A Carlos Herrera no es el primer Ondas que le dan, de hecho esta pasada semana recogía el sexto, dado que es uno de los grandes nombres de la radio española. No se había ni postulado y han sido los compañeros de profesión los que han decidido darle este último galardón por la contribución que ha hecho con su programa a “la identidad” de la cadena COPE. Cuando menos así es como lo comunicaron.

Se acostumbra a decir que un país tiene los dirigentes que se merece y supongo que lo mismo ocurre con respecto a los comunicadores de éxito; pero en uno y otro caso el panorama español es muy muy poco satisfactorio

De hecho, y espero que sea verdad porque lo he leído y no lo he contrastado, es el presentador que más oyentes tiene: casi dos millones y medio de seguidores. Una gran cifra o un gran disparate, depende de cómo se mire, y yo me lo miro desde esta segunda vertiente. Evidentemente no puedo en absoluto negar el éxito ni su capacidad de comunicación, las cifras lo avalan; lo que no entiendo es el premio. Sin ir más lejos, su discurso de este lunes hablando del cambio climático ha sido vergonzoso. Y no lo digo porque haya hecho una buena confluencia entre las diferentes posturas, sino por la falta de respeto con la que se ha referido a la activista Greta Thunberg. Muy chapucero, muy poco educado, muy poco profesional y muchas otras cosas mucho más gordas que no quiero escribir. De hecho se le nota una gran distancia con el personaje y la personalidad de Greta, un abismo diría yo, empezando por los datos biológicos de edad y sexo y acabando por los biográficos de contribución a la humanidad. Quizá es todo eso lo que lo perturba a él, pero nada justifica la rabia y el insulto gratuito; menos todavía en un gran comunicador, menos todavía, a mi entender, en un medio de la Iglesia.

Se acostumbra a decir que un país tiene los dirigentes que se merece y supongo que lo mismo ocurre con respecto a los comunicadores de éxito; pero en uno y otro caso el panorama español es muy muy poco satisfactorio. Ya sabemos que los premios no tienen por qué ser indicativos de nada, pero al mismo tiempo son un buen elemento para juzgar qué tipo de valores son los que está reconociendo un determinado sector profesional, y también la sociedad en su conjunto. Y desde esta perspectiva, y con respecto a no pocos premios de los últimos que se están dando, no puede ser el panorama más decepcionante. De hecho la imagen que me viene a la cabeza es la de una España negra, oscura, triste y opresora que parecía que había desaparecido y, en cambio, lo único que hacía era dormir para coger fuerzas.