ha pedido un desbordamiento democrático en las urnas, lo cual es igual a suplicar que la gente vote sin esperar nada a cambio. Espero que los socios de las respectivas entidades tomen nota y envíen también a sus estrategas a la papelera del olvido.

Los electores estamos exigiendo un pacto de claridad con sus representantes. También, inconscientemente, están obligándose a ser más claros con sus propias contradicciones políticas. De momento, todo son buenas noticias. Y ha empezado a llover un poco, que ya nos irá bien a la hora de extender tanta polvareda.