Uno de los espejismos que más éxitos han tenido a lo largo del tiempo a la hora de mantener engañados a los catalanes, es el de hacer creer que las izquierdas españolas —y especialmente la izquierda institucional e institucionalizada, es decir, el PSOE— eran más favorables a los derechos nacionales de Catalunya, que las derechas. No hay que decir que para reforzar la solidez de esta falacia ha resultado muy útil la derecha española, tan histérica y chillona a la hora de defender su España excluyente, que ha parecido que los socialistas eran los interlocutores razonables, aquellos que abrían vías de solución. Al fin y al cabo, es evidente que los socialistas son más racionales y simpáticos, y no utilizan el lenguaje desaforado y carpetovetónico del ultranacionalismo español, sea en la versión que sea, dado que con respecto a la cuestión catalana, el PP y Vox van a la carrera. De hecho, si esta derecha casposa, reaccionaria y antimoderna no existiera, y se hubiera estructurado una derecha española más british, el PSOE tendría muchas más dificultades para vender sus productos caducados. Pero ante esta corte mediática que vocifera por los micrófonos con indisimulado espíritu golpista, y de estos líderes ultramontanos que hablan de España como si añoraran a Fernando VII, es inevitable que el córner izquierdo nos resulte menos asfixiante.

Y, sin embargo, es mentira. De hecho, oso plantear una idea antipática: quien ha resultado históricamente más útil a la hora de mantenernos callados, amansados y apaciguados, ha sido siempre la izquierda, tanto en los tiempos de las Cortes de Cádiz o durante la República, como en la transición y la actual democracia. Mientras las maneras de hacer de la derecha son simplistas y chapuceras, el estilo socialista siempre ha sido más complejo y sibilino, y por eso mismo ha resultado ser más efectivo. En realidad, el PSOE es quien pone en práctica aquello de infausta memoria del "que se consiga el efecto sin que se note el cuidado", que aconsejaban los felipistas de la Nueva Planta con el fin de destruir la identidad catalana. Y esta afirmación no vale solo para los derechos nacionales, sino para cualquiera de los derechos individuales que han sido coartados. Por ejemplo, nunca habrían podido blanquear y no asumir los crímenes de Estado de los GAL, si los hubiera perpetrado el PP. Ni habría sido fácil vender leyes infames como la famosa ley de la patada a la puerta —la ley Corcuera— si lo hubiera hecho la derecha. Ni ahora mismo, con la criminalización del derecho a la protesta que están perpetrando, con la excusa de retirar la sedición. De hecho, el PSOE no ha echado atrás ninguna de las leyes del PP que recortaban derechos, por mucho que venda el pescado podrido en campaña electoral. En cierta manera, la izquierda parte de una mayor credibilidad a la hora de defender estos derechos y, por lo tanto, cuando los restringe, también disfruta de una mayor coartada. Como si reprimirnos en nombre de la izquierda fuera menos represión.

Quien ha resultado históricamente más útil a la hora de mantenernos callados, amansados y apaciguados, ha sido siempre la izquierda. Mientras las maneras de hacer de la derecha son simplistas y chapuceras, el estilo socialista siempre ha sido más complejo y sibilino, y por eso mismo ha resultado ser más efectivo

De retorno a la cuestión catalana, las evidencias se amontonan. Fue el aval del PSOE el que dio pátina democrática a la represión del primero de Octubre y a la causa general contra Catalunya que se derivó. No olvidemos que, si el PSOE no hubiera dado un apoyo inquebrantable a todo el artificio represivo que se montó, el PP no lo habría podido llevar a la práctica con tanta impunidad. Es un hecho que se destruyeron derechos individuales, que se convirtió en causa penal un conflicto político, que se aniquilaron los derechos colectivos, ocuparon instituciones, forzaron elecciones, destituyeron presidentes y persiguieron de la manera más feroz a dirigentes políticos, civiles y a todo tipo de activistas, y durante todo el tiempo, el PSOE calló, otorgó e incluso aplaudió. Es decir, existió el visto bueno de toda la cúpula socialista —poder mediático incluido— desde el minuto primero, hasta el punto que Rubalcaba fue tan decisivo como los del PP, a la hora de diseñar la operación. Las porras que nos pegaron tenían imprimida la validación socialista, como la han tenido las togas que nos han sentenciado.

Pero no hay que irse a 2017 o a los hechos de estos últimos cinco años (que siguen goteando juicios políticos y personas represaliadas), porque la realidad más inmediata confirma la eficacia socialista en conseguir un notable doblete: negar los derechos catalanes y, al mismo tiempo, calmar las conciencias. Por ejemplo, todo lo que estamos sufriendo sobre el catalán en la escuela nace de la ley Celaá, aprobada con los votos de Esquerra (nunca un partido catalanista se había dejado engañar tanto y tantas veces), y que sirvió para consolidar la ley Wert. Y ahora mismo estamos viviendo la jugada trilera más inimaginable que podíamos esperar: hacer ver que se concede la derogación de la sedición —que era obsoleta e imposible de encajar en Europa—, y aprovechar para endurecer la represión de la protesta. Es decir, ningún paso adelante del derecho a la autodeterminación, ningún paso en el camino de aceptar el conflicto político, ningún paso en la vía de reconocer nuestros derechos nacionales. Ningún paso, ni uno. Sino al contrario, si alguna cosa está haciendo el PSOE es, justamente la contraria: blindar todavía más la imposibilidad de ejercer nuestros derechos nacionales. Y encima lo hace consiguiendo dos cosas: que ERC le dé apoyo, y que la derecha hiperventile histérica. No hay soluciones, ni propuestas, ni planteamientos de futuro, sino la enésima maniobra de distracción con el fin de apaciguar los anhelos y calmar la lucha. El viejo proceso de amansar la fiera para conseguir domarla definitivamente.