Los rituales no son parafernalia inútil. Ordenan y son efectivos. En protocolo se estudian, en la liturgia eclesiástica se llevan a cabo religiosamente y en política tienen (tenían?) su sentido. Un ritual responde a una costumbre o a una necesidad. Hay religiosos y paganos. No podemos vivir sin los rituales, que hacen memoria. Su repetición es su gracia. Hay amigos que tienen rituales secretos que sólo entienden ellos, códigos de reconocimiento, palabras o signos. Los rituales sociales también los encontramos en tradiciones que persisten y que regresan cada año para una festividad concreta. Los rituales están incrustados a nuestra memoria, y no hace falta que nos expliquen cómo van: observando, ya nos van habitando.

Es por eso que este año el ritual del Miércoles Santo me ha costado más. Acostumbrada a salir de la celebración penitencial con una cruz o pequeña señal en el frente de ceniza, y en no poder hacerse así por la COVID, he oído que alguna cosa no me convencía. Se ha establecido que, al no poder tocar a las personas, el mosén agarre la ceniza y la esparza por la cabeza de las personas que se acercan. La frase ritual de "polvo eres, y en al polvo volverás", tan tétrica como real, ya no se pronuncia. Ahora se ha cambiado por el "conviértete y cree en el Evangelio". Es un paso previo. La frase anterior, que poblaba mi universo infantil, era un recordatorio que ahora ha desaparecido: estás aquí de paso, vienes del polvo, te morirás y volverás al polvo otra vez. Después de las alegrías desenfrenadas carnavalescas, era una jarra de agua fría.

Este año la Quaresma ha sido precedida de un Miércoles de Ceniza austero, como siempre, pero privado del contacto físico. Con una frase que invita a la conversión, pero que no sitúa la muerte y la brevedad de la vida en el centro. El ritual de ceniza se ha repetido, pero se ha transformado. A pesar de no ser el que yo conozco, lo he reconocido. Los rituales como acciones simbólicas crean una comunidad sin comunicación.

Byung-Chul Han es el sociólogo que nos acaba de regalar una obra dedicada precisamente a la desaparición de los rituales, y que explica cómo se establecen como significantes que, sin transmitir nada, permiten que una colectividad reconozca signos de identidad. Hoy sin embargo, con una comunicación sin comunidad, se pierden los rituales sociales. Parecen un estorbo prescindible. No están lejos de las normas de educación, de la etiqueta. Para el pensador coreano, que desaparezcan comporta el desgaste de la comunidad y la desorientación del individuo.

Con los rituales no conocemos la realidad. La reconocemos, la volvemos a reconocer

La urbanidad, me repetían en casa, no es un conjunto de normas absurdas, sino una manera más fluida de gestionar las relaciones. Abrir la puerta a alguien, levantarte cuando entra una persona en una sala, dar la palabra, pedirla, no son arbitrariedades autoritarias o normas caprichosas. Es lo primero que aprenden los diplomáticos, antes de tratados internacionales o teoría política: saber estar comporta tener unas normas y rituales que se repiten y están pensados para hacer la vida más fácil. No para complicarla. Defiendo los rituales, aunque sostengo que no hay que quedarse en la forma, pero reconozco que la forma a menudo determina el fondo. Las cosas bien hechas, bien dichas, bien preparadas, no son más que vías y maneras de suavizar la vida.

Con la vida y la muerte los rituales son esenciales. No podemos hacer como si nada: vivir o morir piden detenerse y saludarlo o despedirlo, con gestos y palabras. Ya es todo lo bastante adusto y complicado como para tener que vivir en el caótico desorden sin sentido. Con los rituales no conocemos la realidad. La reconocemos, la volvemos a reconocer. Por eso también son esenciales cuando perdemos la memoria: la repetición puede hacer recobrar aquel eslabón que nos conecta con "casa". La vida es una escalera sin barandilla. Pero en algún escalón, reconocemos restos de una vida vivida, de una familiaridad que no se deja erosionar del todo. En los rituales persiste la química. Los rituales, a menudo, nos salvan.