Fue en 1991 cuando Jordi Pujol dijo lo de que "Catalunya es como Lituania pero España no es la URSS" y ha sido ahora Quim Torra quien ha proclamado que "la vía eslovena es nuestra vía", asumiendo "todas las consecuencias". En un caso y en otro, la reacción, furibunda, ha sido idéntica. A Pujol, tanto el españolismo duro como el presuntamente blando, así como el confortismo nostrat (también conocido como tercera vía) todavía no le han perdonado la comparación con la república báltica. Con Torra la cosa ha ido exactamente igual con la república exyugoslava, con la diferencia que si a Pujol lo acusaban de aprovechar la implosión soviética para hacer chantaje con la financiación autonómica, a Torra lo acusan de incitar a la violencia para conseguir la independencia. La diferencia es que si a Pujol le negaban las competencias, ahora te ocupan la Generalitat y te encarcelan al Govern.

En vez de alborotarse, lo que tendrían que haber hecho en 1991 los españolistas y los confortistas es aplaudir a un Pujol que no dudaba entonces de la solidez de España como Estado democrático. "España es una realidad más sólida, democrática [que la URSS], que va a más, pero que ha hecho un esfuerzo insuficiente, a mi entender, por resolver el problema de la coexistencia de varias naciones", explicaba. Por eso, la cuestión es: ¿podemos decir ahora lo mismo? Catalunya seguramente sigue siendo como Lituania, sin embargo, ¿se puede sostener todavía, 27 años después, que España no es como la URSS? ¿No será que, cuando menos, se parece cada vez más a la Rusia de Putin?

Y en vez de alborotarse lo que tendrían que hacer los españolistas y los confortistas sería sentarse a hablar inmediatamente con Torra, también con Puigdemont y Junqueras, uno en el exilio, el otro en prisión, y no precisamente de presupuestos del Estado, sino de cómo encontrar un espacio común de acuerdo que permita a los catalanes decidir libremente su futuro y a los españoles aceptarlo. Efectivamente hubo muertos en la Guerra de los Diez Días, en 1991, después de la cual Eslovenia hizo efectiva la independencia, votada previamente de forma masiva en un referéndum dentro de la ley federal yugoslava. Ante el anuncio de proclamación de la independencia, el gobierno yugoslavo, en manos de Serbia, envió los tanques del ejército federal contra la defensa territorial y la policía eslovena. Y el resultado fue la derrota del ultracentralismo serbio, la victoria de David contra Goliat. Por eso, la cuestión es: Catalunya seguramente sigue siendo como Eslovenia, sin embargo, ¿no será que España empieza a parecerse a aquella Serbia de 1991?

¿Hasta dónde está dispuesta a llegar la España que bendice a Vox, un partido liderado por un señor que siempre va armado —y a caballo— y que proclama el inicio de una nueva Reconquista?

¿Hasta dónde está dispuesta a llegar la España que el 1 de octubre del 2017 envió a 10.000 policías a reprimir a porrazos una votación democrática? ¿Hasta dónde está dispuesta a llegar la España que ha enviado a medio gobierno de Catalunya a la prisión y el exilio por haber seguido políticamente un mandato popular? ¿Hasta dónde estaba dispuesto a llegar el gobierno de Mariano Rajoy y Soraya Sáenz de Santamaría con el apoyo de Pedro Sánchez y Albert Rivera el 27 de Octubre de 2017, cuando el Parlament declaró sin efecto la República catalana? ¿Hasta dónde está dispuesta a llegar la España que bendice a Vox, un partido liderado por un señor que siempre va armado —y a caballo— y que proclama el inicio de una nueva Reconquista?

El problema no es la vía eslovena, sino, como se ha materializado en las recientes elecciones andaluzas, el avance de la vía serbia —versión española, temporada 2017-18—; la vía del "A por ellos" y el 155; la de García-Margallo: "El Estado no se retirará pacíficamente de Catalunya"; la de Pérez Rubalcaba: "El Estado pagará el coste de quitar de en medio a Puigdemont". El problema es el modo ultra en que se han situado las coordenadas de la política española, en la que, por primera vez desde la Transición, no es el centro político y sociológico el que decide las mayorías.

El problema no es la vía eslovbena, sino el avance de la vía serbia, como se ha  materializado en las recientes elecciones andaluzas

¿Aceptaría España, el sistema español, una reforma constitucional que reconociera el derecho a la autodeterminación de las "nacionalidades históricas" como Catalunya, como la antigua Constitución yugoslava? ¿Aceptaría España que, en caso de convocarse el referéndum y de que ganara el sí, Catalunya, a diferencia de lo que por desgracia sucedió en Eslovenia, pudiera acceder a la independencia sin asomo de violencia por ninguna parte? ¿Aceptaría España la vía catalana?