A pesar de su inapelable derrota política, el independentismo todavía ha tenido suficiente fuerza para configurar aspectos fundamentales del Gobierno. La prueba más obvia es la ascensión meteórica del superministro Félix Bolaños —el nuevo hombre fuerte de la administración Sánchez, con competencias de Presidencia, Relación con las Cortes y Justicia—, pero al que podríamos llamar, para hacerlo más corto, el ministro de la amnistía. Bolaños ha gestionado hábilmente las negociaciones con Catalunya, asegurándose primero el voto de Esquerra, después presionando a Carles Puigdemont para que sufriera la carga de ser el causante de una repetición electoral y logrando que el Molt Honorable olvide cómo se pronuncia la palabra referéndum. El ministro plenipotenciario tendrá trabajo, porque deberá inventarse una contrapartida al sentimiento de enmienda total que el indulto generalizado ha dejado entre los jueces.

A pesar de perder un ministerio de los dos que poseía, el PSC mantiene una conexión privilegiada con el presidente Sánchez a través del futuro presidente de la Generalitat, Salvador Illa (de hecho, a Pedro ya le va bien tener a menos catalanes en el Gobierno, porque de lo nuestro ya se hablará lo bastante y necesita blindar su administración del debate constante sobre el tema). La elección de Jordi Hereu como capataz de Industria no es solo inteligente a nivel técnico —el ministro, aparte de disponer de mucha pasta nuevamente regalada por Europa, se ocupará de dar cancha al empresariado catalán e incluso puede lograr que las multinacionales exiliadas durante el 155 vuelvan en casa—, sino porque encarna requetebién la figura de catalán simpático de acento marcado que tanto gusta en Madrit. Además, por ironías de la vida, Hereu fue un político a quien un referéndum absurdo borró del mapa.

Sin la gracia bailonga de Iceta, el tándem Urtasun-Martí es la elección perfecta para intentar catalanizar España de una forma amable y sin que el hecho esconda ningún trasfondo histórico conflictivo

Yolanda Díaz sintoniza con la idea de Sánchez de exportar un catalanismo conciliador al resto de España, y eso explica la elección de Ernest Urtasun para cultura (un hombre que sigue la tradición de asumir un ministerio sin tener ningún tipo de formación gestora, en programación o en lo que sea dentro del ámbito cultural; pero qué le vamos a hacer). Vale la pena repasar el acto de posesión del nuevo ministro de Sumar, en el que recalcó que, con Iceta, le unen cosas muy queridas como "Catalunya, el catalán y nuestra ciudad, Barcelona" y en el que Urtasun no se cansó de insistir en la condición multilingüe de España ("hablamos, amamos y creamos en gallego, catalán, castellano y euskera"). En un día de transiciones ministeriales algo tensas, el compadreo de estos dos políticos catalanes —y el hecho de ver cómo Yolanda Díaz iba siempre del brazo de Miquel Iceta— contrastaba con la tensión de otros cenáculos.

Como ya recordó el propio Iceta, Urtasun ya tiene una victoria como ministro; a saber, una Secretaría de Estado que será comandada por Jordi Martí, veteranísimo político que transitó del PSC al universo de los Comunes y que fue una de las columnas vertebrales de la gestión de Ada Colau en Barcelona (con unos amigos tengo la apuesta de que Martí se mantendrá en un cargo público hasta el momento en el que nos jubilemos, y llevo camino de obtener una victoria rotunda). Sin la gracia bailonga de Iceta, el tándem Urtasun-Martí es la elección perfecta para intentar catalanizar España de una forma amable y sin que el hecho esconda ningún trasfondo histórico conflictivo. De hecho, con Martí al frente de la máquina, se exportará la última mónada viva del modelo socialista de Pasqual Maragall en Barcelona; en la capital del reino tendrá muchos aliados, porque allí gustan mucho los catalanes simpáticos mientras no se hagan demasiado ricos.

No es ninguna casualidad que Urtasun acabara su primer discurso como ministro citando en catalán a Montserrat Roig: "progreso quizás significa la recuperación de tu identidad, vivir tu cultura sin complejos ni provincialismos pero con seguridad; porque, al fin y al cabo, cultura es el aire que respiras (...) la cultura es la opción política más revolucionaria a largo plazo". Lástima que la Roig no viviera lo suficiente como para comprobar que esta revolución cultural siempre la acaban aplastando los españoles. A veces, contando con la ayuda de virreyes catalanes en Madrid, faltaría más; eso sí, todos son muy simpáticos.