En la época en la que yo de tanto en tanto frecuentaba discotecas se distinguían las cutres de las finolis por el hecho que, en las primeras, para conseguir que proliferara el “material”, las chicas entraban gratis y los chicos, pagando. Tres décadas no son nada en la historia humana, ni siquiera en la de la modernidad, aunque para internet y esos móviles convertidos en apéndices de nuestra anatomía lo sean casi todo. En estos pocos años la mujer ha dado pasos de gigante en su proceso de emancipación profesional y personal: en las nuevas promociones de juristas son mayoría las mujeres; en los medios de comunicación cada vez son más las mujeres que producen, dirigen o presentan programas; la ingeniería ya no es coto masculino y hay asociaciones de mujeres empresarias porque muchas mujeres lo son. Aunque les venga por herencia, Carmen Botín, las Daurella, las Koplowitz o Sandra Ortega se han ganado a pulso los cargos ejecutivos que ostentan en las cúpulas directivas de sus empresas, y son ya muchas las mujeres que ocupan responsabilidades gubernamentales, en su mayoría en el espectro liberal conservador, por cierto.

Contemporáneamente a sus logros individuales y como colectivo, las mujeres están siendo capaces de manifestar dos impresentables tendencias, ambas desde luego fruto de la presión del contexto

Pero el ser humano es especialista en pegarse tiros en el pie, y las mujeres, a pesar de que en general están dotadas de una eficacia multifunción que las pueda asemejar a máquinas, también son humanas. Contemporáneamente a sus logros individuales y como colectivo, las mujeres están siendo capaces de manifestar dos impresentables tendencias, ambas desde luego fruto de la presión del contexto, pero no solo de eso, si creemos que somos seres libres dotados de discernimiento. La primera es la adopción de fórmulas masculinizantes en la apariencia, actitud y prioridades. Alguien podría preguntarse a qué me refiero con la palabra “masculino” en un contexto en el que se pretende desdibujar las fronteras entre sexos, pero incluso entre quienes distinguen cromosomas e identidad despreciando los primeros, saben a qué me refiero.

La segunda absurda tendencia de las mujeres en la actualidad opera en el sentido diametralmente opuesto: de la masculinización a la ultrafeminización, a lo que podríamos llamar “autocosificación”. Viendo, por ejemplo, el Instagram de la pareja del rapero PnB Rock, tiroteado recientemente mientras comía con ella en un céntrico restaurante de Los Ángeles, se capta rápidamente el significado del término. En el presente, un amplio sector de las mujeres pretende que es empoderamiento la exposición pública, maquillada y filtrada de su carne en las redes sociales. Tanto es así que, si luce suficientemente atractiva, esa carne puede ser “imagen” de alguna discoteca de moda; ya no de antros de barriada con sexualización implícita, no; ahora se trata de una moda bien vista, con acceso a zonas VIP y aprovisionamiento de alcohol. Lo que nos dice que hemos vuelto al Born, y las chicas (algunas chicas), de nuevo, pueden entrar gratis.