A base de evidencias, queda muy claro en el ámbito de la política cuál es el valor que tiene ser catalán y ejercer como tal en el Estado español. Se trata de un valor próximo a cero. El episodio del CatalanGate es el enésimo exponente. Me explicaré: la gran mayoría de relaciones entre los humanos se pueden interpretar como relaciones de intercambio: uno obtiene una cosa del otro, a cambio de alguna cosa que este último le ofrece. Eso pasa de manera puntual o bien a lo largo del tiempo. Y si es cierto entre personas, todavía lo es más entre grupos, entre organizaciones, sean estas empresas, grupos políticos o entre estamentos de un Estado. En Catalunya, que es tierra de comerciantes y de emprendedores, la lógica del "trato" (en el sentido de acuerdo de intercambio después de negociar precios, cantidades y condiciones) está culturalmente muy arraigada. De hecho, es esta tradición tan viva hasta el día de hoy lo que ha hecho progresar económicamente el país y ha hecho que cuente con más de medio millón de empresas. Es la cultura del pacto entre partes. No hay que decir que los intercambios se dan porque los que intervienen salen ganando alguna cosa (en inglés "win-win"), es decir, todas las partes implicadas salen beneficiadas, una situación diferente de la idea tan extendida que para que uno salga ganando el otro tiene que perder, que en teoría no se tendría que dar nunca.

Quizás el lector se preguntará a dónde quiero ir a parar con esta breve descripción de marco conceptual en un artículo sobre el CatalanGate, la última muestra de la persecución del catalanismo por parte del Estado español. El del espionaje a dirigentes independentistas es un episodio que no me ha sorprendido en absoluto, que es democráticamente reprobable, pero que se viene a añadir a tantos otros que vamos acumulando a lo largo de la historia. Y lo que es peor, de la historia en democracia y en el marco de la UE, cuna de la cosa. La caza del independentista no tiene tregua, sea por impulso de partidos políticos unionistas, sea por bendición/silencio positivo de estos partidos a la acción del deep state. Todo sea para preservar lo que se considera un valor superior, supremo, indiscutible e intocable, con los medios que sea, que es la unidad territorial. Este tipo de planteamiento es aceptado por parte de la mayoría social de España, incluidos artistas, intelectuales y tutti quanti de las ideas más progresistas, y tiene como actores políticos tanto a partidos de derecha como de izquierda. El episodio del espionaje es una flor que sobresale en un jardín en el cual se cultivan sistemáticamente dos cosas:

  • La animosidad cultural contra los rasgos culturales diferenciales de Catalunya
  • La extracción de renta catalana por la vía del conocido y reconocido déficit fiscal (fíjese el lector que el maltrato crónico ejemplariza en que, en el supuesto intercambio entre territorios, una parte sale ganando —España— porque la otra parte sale perdiendo).

En cualquier caso, nada de lo relativo a la actitud y la gestión por parte del Estado del CatalanGate debe sorprender a nadie. Todo va según un patrón que se repite: hacerse el sueco, tratarlo como hechos consumados en que conceptos como prestigio democrático, reputación judicial o estructuras de seguridad neutrales no tienen ningún valor ni ninguna salvaguardia.

Lo que sí que sorprende es otra cosa: que los catalanes afectados hacen lo de siempre, quejarse pero sin efectos prácticos. Por una parte, una reacción airada de las víctimas del atropello de derechos individuales y la denuncia ante la UE. Absolutamente necesario, pero sin efectos a corto y medio plazo. La reacción práctica, en el día a día, del poder catalán en Madrid ya se verá. De momento consiste en quejarse sin pasar en la acción, una actitud vergonzosa.

Nuestra historia democrática muestra que en términos de intercambio la generosidad catalana con los gobiernos españoles es infinita o casi. Los votos catalanes siempre ayudan gobiernos estatales a cambio de migas de pan. Aplicado a la legislatura actual, votos independentistas han hecho presidente Sánchez, avalan la acción del gobierno más "progresista y dialogando" con respecto al conflicto catalán, le aprueban los presupuestos, tiene asegurada la legislatura, todo, ¿a cambio de qué? El vacío. Un 10 a 0.

Chapeau para los partidos españolistas, suspenso para los catalanistas. Los amigos vascos son unos maestros de poner en valor sus votos. Son pocos, pero en toda negociación salen con el saco lleno. Los votos catalanes apuntalan gratis a quien les tiene la mano puesta en el bolsillo, ahora les espía, y mañana puede hacer cualquier otra acción no democrática. Un poco, por no decir mucho, decepcionante, al menos en términos de intercambio.

 

Modest Guinjoan

economista