Uno de los estragos del procés que la política catalana todavía no ha resuelto es la sensación de que durante aquellos años se nos manipuló emocionalmente. Si durante el inicio de todo, solo era una desconfianza, con el encarcelamiento de una parte del Govern y el exilio del resto, la clase política independentista se lo hizo venir bien para extorsionarnos con delicadeza y justificar así el secuestro de nuestros votos. Conocimos a sus hijos, sus parejas llenaron listas electorales y la única estrategia política después de la renuncia fue denunciar la situación de injusticia que sufrían para esquivar la autocrítica y no rendir cuentas. Desde entonces, es complicado no acariciar la vertiente sentimental que tiene la vida política de cualquier país sin que a algunos nos salten las alarmas. Me ha hecho pensar en ello —salvando las distancias— "el estreno" del catalán en el Congreso. Quizás el de ayer es un buen episodio para aprender a tamizar la realidad política con argumentos.

El debate lingüístico ha quedado enfangado por la forma en que los partidos independentistas han sustituido la independencia por la lengua

Desde que Junts estableció sus condiciones para votar a Francina Armengol como presidenta del Congreso de los Diputados, el debate lingüístico ha quedado enfangado por la forma en que los partidos independentistas han sustituido la independencia por la lengua. En la post-Diada del 2021, el filósofo Joan Burdeus decía que "la idea es lamerse las heridas políticas con saliva cultural" y desde que Armengol fue escogida que no he podido pensar en otra cosa. Me parece que hoy no tiene que ser contradictorio ni anticatalán poder decir en voz alta estas ideas: que es un altavoz ganado que se pueda hablar catalán en el Congreso español, y que es un retroceso político que el PSOE utilice nuestra lengua para taparse las miserias, que los partidos catalanes jueguen la farsa de una España plurinacional que existe solo cuando los españoles nos necesitan y que Convergència vuelva a hacer de Convergència con el atenuante del exilio.

Hablar catalán en el Congreso español no es una mala noticia lingüística y por eso cuesta oponerse frontalmente a ella, pero no es una buena noticia política

Es una pena que la catalanidad empiece a ser sinónimo de maña en sospechar, pero ver a Gabriel Rufián hacer el ridículo en un atril no nos deja muchas más opciones. La lengua tiene un componente evidentemente sentimental, porque es nuestra herencia y es nuestra diferencia. La lengua vertebra nuestra identidad. Sin lengua no hay nación y por eso todo lo que habla del catalán e implica hablar catalán nos toca la fibra. Tiene que ser posible analizar racionalmente la escena de este martes sin caer en los "días históricos", sin sacar a pasear el "cargarnos de razones" al ver irse a los diputados de Vox y sin pensar que "tocar las narices a España" es una táctica política. Hablar catalán en el Congreso español no es una mala noticia lingüística y por eso cuesta oponerse frontalmente a ella, pero no es una buena noticia política. Lo es si la medida que utilizamos es el espacio que políticamente ganamos en España, pero si medimos el espacio que Catalunya se gana para ella misma, esto de este martes no es más que un premio de consolación.

No es que se hable catalán en el Congreso, es el uso político que hará Junts para redimirse de pactar con el PSOE y lo que hará el PSOE para diferenciarse de la derecha y blanquear siglos de represión

Hoy es la lengua. Mañana será cualquier otra cosa que a los catalanes nos hable de nuestro lugar en el mundo. Tener una mirada limpia sobre un día como este martes sin caer en tópicos sentimentales hablando de los padres andaluces como Rufián, ni pensar que Carles Puigdemont es un traidor porque ahora se habla catalán en el Congreso español sin que nada te chirríe, es la única manera de leerlo de cerca. No es que se hable catalán en el Congreso, es el uso político que hará Junts para redimirse de pactar con el PSOE y lo que hará el PSOE para diferenciarse de la derecha y blanquear siglos de represión lingüística contra los catalanes y es el peligro de que arraigue la idea que España es un lugar habitable para los catalanohablantes. Eso último es evitable desde la conciencia y la experiencia de todos los que lo somos, por eso no hace falta que nos engañemos pensando que de todo ello el PSOE no saca más que los votos para Armengol. Es un escaparate, una especie de experimento de marketing para ver si haciendo aflorar el conflicto lo pueden mantener bajo control y sacarle rédito, también de cara a una futura convocatoria de elecciones. Pronunciar discursos magnánimos evocando la lucha histórica para poder hablar en catalán en el Congreso español es una manera —otra— de taparlo. Al final, ponerse las set vetes para ir a hacer política a Madrid ya era un poco eso.