Cada vez cuesta más defender que Junts no ha renunciado a la unilateralidad, por mucho que Carles Puigdemont se esforzara en remacharlo en el discurso de ayer. Hacía tiempo que Catalunya no veía una colección de pichas convergentes tan erguidas como la de después de la intervención del presidente legítimo en Bruselas. Él sabe que tiene que decir algo muy gordo para pactar tranquilamente con el PSOE. Es triste, pero después de la experiencia del procés, cualquier palabra grandilocuente es para muchos una alarma. En política, sobre todo en política catalana, la pompa, la vehemencia y el intento de convertir cada discurso en un punto de inflexión para la historia del país es un indicador de que la realidad está pasando en un plano soterrado. Que una parte del electorado catalán se relaciona con sus partidos desde la desconfianza o, peor todavía, desde la indiferencia, es un hecho que constatan las cifras de la abstención en las últimas elecciones. Una parte de este electorado, sin embargo, todavía está dispuesto a vivir instalado en el plano que la clase política —en este caso Carles Puigdemont— les prepara palmo a palmo sin cuestionarse si hay algo más. Ayer lo miraba —el tono, el sentido de trascendencia histórica forzado, la caricia sentimental calculada— y solo podía pensar en Artur Mas, que fue el primero en hacer lo que hasta entonces había hecho ERC añadiendo una pizca de épica. Con razón salió Xavier Trias a felicitar a Puigdemont.

En política, la ingenuidad es pecado y el precio a pagar es volver a ser los que limpian los meados a Convergència habiéndoles allanado el camino inconscientemente

Estos días es imposible no sentir compasión por los republicanos, que se pasean por la opinión pública como si alguien les hubiera robado el desayuno. Primero el PSOE les dio gato por liebre durante una legislatura sin obtener nada —o sin obtener nada que pudiera explicarse en Catalunya como una victoria— y ahora la aritmética política ha dado la oportunidad a Junts de reagruparse en torno a Puigdemont, negociar con el Estado y hacerlo sin ser tachados de colaboracionistas. La retórica convergente sabe ponerse por encima de la realidad y, mientras tanto, Joan Tardà hace tuits de señor enfadado que todavía espera una disculpa desde las filas de Junts por los reproches e insultos recibidos. En política, la ingenuidad es pecado y el precio a pagar es volver a ser los que limpian los meados a Convergència habiéndoles allanado el camino inconscientemente. Si ahora puede salir Carles Puigdemont a ofrecer unas condiciones para el pacto que ya no ponen la autodeterminación como escollo principal, es decir, que ya no ponen el referéndum como condición central para investir a Pedro Sánchez, es porque, después de la nefasta agenda negociadora de ERC, una solución individual camuflada de amnistía y una serie de reconocimientos y garantías ahora ya parecen una medalla.

Si desdibujamos, por desesperados y melindrosos, que Puigdemont es tan culpable como el resto de la clase política de desbaratar una oportunidad de oro para liberarnos de España, volveremos al punto de partida

Son unas condiciones que Junts ha sabido y querido aprovechar porque las circunstancias les permiten unir sus dos almas en una sola: la convergente "de piedra picada", como dirían ellos, decorada con la aureola de gran líder de Puigdemont, que les transporta a tiempos más felices, y la que todavía habla del "mandato del 1-O" como si se tratara de un manuscrito que Carles Puigdemont tiene guardado bajo llave en un baúl debajo de la cama. El presidente juega —y me parece que lo sabe— con una herida que su condición de exiliado ha mantenido abierta en el pecho de una parte del electorado catalán. Todavía hoy —todavía ayer— para muchos es un recordatorio de hasta dónde el estado español está dispuesto a llegar para tenernos a raya. Es el candado sentimental que mantiene en un rincón del corazón de muchos catalanes una rabia viva que los reconcilia con 2017 y con su condición de independentistas. También es una trampa, porque si esta llaga pasa por encima de los hechos, si olvidamos el "para que vuelva el president hay que votar al president" y el president no volvió, si desdibujamos —por desesperados y melindrosos— que Carles Puigdemont es tan culpable como el resto de la clase política de desbaratar una oportunidad de oro para liberarnos de España, volveremos al punto de partida. Es de eso de lo que habla Jaume Asens cuando habla de la amnistía para "poner el contador a cero", es a eso a lo que se refiere el president Aragonès cuando se pasea por los platós de televisión cantando las maravillas del pacto fiscal, y es eso lo que hace Carles Puigdemont cuando está dispuesto a negociar una investidura con Pedro Sánchez como si, de alguna manera, eso nos acercara a la independencia.