Lo que ha pasado las dos últimas semanas en la antigua Convergencia, ahora Partido Demócrata Catalán, señala claramente hacia donde están yendo las cosas en la sociedad catalana.

Un discurso alejado de la nueva realidad, una evidente indefinición ideológica y la corrupción habían hecho ver a la cúpula de la antigua CDC que hacía falta un golpe de timón. Y decidieron crear un nuevo partido. Pero tutelando el proceso. Y las bases, cada vez más alejadas de quien se sentaba en los despachos de la antigua sede de la calle Còrsega (donde por la noche todo tipo de espíritus corrían por los pasillos), dijeron: "ya que lo hacemos nuevo, hagámoslo nuevo de verdad". Y se pusieron. Es lo que pasa cuando a la gente le das la oportunidad de cambiar y se lo cree y ve una oportunidad de cambio real.

Ah, y una cosa importante. Parte de esta reacción radical de la gente es fruto de la vergüenza que han tenido que pasar muchos convergentes convencidos por culpa de la corrupción y, sobre todo, por como se ha afrontado. La vida en el Parlament es muy cómoda, pero la vida en un pueblo donde todo el mundo se conoce es más complicada. Muchos alcaldes, concejales y militantes destacados y anónimos han tenido que comerse mucha mierda que no era suya y han ido acumulando un cabreo que tenía que salir por alguna parte.

Y en el congreso de refundación ya enseñaron la patita. Por primera vez hubo debate de verdad. Y mirándose los estatutos del nuevo partido hay puntos donde se ve de una manera evidente. Y, por primera vez, las cosas se pusieron en cuestión. Y, por primera vez, todo lo que venía cocinado desde la dirección oficial era devuelto a la cocina y se pedía el libro de reclamaciones. Fue la muerte de los dátiles con bacon y la piña en el kirsch de toda la vida y el triunfo de los platos modernos, naturales y ligeros.

La guerra por el nombre fue el síntoma claro. La gente quería romper lo establecido. Y todo lo que sonaba a decisión "de los de siempre", era rechazado. SIS-TE-MA-TI-CA-MEN-TE. Y la cosa ha continuado con las personas. Si el "poder" del partido decía blanco, las bases decían negro. Hasta en la presidencia del Consell Nacional. Y así ha sido como el control del nuevo PDC está en manos de una vicense joven, decidida, con las cosas muy claras y sin ninguna hipoteca que la relacione con el pasado y un manresano que es tan buen tipo que no parece político. Y a su alrededor, caras nuevas que provienen del municipalismo, que hablan claro y que se les entiende. La gente ha creído en ellos porque son la imagen de la antipolítica entendida en su peor acepción. Y en política, cada vez más, importa lo que transmites.

Y lo que demuestra todo este movimiento es que la gente se ha cansado de la manera antigua de funcionar. Las cosas ya no se deciden en un despacho entre 4 y se presentan para que todo el mundo diga amén. En el nuevo mundo, en el político y en el resto, también habrá que hacer cosas extrañas, pero se tienen que explicar y debatir. El mundo funciona en horizontal, convenciendo y no imponeniendo. Y la gente tiene que percibir que eres el máximo de sincero y transparente.

Y quien no se lo aplique está condenado al fracaso.