Me ha gustado mucho que Inés Arrimadas, la hija del policía, la fille du régiment, sea partidaria de la sinceridad en forma de varapalo represivo, es decir, de que peguen a los contribuyentes y que, encima, los contribuyentes le paguen el sueldo. Es encantadora. También, estos días, he podido valorar con satisfacción que cuando la dama habla para todos los catalanes lo hace sólo en español, detalle formidable y curioso cuando la ley, la santísima ley, la venerable ley dice que la única lengua propia de Catalunya es el catalán, o lo que es lo mismo, que la lengua de la cohesión social de nuestro país es la catalana. Podría ser otra lengua, pero ahí está, qué casualidad, es la catalana, un detalle que debería tener presente cualquier político que aspire a representar al conjunto de nuestra sociedad. Los catalanes defendemos nuestro idioma con el mismo derecho que M. Rajoy ignora olímpicamente el gallego o que los argentinos bailan el tango aunque les puedan atraer las sevillanas. Además, hay que repetir aquella sentencia de Pompeu Fabra, según la cual, la recuperación del catalán es una obra de descastellanización. De descolonización, en definitiva. Pero no se preocupen que el seny ordenador de la lengua no tiene ningún valor porque aquí quien entiende de todo, también de sociolingüística, es la catalana de Jerez. Ha venido para quedarse. No sé si los socialistas catalanes son conscientes de que nunca más volverán a recuperar el extrarradio de Barcelona ahora que ha ganado Ciudadanos. Ha pasado lo mismo que en Francia, cuando el Frente Nacional expulsó de las antiguas zonas industriales al Partido Comunista francés. Ya veréis qué bien os lo paséis con el nacionalismo español rampante de estos curiosos, de estos otros catalanes que hacen cosas.

Los catalanes hacen cosas y, después de una campaña electoral agotadora parece que no van a callar nunca, que no puedan dejar de decir y repetir argumentos y proclamas, epítetos y ocurrencias, el internet nuestro de cada día lo acoge todo. Si en Madrid sostienen que tienen un hartazgo de nosotros, creo que podemos decirles que es un sentimiento compartido. Amigos de España: sois nuestra particular pesadilla histórica y asimismo un interminable dolor de cabeza que, como decía el poeta, cuando crees que ya se acaba vuelve a empezar. La nueva etapa es otra prueba de resistencia y de insistencia, de asalto al inmovilismo que quiere hacer ver que no ha pasado nada. “No aceptaré que nadie se salte la Constitución” repetía abusivamente M. Rajoy ayer, impasible. De hecho, él, el jefe de un partido declarado “organización criminal”, él, el sobresueldos, no hace más que saltársela, como se la salta quién es alguien en el régimen de privilegios de 1978. La Constitución les da igual. Excepto en una determinada línea de una determinada página que habla de la sagrada unidad de la patria. La frase es la síntesis constitucional y la síntesis del universo moral y político del presidente del Gobierno de España. También de los anteriores jefes de gabinete. Esta es también la petición de un Francisco Franco moribundo al rey Juan Carlos: preservar a toda costa la unidad de España. Que España sea o no sea indivisible no es ni más ni menos democrático ni constitucional. Ni las constantes amenazas de la ministra de la Guerra pretenden defender Constitución alguna que esté en entredicho. Lo único que está en entredicho es esta España, la de siempre.

Otro catalán que hace cosas es Xavier Sardà, le oí ayer hablar por televisión. Decía que Puigdemont ha llenado Barcelona con más banderas españolas que Franco. Que el independentismo “ha despertado al nacionalismo español”. Ya veis que es imposible no hacer cosas si también te atribuyen de tan extrañas. Al final será verdad que Inés arrimada nos llevará, por contraste, a la independencia y su busto será el de la nueva república libre. Qué dolor de cabeza.