Hay refugios donde poder ser tú misma. Unos pocos duran un suspiro, otros se alargan un poco más. Algunos son personas y no lugares, y varios más flotan en la memoria y no son ni humanos, ni espacios físicos. Simplemente, son. Un concierto se puede convertir en uno de estos rinconcitos donde reír, llorar o bailar como si nadie te estuviera viendo. Un oasis donde dejarte llevar por las emociones, ya sea en solitario o acompañada por amistades, pareja o personas desconocidas con quienes acabas compartiendo un trozo de vida común con solo una mirada de reojo. Porque todos hemos estado dentro de alguna de sus letras. Porque hay canciones que nos unen más allá del origen o el conocimiento. Canciones en las que te podrías quedar a vivir. Canciones como las de Ismael Serrano.
El cantautor madrileño llenó el Palau de la Música Catalana, de la mano del Guitar BCN, en su gira sinfónica: un pequeño sueño de juventud que se ha hecho mayor y real con los extraordinarios arreglos y la dirección musical del mallorquín Jacob Sureda, pianista habitual de Serrano que para esta ocasión especial aparca las teclas y coge la batuta. En Barcelona, fue la Orquesta Sinfónica del Vallès quien se puso a sus órdenes —con una interpretación de fuerza y delicadeza maravillosas— y, con ella, la voz de Ismael resonó con más exquisitez y finura, gracias a la libertad de poder concentrarse solo en cantar. Su inseparable guitarra es la gran damnificada de esta gira, aunque en algún momento puntual reaparece porque, qué sería de sus canciones sin este instrumento... y qué sería de ella sin que él la abrazara.
Acercándose a los treinta años de carrera, Ismael Serrano nos presenta un repertorio sinfónico que es refugio inmaterial
Acercándose a los treinta años de carrera, y habiendo superado el medio siglo de vida, el cantautor de Vallecas ha escogido trece temas del centenar largo que ha publicado y los presenta envueltos con el brillante celofán de violines, violas y violonchelos, flautas traveseras, clarinetes y oboes, trompas o percusiones. Un viaje más allá del de Rosetta, con paraísos desiertos incluidos. Si hubieran sido otras trece las canciones escogidas, tampoco habría pasado nada. Su repertorio es igual de bonito como extenso y, a pesar de echar de menos algunas, no está de más ninguna de las que aparecen. Curioso que del álbum Acuérdate de vivir no desgranara ninguna (quizás ya ha barrido completamente toda aquella ceniza que aparecía, la palabra más repetida de aquel trabajo), ni tampoco del siguiente —su resurgimiento emocional, el ave fénix— Todo empieza y todo acaba en ti, entre otras ausencias. Igualmente significativo es también que, dentro de este Sinfónico, los discos que están más representados sean el primero, Atrapados en azul, y el último, La canción de nuestra vida: entre los dos aportan seis de las trece piezas —tres y tres— de este recopilatorio orquestal. Medio disco, media vida.
La música en directo es siempre remanso donde descansar y revisar el alma. Allí, podemos dejar de remar un rato y esquivar las aguas bravas del día a día. Asistir a un concierto de Ismael Serrano es entrar en una burbuja que dura hasta al cabo de unos días y que no querrías tener que pinchar nunca. Debe ser consciente de ello y quizás por eso los alarga tanto, para que podamos recrearnos en ellos antes de reanudar el camino. De hecho, sabes cuándo entras pero nunca exactamente del todo cuándo saldrás: su duración es otro principio de incertidumbre. El refugio inmaterial que entre todos construimos el pasado jueves en el Palau contenía mensaje reivindicativo —como corresponde a la canción de autor— y a los asistentes nos permitió creer en el sentido de la lucha y la memoria y en la verdad del amor. Él pone el dedo en la herida y después te la cura. Veneno y antídoto al mismo tiempo. Un repertorio que, de tan conocido, esencial y querido, ya forma parte de la dimensión de los seres vivos. Canciones con vida propia.