Cuando Joel Díaz decidió abandonar Zona Franca en solidaridad con su hermano-de-sotana Manel Vidal, todo dios intuyó que, de seguir programándolo, TV3 buscaría desesperadamente a una mujer presentadora para blanquear la censura reciente con un pijama de lunares lilas. Utilizando este purplewashing de manual, los comisarios políticos de La Nostra han seguido punto por punto al Estado Mayor del Govern. Se puede comprobar con mucha facilidad como, desde el enquistamiento en el poder de los políticos del 155 que todavía hoy rebajan el independentismo a las migajas de la mesa de diálogo, a la administración catalana le ha pillado un acceso de fiebre feminista digno de las pitonisas áticas. Así hace el president Aragonès cuando nos recuerda, día tras día, que nuestra futura república será más lila que las estolas de los curas en Adviento, aunque el pequeño Molt Honorable se olvide de todo esto a la hora de enchufar a antiguos altos cargos de ERC en el Port de Barcelona, quién sabe si a causa de su patente proximidad al mamellam.

Mi querida Marta Roqueta escribía con acierto que, aparte de la postura supuestamente feminista, el fichaje de Danae Boronat como cara visible del Zona Franca representa un caso ejemplar de precipicio de cristal (a saber, el fenómeno a partir del cual el poder masculino solo cede los liderazgos a mujeres o individuos racializados en momentos de crisis o de altísima posibilidad de fracaso) y que nuestra televisión podría haber aprovechado la ocasión para regalarle el poder de diseñar un late show hecho a su medida. Boronat salvó bastante bien el primer escollo la noche de estreno, riéndose de ser una de las últimas opciones de la tele a la hora de presentar el programa y cantando alegremente que le da lo mismo lo que digan de ella en Twitter (mentira: la mierda nos ensucia a todos, ¡pero a por todas!). Con el decorado lo tendrá más difícil, pues la persistencia de la mise-en-scène es la arquitectura que tiene el poder para recordarnos que los individuos somos una pieza menor del sistema.

Tiene bastante gracia que las reivindicaciones colectivas con las que mi generación ha afrontado su vida mediática, sea con lo antisistema o la chona, hayan acabado produciendo estrategias de supervivencia individual puramente agónicas

Ante la aporía insalvable de saberse instrumento del poder a través del feminismo, Boronat y su equipo decidieron aquello tan convergente de doblar la apuesta y estresar el sistema a través de su fisura. Es así como la presentadora describió su plató como uno de los pocos campos de patatas de TV3 (eso debe querer decir que las mujeres presentadoras del Tot es mou o de Planta baixa guardan algún secreto debajo la bragueta), abrazando el insulto de feminazi y constituyendo su programa "como un estado social, democrático y feminista de derecho constitucional". Si el primer Zona Franca intentaba salvar el cinismo a lo socialdemócrata —diciendo eso de "somos conscientes deque somos la parte más gamberra que puede tolerar la televisión pública, pero mejor eso que nada"— el nuevo espacio pretendería fintar el poder con aquel truco de los lacanianos consistente en hurgar el cinismo de los mandamases aceptando sus premisas con el fin de dinamitarlas con aquello que se considera ético.

Todos los que colaboramos en los medios (especialmente en los públicos) hemos surfeado en esta dicotomía y, preferencias por un modelo o el otro aparte, diría que tanto Joel Díaz como Danae Boronat han sufrido bastante nivel de censura como para intuir el final más bien fatídico de los dos. Sea como sea, tiene bastante gracia que las reivindicaciones colectivas con las que mi generación ha afrontado su vida mediática, sea con lo antisistema o la chona, hayan acabado produciendo estrategias de supervivencia individual puramente agónicas. Mientras escribo esto, pienso en mi querido Enric Vila, que ahora mismo me diría: "Boh, tanta paja filosófica para no decir que el régimen de Vichy solo acaba promoviendo desesperados que se abrazan a cualquier causa para justificar su miseria; pareces el Burdeus!". Quizás tendría razón, visto que la guerra entre sotaneros y el campo de patatas se parece mucho a las luchas procesistas que solo acaban beneficiando a los españoles.

Quizás sí que lo mejor es salir cagando leches, de todo esto, y así nos ahorramos la filosofada de tercera, las dudas morales y tener que sobrevivir rezando para que la censura, como las balas en la guerra, acabe tocando al guerrero de al lado.