Un ictus con 93 años es siempre de gravedad. Y esta circunstancia solo acelera lo inevitable. El paso del tiempo es inexorable. La muerte nos espera a todos. Es morboso hablar de la muerte de una persona que todavía late. Pero como el president Pujol ha hablado, repetidamente, de su muerte, no me parece improcedente. De hecho —y en rigor— el president Pujol ha estado a un paso de ser un muerto en vida. A veces, peor. Un paria de quien casi todo el mundo renegaba.

Solo una exigua parte de los pujolistas han seguido a su lado. Y se van muriendo, como Espar Ticó. La mayoría se han apartado como de un perro con pulgas. Y otros, no pocos, se han sumado al linchamiento. Pujol ha sido, en buena medida, el chivo expiatorio. Más recientemente, el mundo más antipujolista ha pretendido comparar al president Pujol con el Rey Juan Carlos. Y si bien determinadas comparaciones pueden ser odiosas, esta lo es por un motivo muy obvio y que no se puede ignorar. Hay una diferencia sustancial entre uno y otro. Lisa y llanamente. El Emérito ha sido objeto secular de la protección de los aparatos del Estado que han tratado siempre de exonerarlo. Mientras a Pujol los aparatos del Estado han tratado de incriminarlo y han conspirado en su contra. Cuando menos, desde 2012. La chapuza andorrana es una evidencia tan bestia —y tan chusquera que da miedo.

Que en el entorno del president Pujol se perpetraron fechorías de las grandes y sucias queda dicho cuando él mismo ha dicho que pondría la mano al fuego por casi toda su familia. El casi es demoledor. Otra cosa es qué representa Jordi Pujol, que no es poco. Toda su trayectoria y su papel de Padre de la Generalitat autonómica.

En este país nuestro hubo un tiempo que se hacían unos funerales masivos tan sentidos y transversales que permitían asistir de corazón a homenajear a Durruti un día y cuatro días antes a Francesc Macià. Catalunya era Macià. Pero también Durruti y todos los crímenes que se ampararon bajo la bandera libertaria. O qué decir del Doctor Robert. Su funeral fue en aquel momento el más concurrido que se recuerda en la ciudad de Barcelona.

Un día, cada vez más cercano, tendremos que afrontar qué funeral se le hace a Jordi Pujol. Antes de 2014, no habríamos tenido dudas. El de Pujol habría sido un funeral de Estado. Y masivo. Y si Ayuso declaró tres días de duelo por la muerte de Isabel II, Catalunya —en justa correspondencia— ¿qué tiene que hacer por el presidente más icónico si dejamos de lado a Macià y Companys?

Si el deceso pasara mientras Aragonès preside, la decisión correspondería a los republicanos. Diría que de ser así, Pujol tendrá un funeral que no será de Estado porque no lo somos. Pero casi que dijo él. Si es con Aragonès al frente de la Generalitat, la respuesta gubernamental será infinitamente más desacomplejada. No solo compasiva. Si quedara en manos de Junts, todo sería más complicado. Algunos convergentes se han desmarcado hasta de su sombra para huir del legado más corrupto de CiU. Nadie quiere el sambenito del 3%. En cambio, Aragonès no ha sido nunca convergente. Y no solo no ha convivido con la corrupción, sino que la ha denunciado y combatido. No siente la necesidad angustiante de marcar distancias para que no lo salpiquen las sombras de un pasado lo bastante turbio para enterrar la marca CDC.

En este sentido, Jordi Pujol podría morirse sin ser juzgado. Aunque hoy el más interesado en ser juzgado es él mismo. Podría defenderse, sabedor —además— de que ni el juez instructor ni la Fiscalía podrán aportar una sola prueba concluyente contra él que no sea la presunción de haber mirado hacia otro lado, una hipótesis difícil de rebatir. Pero tanto o más difícil de demostrar fehacientemente.

Sobre el president de la Generalitat, Pere Aragonès, pesaría hoy la responsabilidad de enterrar a Pujol. A bien seguro que ya le ha pasado por la cabeza y que debe cavilar cómo afrontarlo. ¿La capilla ardiente estaría en un espacio público con todos los honores? La capilla Sant Jordi es pequeña. Allí no parece aconsejable. Aunque el lugar no es la cuestión.

¿Las banderas estarán a media asta evidenciando el luto nacional en plaza Sant Jaume? ¿La guardia de honor de los Mossos d'Esquadra velará el féretro con sus mejores vestidos de gala y arma larga que querría Miquel Sellarès, uno de los republicanos que a buen seguro estarán? ¿O será como el funeral de Durruti o Macià? Los tiempos han cambiado. ¿Pero casi? ¿A Pujol se lo enterrará con la dignidad que presumimos se merece un president de la Generalitat? ¿O pesará más la condena preventiva aunque no se lo haya juzgado?

El president Aragonès tiene aquí un dilema que afortunadamente podrá resolver con la serenidad de una trayectoria que no sufre ni por el 3 % ni por cambio o mutación de siglas.