Los de Puigdemont pueden ser muchas cosas dependiendo del día. Pero son un partido democrático y socialmente homologable con cualquier fuerza de centroderecha europea. Josep Rull, quién sabe si candidato de Junts en febrero del 2025, no solo no tiene nada que ver con la extrema derecha, sino que Rull es un socialdemócrata de cabo a rabo. Además de buenazo. Ojalá hubiera cientos como él. A Jaume Giró —con una exitosa carrera profesional— le reprochaban que viniera de La Caixa, como si eso fuera pecaminoso cuando quien más quien menos todo el mundo ha pasado por las Torres Negras a comer en la mesa de Fainé. Hay cierta ligereza en determinadas afirmaciones. Hay tópicos y prejuicios. A menudo, hipocresía.

Otra cosa es la tentación de Junts de alinearse o flirtear con discursos populistas y de utilizar el fenómeno de la inmigración electoralmente. Sin manías ni complejos. Pero en eso no están solos. Ni mucho menos. Solo hay que recordar la posición de alcaldes metropolitanos de la izquierda (Rubí o Badalona), como respondieron a la posible ubicación de centros de menas. En el primer caso, con manifestación incluida en plena campaña electoral. O Albiol en Badalona cuando entra en campaña jugando la carta de la inmigración a fondo. El drama es que le funciona de cine. También es cierto que en Badalona, a la izquierda, la ha penalizado el caos. Por no recordar el espectáculo del alcalde dimisionario en plena pandemia. Pero también está la incapacidad de superar el discurso de Albiol, planteando uno propio que dé respuesta a la situación que se vive en no pocos barrios populares. Ahora, feudos de un Albiol que lo peta fuerte.

Ahora bien, lo que es del todo reprobable y oportunista es vincular inmigración a delincuencia o a multirreincidencia. Porque si bien eso no te hace de extrema derecha, sí que alimenta un discurso con el que coquetea la peor derecha. No es de recibo poner el acento precisamente aquí. Ni riguroso. Y no solo porque los datos no corroboran esta tesis, sino porque el reto mayúsculo que como país genera el fenómeno masivo de la inmigración es colosal en todos los ámbitos.

Mienten los portavoces juntaires, deliberadamente, cuando reprochan a los otros (como mínimo a republicanos, comunes y cupaires) de no querer asumir la gestión de la inmigración desde la Generalitat basándose en una resolución de traspaso de competencias que fue rechazada en el Parlament. Pero lo que no dicen es que fue rechazada porque vinculaba inmigración a delincuencia. Por lo tanto, faltan clamorosamente a la verdad.

El traspaso de competencias en inmigración sería más que deseable, pero la irresponsable manera de presentarlo de Junts hace pensar que priorizan el ruido mientras vierten al independentismo a ser percibido como identitario

Exageran —por no decir que mienten descaradamente— los portavoces de Junts cuando aseguran que han pactado el traspaso integral de competencias en inmigración. Ni remotamente. El traspaso tiene tanta concreción como el acuerdo de investidura de Pedro Sánchez. Entonces pactaron el desacuerdo. Ahora, ni eso. No hay ningún tipo de concreción más allá de la complejidad del tema y de una futura ley orgánica que a saber qué dice. Ciertamente, el traspaso/asunción de competencias en inmigración sería más que deseable. Pero la irresponsable manera de presentarlo de Junts hace pensar que priorizan el ruido —réditos electorales— mientras vierten al independentismo a ser percibido como identitario.

Como tampoco se sabe qué han pactado a ciencia cierta con respecto a la publicación de las balanzas fiscales. Una medida que también sería conveniente, por pedagógica, como lo fue en tiempo de Zapatero. Es más empaque que otra cosa. Finalmente, el impulso sobre el retorno de empresas después de la cafrada de las sanciones también es una iniciativa que no han podido jugar más torpemente. En este punto, además, han ido descaradamente a hacer ruido y basta. Sabían que el despropósito no es que no tuviera recorrido. Era del todo contraproducente. Lo único que hacen con esta chapucera gesticulación es dejárselo en bandeja a la derecha española y a los García-Page de turno que, al mismo tiempo, hacen la pelota a Junts.

Llegados aquí, es lógico preguntarse si hay algo sustancial más allá de la agitación y propaganda —como modus operandi— talmente como si fueran el incipiente independentismo de los años ochenta. La deriva delata una huida adelante que solo puede empujar el país y el independentismo hacia atrás.

Puigdemont (Junts) ha cambiado diametralmente de estrategia. Por mucho que quieran negar la evidencia para no admitir la farsa de los últimos años. De predicar compulsivamente que a Madrid se iba a desestabilizar el Gobierno del PSOE-Podemos como máxima totémica, a pelearse por pactar y querer reivindicarse como los campeones del peix al cove. Lo que no han modificado es la táctica del ruido y la astracanada. Es más, la han intensificado para disfrazar el cambio estratégico que tanto habían reprobado.

Tras la acentuación del discurso migratorio de Junts, poniendo el foco en la delincuencia, es inevitable ver un giro descaradamente electoralista. A conciencia, al agrado del viento que recorre Europa. La posición sobre la inmigración es sin duda uno de los temas que determina el voto.

Con las peculiares derivadas que se viven en Catalunya. Ahora también de forma visible en el seno del independentismo. En particular, por el pánico que genera que se propagara el efecto Ripoll. Orriols es alcaldesa gracias, sobre todo, al mordisco electoral que le ha hecho a Junts. Y, finalmente, a su complicidad en la investidura. He aquí la madre del cordero.

Claro que hay que abordar debates como la multirreincidencia. Claro que a veces hay una izquierda que parece hacer poesía en lugar de dar respuestas. Claro que la gestión de la inmigración es de primordial importancia. Pero claro también que cuando se pone el foco en la delincuencia, se te ve el plumero.