Corría el año 1916 y Europa se desangraba en los campos de batalla de la Primera Guerra Mundial. Un conflicto entre las potencias europeas para dirimir la supremacía mundial. Francia y Alemania perdían a miles de hombres en una guerra devastadora que ponía en práctica tácticas, como la llamada “zona de muerte”, planteadas con el único propósito de exterminar al enemigo. Sólo en la batalla de Verdum perdieron la vida 880.000 hombres. El equivalente a la actual población de la metrópoli de València. España, que ya hacía siglos que deambulaba en el paquete de Estados que formaban la segunda división europea, quedó al margen. “Ni está, ni se la espera”.

Son los años dominados por los ritmos del blues, precedente del jazz y del charlestón; por la dinámica escénica del cabaret y por la magia del cine mudo. Barcelona ya era una gran capital europea. Proyectaba una gran vida cultural y artística. Una réplica de París. Superaba los 700.000 habitantes; como Amsterdam, o como Lisboa. Y Catalunya había superado los dos millones; una cifra similar a la de Noruega -que se acababa de independizar de Suecia-, o de Finlandia –que terminaba la suya de Rusia. Con estos precedentes la idea de una Catalunya independiente había ganado fuerza y presencia en el catalanismo político. La Mancomunitat de Catalunya, presidida por Prat de la Riba, con muchas limitaciones articulaba el precedente de un autogobierno.

Voluntarios catalanes de la Primera Guerra Mundial (1914-1918)

Catalanes en la Gran Guerra

Los catalanes, sin embargo, somos muy mediterráneos. Y tendemos a idealizar nuestro imaginario. Tenemos una larga relación de amor y de cuernos con Europa que explica en un mismo relato la génesis inequívocamente europea de la nación catalana; y las traiciones francesa en la revolución de los Segadors e inglesa en la guerra de Sucesión, para citar sólo dos ejemplos. Pero la mirada catalana ha sido siempre hacia el Norte. El viejo sueño de la Holanda del Mediterráneo. Y en aquellos días de sangre y fuego en las trincheras de Verdum los catalanes, cuando menos un contingente importante, pusieron su particular –y nacional- grano de arena –o gota de sangre, habría que decir- a favor de los ideales que representaba la República de la libertad, la igualdad y la fraternidad.

Pero al lado –incluso delante- de la defensa de los valores republicanos y democráticos que enaltece La Marsellesa había un propósito más profundo. La internacionalización de las reivindicaciones nacionales catalanas. La estética mediterránea de los catalanes, la idea dramática de nuestra historia –tan griega, tan siciliana, también- que el españolísimo Unamuno despreciaba y consideraba el origen de todos nuestros males. Luchar en los campos de batalla europeos por una causa altruista reivindicando a los cuatro vientos la existencia de la vieja nación catalana –tan incrustada en la historia de Europa como la de cualquiera de las potencias combatientes- que con su sacrificio reclamaba el derecho a decidir. Hace cien años.  

El mariscal Joffre

En aquel paisaje cobraría especial relevancia la figura de Joseph Joffre, catalán del Rosellón y Mariscal de Francia. Un héroe de la República, que debía su celebridad al acierto de haber salvado París. Cuando los alemanes estaban junto a la Tour Eiffel desplazó, en un abrir y cerrar de ojos, la Armée al frente de guerra. Con la colaboración inestimable de todos los taxistas de París. Y de la factoría Renault. Y era célebre, también, por la parsimonia. Y por la capacidad de reflexión; virtud que no abundaba entre los perfiles histriónicos que dominaban en todos los cuarteles de Europa. Sobre todo entre los oficiales del Kaiser alemán. Joffre era un producto de la Francia del sur –del Midi- campesina y liberal, tocada de un particular tradicionalismo. Y era un francés que ejercía de catalán -con todas las reservas posibles- en la patria del jacobinismo.

Joffre conocía bien las aspiraciones del independentismo catalán. Frecuentaba su casa solariega, y el Rosellón siempre ha sido, cuando menos contemporáneamente, una especie de santuario de activistas independentistas fugitivos de la persecución española. Desde su posición le resultó fácil mantener el control sobre el Comitè de Germanor dels Voluntaris Catalans, una extensión -radicada a París- de la Unió Catalanista y del CADCI (el partido y el sindicato independentistas). Y de mil amores. Porque desde el Comitè –que era igual que decir desde el Palacio de Matignon- se llevó a cabo una colosal tarea de reclutamiento. Algunas fuentes hablan de hasta doce mil catalanes del Principado. Otras, más académicas, reducen la cifra a la mitad.

El mariscal Joffre en una visita oficial a los Estados Unidos en 1917

Clemenceau y la enésima traición

El Comitè de Germanor de Voluntaris Catalans estaba muy bien relacionado con todos los estamentos del poder francés. Joffre, el mariscal, había abierto muchas puertas. Y al margen de la tarea de reclutamiento, operaba como la oficina consular de un Estado catalán, no reconocido, ante las autoridades de la República. Cambó, líder la Liga Regionalista y voz de la burguesía catalana, vio una oportunidad. Los negocios, a menudo, cabalgan sobre los caminos de los ideales. Y hacia París, que nos llaman. Pero el gobierno español, presidido por Romanones, vio una amenaza. Y como el corredor del Mediterráneo no es una reivindicación de nuestros días, el tren de Madrid llegó antes a la gare d'Austerlitz.

Concluida la guerra, el Comitè de Germanor quiso hacer bueno su compromiso con Francia. Pero el conde de Romanones, en su desesperada misión, había prometido convertir España en una colonia económica de Francia. Un precedente del antes alemanes que catalanes -de la condesa Aguirre- aplicado a la potencia del gallo francés. Y Clemenceau, el primer ministro de la República francesa, que pasada una guerra devastadora tenía el país muy desarreglado, y tenía también el precedente de la revuelta de los viticultores languedocianos que se había teñido de movimiento nacionalista –los occitanos también son muy mediterráneos-, priorizó intereses. Entonces es cuando pronunció la frase célebre Pas d'histoires, catalans; pas d'histoires”. En definitiva, catalanes muertos por Francia.