Catalunya es un camión volcado en la AP-7, y no hablo únicamente del vehículo mastodóntico que naufragó ayer sábado de madrugada entre Sant Celoni y Vallgorgina, provocando retenciones kilométricas durante horas, justo cuando los domingueros se disponían a huir de Barcelona hacia el norte. Hablo del camión que se desploma cada semana, de naranjas y mandarinas en el caso más reciente, y que hoy o mañana llevará por el mundo cerditos sopranistas, fajas elásticas o bolsas con nauseabundos palitos de surimi. Catalunya es este semirremolque con la panza destripada y las familias paradas en los vehículos mirándoselo con el único consuelo de las vistas al Montseny y la compañía de los humoristas del procés que se ganan el sueldo en la radio. En las recurrentes imágenes de coches enfangados en muchas rieras del Maresme, los compañeros de TV3 ya se han acostumbrado a sumar un nuevo vehículo mártir nacional: el camión de la AP-7.

Los políticos celebraron la liberación de la autopista del Mediterráneo y la supresión de los peajes como un hito nacional, casi un preámbulo a la independencia. Pero han hecho falta pocos meses para comprobar de nuevo cómo el Govern no es capaz ni de gestionar el caminito de una simple autonomía española. Conocíamos desde hace unos cuantos años este traspaso de gestión. ¿Nadie preludió el aumento del tráfico en la autopista, camiones incluidos? ¿Nadie obró en consecuencia con el fin de urdir un plan de emergencias de más rapidez? El camión de la AP-7 volcó pasadas las cuatro de la madrugada y hasta media tarde no se pudo restablecer del todo la circulación. Ahora la culpa no es de España y de sus peajes (de hecho, nunca fue el caso; el apoquinar de las autopistas tenía origen en cajas y bancos de catalanísima genética): pero no veréis ni un solo responsable gubernamental ofreciendo explicaciones al común.

Muchos de los usuarios de la AP-7 rezan soto voce para que la administración vuelva a poner peajes

La cosa haría llorar si la escena de cada semana solo afectara a la movilidad del millón y medio ciudadanos que tienen la simple pretensión de marcharse unos días a hacer el memo abrazando ficus por el bosque. Pero deriva en pura indignación si pensamos que todo esto afecta a la seguridad de todos los conductores, incluidos los transportistas. En este aspecto, solo hay que habitar una horita en automóvil esta vía para saber qué quiere decir ir con canguelo por el mundo. De hecho, muchos de los usuarios de la AP-7 rezan soto voce para que la administración vuelva a poner peajes. Resulta toda una metáfora: soñamos una política mucho mejor, y ahora quién sabe si acabaremos abrazando el autonomismo aunque sea aflojando la mosca. Pero eso no parece importarle a nadie, pues Pere Aragonès y compañía se encuentran inmersos en buscar alianzas para los presupuestos y cualquier nimiedad de los mortales les parece subsidiaria.

Eso de los presupuestos también es una cosa magnífica. Finalmente, Aragonès y Salvador Illa ya no marean la perdiz y el PSC ha decidido salir del armario como socio preferente de los republicanos en Catalunya. Ayer mismo, la portavoz sociata, Alícia Romero, afirmaba toda satisfecha que apoyaría las cuentas del Govern bajo la condición de acelerar el proyecto Hard Rock y la ampliación del aeropuerto de El Prat. Este cambio de cromos es una cosa fantástica, y manifiesta que a los españoles todavía les hace cierta gracia eso de ir humillándonos poco a poco. Tú me das un parque temático, chato, y yo te apruebo los números. Salvador Illa se lo está pasando muy bien y no me extraña que se deje entrevistar en La Vanguardia a raíz de su debilidad por el running. Si quieres quedamos un día y hacemos unas tiradas de 5.000, Salvador, y así de paso hablamos una pizca de la lógica de Hegel y de tu futura presidencia.

Es una lástima que muchos conciudadanos tengan que ver este camión cada semana y que el vehículo de turno en cuestión, adorablemente penoso como una ballena perdida, los haya acabado convenciendo de volver a votar socialista; puesto que siempre será mejor un español que haga funcionar mínimamente el país que un independentista que se empeñe en hundirlo. ¡Qué cruz de gente, virgensanta! En casa todavía tenemos fe y subimos al norte en tren, que es lo mismo por lo que a la sordidez se refiere, pero, por lo menos, con un índice menor de mortandad. Una vez en Caldes, faltaría más, cogimos un taxi, porque al Empordà siempre tienes que llegar como un señor y, ya que los xaves más pesados venimos a tocar los cojones a los indígenas de una forma espantosa, cuando menos hay que tener la delicadeza de pagarles las fiestas. Hace mucho frío, se está de cojones; este país es de las pocas cosas que todavía no nos han robado los procesistas.