La política europea es una especie muy particular de sexo tántrico, en la que los apogeos se desestiman y —si el lector me permite estirar la metáfora de tres al cuarto— el esperma no acaba nunca de salpicar a nadie. En el caso que nos ocupa, el líquido seminal consistiría en la oficialización del catalán como lengua continental de pleno derecho (acompañada del vasco y del gallego, no vaya a ser que alguien se ofenda), privilegio que los miembros del Consejo de Asuntos Generales de la UE todavía no acaban de ver claro. Ayer mismo, como informaba este periódico nuestro, los ministros de asuntos exteriores de la Unión pidieron una prórroga para cavilar la iniciativa del Gobierno del PSOE, un nuevo aumento del deadline que repite a pies juntillas lo que este excelentísimo grupo de diplomados ya había pedido al ministro Altares, quien en la sesión del pasado diciembre no quiso ni someterse a una drástica votación que exige unanimidad.
Se puede acusar a los ministros europeos de muchas cosas, pero ni Dios podrá exigirles más frenesí a la hora de pensarse las cosas. Sí que les podríamos imputar cierta falta de concreción, pues la oficialidad del catalán molesta notoriamente a potencias ancestrales como Alemana y Francia (esta patria republicana es una especialista en abominar cualquier cosa relativa a nuestra tribu) e incluso aquellos países con los que Catalunya siempre ha tenido una estrechísima relación cultural, como es el caso de Italia, o incluso con quien se ha reflejado en términos de estado del bienestar, como podría tratarse de Suecia y Finlandia. En resumen, y como ocurre siempre, podemos decir con la voz alta y clara que —a la mayoría de Europa— esta lengua nuestra se la trae bastante floja, y no solo esgo, sino que muchos ven la oficialización como una vía para que las respectivas minorías lingüísticas que albergan pidan su turno.
Sobre el papel de la legalidad, el catalán es oficial en Catalunya, pero todos sabemos que las leyes son papel mojado si no tienen un correlato en el mundo de los hechos
Sea como fuere, el Gobierno ya tiene la excusa perfecta para incumplir una de las promesas que Santos Cerdán había acordado con Carles Puigdemont cuando se reunieron en la plácida Suiza con el objetivo de hacer presidente a Pedro Sánchez. La diplomacia española lo ha intentado de lo lindo, dirán los socialistas, y lo que no pueden obrar es el milagro de conmover a Giorgia Meloni, recordándole que el poeta Andreu Febrer i Callís publicó la primera traducción en verso de la inconmensurable Commedia de Dante en 1429 (como así hizo el adorado tenor Josep Carreras en uno de esos vídeos tan cuquis de Plataforma per la Llengua). Todo esto de las reuniones y de repensar el asunto de cara a un nuevo rendez-vous podrá repetirse durante años y los barones sociatas se excusarán con Puigdemont recordándole que tiene dos opciones: seguir intentándolo con ellos o esperar a ver qué opina del tema un ministro de Vox.
Toda esta mandanga —pensará el lector con acierto— ya podía saberse antes de investir a Pedro Sánchez, pero los cráneos privilegiados de Junts necesitaban excusas de gran envergadura para evitar que alguien pensara que el presidente español se había investido "a cambio de nada", como tanto le gusta recordar a Míriam Nogueras. Dicho esto, y por mucho que vaya en nuestra contra, yo puedo entender la postura de los ministros europeos; la mayoría no solo se deben a la presión política del PP y de sus diplomados en la sombra (algunos de los cuales son catalanes y deberían explicar a su psicoanalista por qué sienten tanta alergia a poder hablar su lengua en el Parlamento Europeo), sino que algunos conocen perfectamente nuestro país y no ven por qué hay que elevar a oficial una lengua que va minorizándose incluso en su territorio natural. Si ellos no lo han logrado, deben de pensar, qué narices nos piden.
En este sentido, servidor es partidario de oficializar el catalán en Catalunya. Entiendo que, sobre el papel de la legalidad, eso ya es un hecho. Pero todos sabemos que las leyes son papel mojado si no tienen un correlato en el mundo de los hechos, y uno puede comprobar a diario como dirigirse a un médico o a un camarero en catalán provoca unas muecas de dolor indescriptible en la mayoría de los interlocutores del país. Por lo tanto, actuemos como europeos de pro, y apliquemos primero la medicina donde se encuentra el mal. Oficialicemos el catalán, convirtámoslo en imprescindible para vivir y trabajar en Catalunya, y así quizás seremos capaces de ir por el mundo con un poquitín más de diplomacia. Si la táctica es fiarlo a la burocracia española, los resultados seguirán implicando retener el esperma durante lustros. Según cuentan los urólogos, esto de la cosa tántrica es un mal negocio, porque tanta contención sexual acaba derivando en impotencia.