Es normal que el independentismo viva la más que segura (y pronta) extinción de Ciudadanos con la salivación que provoca asistir a la agonía del enemigo. La muerte del partido naranja tendrá un funeral más bien escaso de llorera, pues la mayoría de sus activos velarán el cadáver todavía calentito mientras ya se encontrarán currando en los despachos de abogados del PP, escribiendo artículos abarrocados en la prensa de derechas madrileña o, simplemente, abrazando la calidez del puesto funcionarial. Entiendo que el ocaso de Rivera —y ahora de Arrimadas— generé frenesí al soberanismo, pero diría que el resentimiento es una mala brújula para analizar la política, sobre todo si ponemos la caída de Ciudadanos en paralelo a la de Junts per Catalunya. Por mucho que la situación de los dos partidos difiera (en términos de poder real, número de diputados, concejales y etc.), reflejar su caída provoca similitudes bien dolorosas.

Ciudadanos se fundó con la intención de establecer una fuerza constitucionalista ganadora en Catalunya que pudiera superar la coexistencia del PSC y del PP catalán con el nacionalismo convergente (aún poniendo el conflicto lingüístico en el centro de la cultura política del país), y cabe decir que Rivera y Arrimadas cumplieron la tarea a la perfección. Ciudadanos se impuso en unas elecciones y (a pesar de una nefasta gestión posterior de su líder), consiguió aglutinar todo el voto antiindependentista del territorio. Una vez hecho el hecho, las élites españolas abandonaron el partido con la desidia del masturbador cuando se deshace de un kleenex rebosante de esperma. A pesar de ser un hombre bastante listo, Rivera no lo acabó de entender y fue tan burro para pensar que los españoles premiarían a un catalán con la presidencia del Gobierno. Sin poder ni ámbitos decisorios reales, Ciudadanos ya no le servía a nadie.

Después de unos cuantos años de procés, ahora sabemos que Junts pel Sí fue el invento fraudulento de Artur Mas para crear una especie de piedra angular del independentismo y así presionar el Estado para que, a la larga, se aviniera a convocar un referéndum. Los convergentes que idearon el chiringuito sabían que el Estado nunca negociaría una votación sobre la independencia, y las élites catalanas (también medios como La Vanguardia) pusieron el seal of approval pensándose que el Estado no se rompería, pero que Rajoy cedería en el ámbito competencial. Mas alargó la ficción tanto como le fue posible, con una propuesta de pacto fiscal que también sabía ilusoria, y el presidente gallego no cedió ni un milímetro. Sin más zanahorias para ofrecer, Carles Puigdemont nos acabó comprando la idea del referéndum, no con ganas de aplicarlo, sino con la intención de que la policía española lo acabara abortando.

Junts per Catalunya es la herencia de todo este lodazal de demagogia consistente en pedir mayorías amplias al pueblo para acabar consiguiendo que no se haga nada de nada. Cuando un partido se nutre únicamente de la cabriola retórica, su futuro es más bien magro, y no resulta nada curioso que los juntaires se estén autodestruyendo en la misma feria de vanidades que vive Ciudadanos. Mientras Junqueras aumenta sus michelines repartiéndose las migajas del autonomismo con Pedro Sánchez, Junts ha acabado siendo un artefacto inservible porque ya ha agotado todas las mentiras y los disfraces que sus trileros guardaban en el armario. Que Ciudadanos todavía siga vendiendo la moto de la necesidad de un espacio de centro liberal en España no es muy diferente que contemplar a los políticos juntaires haciéndose los unilateralistas mientras pasean con los frikis de la ANC que ayer mitigaban el frío quemando banderas.

En el fondo, que Ciudadanos y Junts vayan adelgazando no es mala noticia. Certifica que la población, antes de comerse más trolas, prefiere los partidos sistémicos de toda la vida, aunque sea al precio de ver como Junqueras pide caridad a Madrid. También es positivo que el líder de ERC ocupe este espacio anteriormente convergente, y ahora mucho más delgado, porque (sin quererlo) el Oriol está desactivando una recreación de Convergència tal como la sueñan Xavier Trias o Jaume Giró. De la misma forma que veremos a muchos políticos de Ciudadanos acercándose al rescoldo del PP, y aunque os parezca increíble, muchos convergentes acabarán deseando el abrazo cálido de Junqueras para mantener el sueldo. Cuando la indiferencia de Jordi Turull y la frivolidad del laurismo se demuestren todavía más insuficientes para hacer nada bueno, quizás algún cerebro brillante encontrará el espacio para inventar un partido que no rehúya el conflicto.

Tocará esperar.