¿A los mítines va gente a protestar? Bien, a los mítines y a todo tipo de acontecimientos públicos. Desde conferencias económicas a charlas en universidades. De aquí viene una expresión de cuando inventaron la rueda: “reventar un acto”.

¿En los mítines hay personajes extraños? Empezando por los intervinientes y acabando por los periodistas que los cubren, sí. Pero también hay el típico gracioso que va haciendo comentarios, la señora que aprovechando un silencio le grita “guapo” al candidato, el que aplaude cuando no toca y el pesado que se va a la zona de prensa a explicar su vida a los juntaletras (o juntapalabras) que intentan escribir o grabar la crónica del acto.

Y después está el transeúnte enmascarado. Su hábitat son los actos al aire libre. En medio de la calle, tú pones una tarima con un político encima, un poquito de público y, no falla. Al cabo de un rato seguro que pasa alguien refunfuñando sobre 1/ los políticos en general, 2/ los políticos de aquel acto en concreto, 3/ la prensa o 4/ refunfuñando en general contra todo y todos (y todas).

El transeúnte enmascarado ejecuta unos movimientos muy característicos. Él (porque generalmente es hombre) transita (muchas veces con perro o bien con una barra de pan bajo el brazo). Observa que hay un acto político. Se acerca. Se para. A una cierta distancia. Hace una mirada de conjunto por comprobar de que va la cosa. Y cuando ha evaluado la situación, empieza a soltar sus improperios a medida que se va marchando del lugar. Con dos variantes: soltando los tacos todos seguidos mientras camina o bien con una secuencia que va repitiendo, consistente en unos pasos-parada-taco-pasos-parada-taco-pasos-parada-taco... hasta que su voz se va perdiendo en la lejanía.

Pues bien, todo eso pasa, ha pasado y pasará. Aquí y en la China Popular. Y gente harta hay un montón. Y muchos, seguramente, tienen grandes motivos para estarlo. Pero hay quien está interesado en convertir en gran noticia lo que es habitual para hacerse la víctima y transformar pequeños incidentes, que ni me gustan ni defiendo, en un clima social irrespirable. Y que eso lo haga un jubilado paseando un perro o un personaje que le falta un hervor, pues mire, es la vida. Ahora bien, es muy intelectualmente pobre que un ministro del Interior mezcle unos gritos (insisto, en que ni defiendo, ni me gustan, pero simplemente gritos), con los pactos en los ayuntamientos de Castelldefels o de Badalona. ¿Qué coño tienen que ver, señor Fernández Díaz, unos gritos en Vic con la democracia? Y es un insulto a la inteligencia que se aproveche cualquier protesta para comparar Catalunya con la Alemania Nazi. No hemos evolucionado del mono a lo que somos para tener que soportar este nivel.

A los que no nos gusta ninguna violencia, no nos gusta que agredan dos personas que hacen política defendiendo poder ver a “La Roja” en una pantalla gigante instalada en una plaza, ni tampoco la paliza que recibió a un militante de Podemos en Guadalajara durante la pegada de carteles. Y nunca se me ocurriría decir que Guadalajara es como la Alemania nazi. Y exijo (no pido, no, EXIJO) la misma condena de los dos actos por parte del ministro responsable del orden. Porque los dos actos son despreciables. Y sobre todo, porque me da mucho miedo ciudadano que para el ministro haya actos condenables o no, dependiendo de quién los recibe.

Y espero que los diarios nacionalistas españoles radicales también saquen en portada al chico de Podemos apaleado mientras le gritaban “Como me denuncies te vas a cagar, te voy a matar”. ¿Sí, verdad? ¿Verdad que lo harán? ¿O se trata de usar sólo según qué hechos para hacer propaganda ideológica? ¿No, verdad? Eso ellos nunca lo harían...