Año nuevo, polémicas antiguas. El primer catalán del año es el hito donde el debate sobre inmigración en Catalunya alcanza su clímax y al que, a menudo, se le mezcla el debate sobre natalidad —sobre la baja natalidad, concretamente— sin aclarar en qué momentos la alta inmigración y la baja natalidad convergen en un mismo resultado y en cuáles no. Como el debate en torno al primer catalán del año es un episodio en el que, por motivos evidentes, las posturas más reaccionarias tienen mucha voz, el foco acaba puesto sobre la vertiente migratoria de la demografía. Todo lo que orbita la natalidad queda sentenciado en una sola consigna: los catalanes no tienen hijos. Bajo esta consigna, que se suele enfrentar como un problema consustancial de algún otro, radica la solución que otorga a los catalanes más o menos posibilidades de planificar nuestra vida a largo plazo que a la gente de otros rincones del mundo.

En términos de planificación familiar, en Catalunya la libertad de escoger está viciada porque parece que el sistema económico te hace escoger: trabajo o hijos

Hay catalanes que quieren tener hijos y no pueden. Alícia Adserà, economista por la Universitat de Barcelona y doctora por la Universidad de Boston, explicaba hace un par de años que "tenemos un capital humano muy preparado, una inversión hecha, muchos años potenciales de vida laboral enfrente y, a la vez, a mujeres teniendo menos hijos de los que querrían". Según datos del Idescat, entre un 20% y un 30% de mujeres en Catalunya no tendrán hijos, aunque unas cuantas quieren tenerlos. En Changing fertility rates in developed countries. The impact of labor market institutions, Adserà señala que en los lugares donde la tasa de paro es baja y la entrada y salida del mercado laboral es más fácil y menos costosa, la tasa de fecundidad ronda los 2,1 hijos por mujer en edad fértil —la tasa de sustitución poblacional—. Son ejemplo de dicho paradigma los EE.UU., donde las mujeres pueden salir del mercado laboral para tener hijos con muchas posibilidades de reincorporarse, o los estados del norte de Europa, donde los permisos y la seguridad laboral alivian los costes de la maternidad. En los estados del sur de Europa, donde las tasas de paro son más elevadas y el mercado laboral más rígido, la tasa de fecundidad es muy baja. Así ocurre en Catalunya. Se ven afectados especialmente los jóvenes de entre 20 y 29 años. El resultado es que las mujeres pierden el trabajo y salen del mercado laboral, o tienen que hacer malabares con su vida para seguir cobrando.

Traspasar el debate demográfico a la tasa de fecundidad de las catalanas es centralizar el peso de la demografía en el útero y excluir otros factores

Para las mujeres catalanas en edad fértil, el panorama pinta mal. En términos de planificación familiar, en Catalunya la libertad de escoger está viciada porque parece que el sistema económico te hace escoger: trabajo o hijos. Todo no puede ser. Si quieres ser madre, el mercado laboral te lo pone difícil. Si quieres ser madre joven, el mercado laboral te lo dificulta aún más. En esta no elección o elección totalmente condicionada está, además, el caso de las madres que dejan el trabajo más meses de los comprendidos en el permiso de maternidad para disfrutar de más tiempo con sus hijos en el periodo inicial de sus vidas. A menudo, ello supone vivir de un solo sueldo y también disponer de ahorros, lo que no es habitual en la franja de edad más castigada por las condiciones del mercado laboral en Catalunya.

Los catalanes tienen menos hijos de los que querrían y, aunque la decisión no es netamente económica, hay economía

Parece que eso solo preocupa cuando el primer catalán del año es hijo de inmigrantes, pero tomar en estas condiciones la decisión que será el plan a largo plazo más importando de tu vida afecta cada día y afecta a muchas vidas. A menudo, traspasar el debate demográfico a un debate sobre la tasa de fecundidad de las catalanas es centralizar el peso de la demografía en el útero y excluir otros factores que intervienen. O lo sería si el motivo por el que los catalanes tienen pocos hijos fuera la voluntad de las mujeres de no tenerlos. Pero los catalanes tienen menos hijos de los que querrían y, aunque la decisión no es netamente económica, hay economía. Por eso "en Catalunya los padres extranjeros no tienen muchos más hijos que los autóctonos", como explica Albert Esteve, director del Centre d’Estudis Demogràfics. Eso no significa que, desde una perspectiva menos materialista, no exista un contexto cultural que desincentiva tener hijos.

Antes era antisistema no tener hijos. Hoy es antisistema tenerlos o hacer lo imposible para tenerlos joven y tener más de uno o dos

En condiciones económicas poco favorables, a veces parece que la economía es el único factor decisivo al tener hijos. Pero también hay catalanes que, de entrada, no quieren tenerlos, o a quienes les basta el contexto económico para justificar su decisión, aunque las clases más bajas todavía son las que tienen más hijos en el país. A menudo tengo la sensación de que en Catalunya vamos faltos de marco moral cuando se trata de hablar de qué hay detrás de la decisión de no tener descendencia. Pero no solo eso: a menudo se trata a quienes no han querido tener hijos y tienen más de, pongamos, cuarenta años, como quien hace una apuesta antisistema. Puede serlo en términos generacionales —comparando actores de una misma generación, quiero decir— pero los datos muestran que, mientras que la dificultad a superar para decidir no tenerlos es un baremo subjetivo como la presión social, la dificultad a superar para tenerlos son factores objetivos. Alguien que hoy tiene cuarenta años podía cuestionar ideológicamente el modelo familiar de las generaciones anteriores decidiendo no procrear. Pero si antes era antisistema no tener hijos, hoy es antisistema tenerlos o, como mínimo, hacer lo imposible —si debes hacerlo y no eres María Pombo— para tenerlos joven, tener más de uno o dos y tenerlos con una planificación previa.

Un hijo no debería entenderse como un balance entre qué se da y qué se recibe. Si has tenido una relación medianamente buena con tus padres, sabes que la mayoría de lo que te han dado no hay forma de devolverlo

Si utilizamos la economía como valor absoluto en la balanza de la procreación, hoy en Catalunya es más fácil no procrear. Si entendemos que la economía no es el único valor de la balanza y que también pesa un contexto cultural, sobre todo entre las generaciones más jóvenes, el cojín argumental para explicar las bondades de tener un hijo —o tantos como se quiera— siendo joven y con un paisaje económico en contra es cada vez más delgado. Un hijo son muchas renuncias, y a menudo no tenemos artefactos lógicos para explicar por qué alguien tendría que aceptarlas, o por qué tener hijos no debería entenderse como una cuenta de resultados entre qué se da y qué se recibe. Si has tenido una relación medianamente buena con tus padres, te das cuenta de que la mayoría de lo que te han dado no hay forma de devolverlo. Si del porcentaje de catalanes que no tendrán hijos y habrían preferido tenerlos, hay alguno que toma la decisión sobre un esquema de ganancias vitales —un argumento parcial— será justo poder aportar a la jugada alguno que no sean otros argumentos parciales para poder decidir libremente.