En la puerta de las discos de moda siguen existiendo machismos memorables. En la época en la que esporádicamente frecuenté alguna de ellas, las chicas no pagábamos y los chicos, sí. Ahora, cuando cada cual dice poder decidir si es carne o pescado, ese sistema ya no debería funcionar y, en todo caso, han inventado otro que nada mejora el anterior: la famosa "chica imagen" es un concepto que recoge una realidad poco ejemplar: quien entra sin pagar y con las consumiciones gratis es la mujer (en la puerta supuestamente tienen claro quién lo es, pues esto no se practica con los hombres, y quién no) que reúne ciertas condiciones físicas (¡viva la cosificación!) y que publica en redes que irá al local y que, requisito añadido de forma sorprendente en el último momento, que tenga al menos mil seguidores. Conozco al menos una discoteca que ha impuesto esta nueva exigencia, pero no la nombraré para evitar darle publicidad gratuita.

De nadie es la culpa, no, pero las responsabilidades alcanzan a la libertad individual, a unas fallidas políticas públicas y a un intento desesperado y absurdo de obviar nuestra dimensión más reptiliana

Las muchachas caen como moscas ante el reclamo, aunque reúna casi todos los componentes para resultar repugnante, y diga lo que diga la consellera Verge, la ministra Montero o la inefable Pam, quienes así deciden son mujeres jóvenes que se autocalifican de "empoderadas" (entre decirlo y estarlo hay un trecho), que entran en la dinámica con intenciones no siempre edificantes y que en ocasiones acaban la noche algo peor que borrachas y solas. Por supuesto, se puede seguir diciendo que esto es el resultado del machismo imperante, pero en generaciones como la mía muchas menos mujeres con estudios y sin ellos se habrían prestado a semejante juego y a tan humillante trato, cuando supuestamente su educación en la escuela y el dinero público gastado en el tema eran sin duda una ínfima porción del actual.

De nadie es la culpa, no, pero las responsabilidades alcanzan a la libertad individual, a unas fallidas políticas públicas y a un intento desesperado y absurdo de obviar nuestra dimensión más reptiliana: el cortejo acontece de mejor o peor manera. Y en este caso, evidentemente, de la peor, así que mujeres, repetid conmigo: ¿Chica imagen? No, gracias. En caso contrario, no os quejéis luego si os tratan como a eso, como a una chica imagen, con sus ventajas, sí, pero con una puerta abierta a la contradicción entre lo que se pide (¡se exige!) y lo que se hace.