Las veredas son estrechas, muchas de ellas de tierra o losas, y flanqueadas por márgenes bajitos, como barandillas compactas. Pequeñas construcciones de piedra seca, perfectamente alineadas, que delimitan el recorrido de una gente que camina firme, en defensa de su tierra y la intrínseca autenticidad, en defensa de la isla. De faro en faro, Formentera late gracias a la gente que nació y que vive allí todo el año. La misma, que, demasiado a menudo, es la más olvidada.

Gracias a las personas que creen en la cultura y la arraigan, los recién llegados y los turistas pueden —podemos— todavía empaparnos de la realidad de un rincón de mundo que crece más rápido de lo que querrían los de casa. O quizás, más bien, es que ya no hay por dónde crecer, que los 83 kilómetros cuadrados de extensión dan para lo que dan. Es aquello de la gallina de los huevos de oro. La gente va buscando la genuinidad, pero cuanto más va menos encuentra porque al ir, la difumina.

Es aquello de la gallina de los huevos de oro. La gente va buscando la genuinidad, pero cuanto más va menos encuentra porque al ir, la difumina

En esta batalla continua de difícil equilibrio, hay puntales donde aferrarse, entidades que más allá del turismo de masas y de sol y playa (que ya está bien, pero quizás no haría tanta falta), hurgan en la historia y las tradiciones de las Pitiüses para que aquello que tanto la caracteriza no acabe siendo solo un recuerdo dentro de un álbum de fotos de la vida antigua. Obra Cultural Balear de Formentera o el Instituto de Estudios Ibicencos bogan siempre a favor del presente y lo hacen con un retrovisor de espejo bien limpio porque ya lo dice la canción: quien pierde los orígenes pierde la identidad.

La carretera que une ambos extremos serpentea desde Es Cap de Barbaria hasta la Mola, dos macizos que se elevan bruscamente de este a oeste, mientras las aguas turquesas golpean y rodean acantilados y arenas blanquecinas. También por encima de la vorágine y la masificación, despuntan las asociaciones que con rigor y estima cuidan un paisaje y una lengua y los defienden de los ataques, tanto de los sutiles como de los flagrantes.

Con dedicación y esfuerzo, organizan decenas de actos a lo largo del año (conciertos, exposiciones, conferencias, excursiones) y siempre con rigor y éxito de asistencia. Acuden desde vecinos hasta personas respetuosas que hablan francés, italiano, inglés o alemán y todas escuchan atentamente las explicaciones de los guías y artistas, que se dirigen en la lengua de Formentera. Como dice la camiseta de uno de los organizadores: 'En català, naturalment'. Y dentro de este naturalment está todo.

Más allá de las portadas de disco de Pink Floyd y Mike Oldfield, de la canción de James Taylor o la leyenda de Bob Dylan, tenemos también a los desaparecidos Pau Riba y Maria Mayans o la vitalidad y talento actual de Sant Genís i Mireia. Por encima de los visitantes venidos de todo el mundo, hay que cuidar también a los formenterenes, desde su transporte público hasta su maravilloso entorno. Y descalzarnos cuando vamos, para no pisar aquello legítimo y verdadero. El paraíso solo podrá seguir siéndolo si de la costa de Tramontana a la de Migjorn las lagartijas pueden seguir durmiendo su siesta verde y azul.