"En nuestro país, toda persona que hace algo, que tira adelante, que se mueve, que tiene una u otra ilusión, es envidiada, odiada, sometida a un proceso clandestino o público de tendencia implacable, terrible. Eso es un hecho observable por todas partes, la aceptación de un valor personal auténtico, de una capacidad para la acción, de una vitalidad poderosa, crea un aura de admiración. En Catalunya es al contrario. Solo la mediocridad es socialmente plausible". Temiendo ser el perfil que aquí retrata Josep Pla, los catalanes —unos cuantos, pienso— vivimos con la confrontación de dos voces dentro. Una nos dice que huyamos de ser la caricatura del catalán cerrado y oscuro, gruñón, amargado. Nos dice que huyamos de ser el perfil de catalán que ve el triunfo de los demás como una amenaza y su alegría como un ataque. Nos dice que evitemos ser como nos describe Pla. Esta voz disputa el alma a la que nos susurra que todo el mundo tiene que poder ser objeto de crítica, que las ganas de explicarnos al mundo no tienen que ahogar los debates que nos estructuran como país y que tenerlos no es sinónimo de falta de vitalidad, sino al contrario.

Rosalia no nos da lo que queremos pero tampoco nos quita nada de lo que ya teníamos. No nos esconde pero tampoco nos utiliza plenamente para explicar su arte al mundo

Evidentemente —nada evidentemente— esto me nace a raíz del vídeo de Rosalia con Rauw Alejandro e Ibai. Ella explica que su chico aprende catalán para entender a la familia catalanohablante de ella, e Ibai —que hace seis años que vive en Catalunya— dice que lo habla "un poquito". Al final, se intercambian dos palabras en esta lengua nuestra y con eso ha sido suficiente para levantar los elogios de una parte de los catalanohablantes, la parte con el estómago tan pequeño que comiéndose unas migajas tiradas con gracia ya se queda saciada, supongo. Pero esta columna no es para ridiculizarlos. Es para hablar de cómo y a qué coste los catalanes estamos dispuestos a aceptar que alguien que canta en castellano pero al mismo tiempo se proyecta al mundo sin esconder su catalanidad se dedique a hacernos refuerzo lingüístico intermitente.

Esta semana también se ha viralizado un corte de vídeo donde la fotógrafa Marta Mas explica en qué consiste el "castigo-caramelito". Dice: "Una persona que te hace muchísimo caso o que te hace caso y te lo retira cuando toca, lo que hace es que necesites esta aprobación y esta validación. Lo que tienes en frente es una persona que te ha hecho sentir muy sola y muy vulnerable porque te ha dado la atención que necesitabas en el momento indicado y te la ha sacado en el momento indicado". Desde que Rosalia publicó "Milionària", una parte de su público catalán espera la próxima canción en catalán, la lengua que ella no se esconde nunca de decir que es la que habla en casa. Desde entonces, la sensación que nos colocó en el centro del mundo artístico sin pedirnos nada a cambio nos tiene a la expectativa. En Motomami no hay ninguna canción en catalán y, como diciéndonos que no nos da lo que queremos pero tampoco nos olvida, entró una nota de voz de su abuela, en catalán, al final de G3N15 —a mi parecer, haciéndose perdonar—. En las entrevistas explica de dónde viene, cuál es su pueblo y su comarca. Cuando tuvo la oportunidad de diseñar unas bambas con Nike se inspiró en las alpargatas. De vez en cuando, si hay suerte, veo pasar un tuit suyo en la lengua de Pompeu Fabra. No nos da lo que queremos pero tampoco nos quita nada de lo que ya teníamos. No nos esconde pero tampoco nos utiliza plenamente para explicar su arte al mundo. Nos tiene deslumbrados por la vanguardia y oímos que quien mueve la música hacia un lugar desconocido es de los nuestros porque lleva alpargatas, pero en lo que hace no nos acabamos de reconocer del todo.

En realidad, sin embargo, nuestra admiración exagerada no es más que un síntoma de estos males porque, a base de caramelitos, hemos ido rebajando las expectativas

Me parece que poder escribir esto y explicar el uso que alguien como Rosalia hace del catalán sin cantar en catalán no tiene que convertir nadie en un cómplice de la mediocridad, en desertor de una vitalidad poderosa ni en enemigo de las auras de la admiración, en términos planianos. Ella hace marketing simpático para no perdernos y para no perderse, y nosotros nos adherimos a ello porque después de años —siglos— de pisotones, que alguien no se esconda y no nos esconda, nos parece remedio de todos los males. En realidad, sin embargo, nuestra admiración exagerada no es más que un síntoma de estos males porque, a base de caramelitos, hemos ido rebajando las expectativas. Decir eso —que la ilusión desmesurada que nos hace que alguien que ha triunfado no nos olvide es fruto de haber renunciado al pastel grande— no convierte Catalunya en un país de envidiosos ni de mediocres, aunque lo puede ser en tantas otras cosas. Lo convierte en un país de gente que no acaba de estar cómodo siendo un ornamento. Un país de gente consciente de que todo lo que ama merecería algo mejor que un escaparate ocasional. Un país de gente que, si Dios quiere, todavía conserva un poco de autoestima.

En términos lingüísticos, nosotros no hemos ganado nada. Que nos contenten pequeñeces cada vez más anecdóticas quiere decir que quien sí que gana nos tiene exactamente donde quiere

"Es que nunca os parece nada bien". "Es que siempre estáis enfadados". A mí me parece bien el producto que me ofrece Rosalia y puedo sentir euforia de la buena escuchando "Bizcochito" por la calle. Lo que no me parece bien es que el complejo de inferioridad sea tan grande que criticar cualquier aspecto de un catalán triunfador, me vuelva automáticamente en una avinagrada incapaz de reconocer el talento. No me parece bien que el miedo al estereotipo me tape la boca. No me parece bien que los mismos que se llevan las manos a la cabeza cuando huelen un poco de catalanofobia trabajen a favor de la caricatura del catalán gruñón e insatisfecho, como si la satisfacción no fuera el premio de quien ha ganado alguna cosa. En términos lingüísticos, nosotros no hemos ganado nada. Que nos contenten pequeñeces cada vez más anecdóticas quiere decir que quien sí que gana nos tiene exactamente donde quiere.