Cuando tras el 20-D los dirigentes políticos afirmaban enfáticamente que había que evitar repetir las elecciones, mentían como bellacos: en realidad, sólo pensaban en las elecciones. Desde el minuto en que se cerró el escrutinio, todos los partidos sin excepción comenzaron a prepararse para el desempate. El escenario de la repetición electoral se apoderó de todas las estrategias y determinó todos los movimientos. Entre diciembre y mayo, no hubo en España una verdadera negociación para formar gobierno: lo que hubo fue una batalla posicional en el marco de la precampaña para unas elecciones que se daban por descontadas. 

Ahora la situación es distinta. Dicen que les da espanto una tercera votación y, por una vez, dicen la verdad. Son torpes, pero no tan idiotas como para no saber que eso equivale a apretar el botón nuclear: si en diciembre se abren las urnas de nuevo, la “hostia de proporciones bíblicas” de la que habla Pablo Iglesias resultará una caricia comparada con el correctivo que los ciudadanos aplicarían a los culpables.

No existe una mayoría alternativa, aunque algunos aún fantaseen con la extravagante suma PSOE+UP+ERC+CDC+PNV (178)

 Eso es una ventaja: esta vez es cierto que nadie quiere elecciones. Otra ventaja es que el panorama se ha aclarado mucho: Hay un ganador claro y se acepta que corresponde gobernar al PP. Ha decaído el veto personal a Rajoy como palanca negociadora. Y no existe una mayoría alternativa, aunque algunos aún fantaseen con la extravagante suma PSOE+UP+ERC+CDC+PNV (178). Son delirios veraniegos de los adictos a darle a la rosca. De hecho, el PSOE y Podemos ya han interiorizado que les toca cohabitar en la oposición. 

Se conoce, pues, qué partido debe gobernar (el PP) y quién debe presidir ese gobierno (Rajoy). Ahora se trata de encontrar el  camino que conduzca a ese resultado y evite la hecatombe de las terceras elecciones. No queda otra: nos gustará más o menos, pero este menú consta de un solo plato. 

La experiencia me ha enseñado que en la política como en la vida, cuando la situación es compleja y la solución no está clara, lo mejor es hacer lo natural. Ello no garantiza el acierto, pero disminuye mucho el margen de error. 

En estas semanas desde el 26-J se están haciendo algunas cosas que no son naturales y que, a mi juicio, están entorpeciendo el camino hacia la formación de gobierno: 

Rajoy pretende anular a su único aliado natural, que es Ciudadanos, y cargar toda la presión sobre los hombros de su adversario natural, que es el PSOE. Está permitiendo que la competición por el espacio del centro-derecha estorbe la construcción de la mayoría lógica de gobierno. 

En el PSOE, la cuestión de la investidura de Rajoy se ha convertido en un elemento más de la lucha por el poder interno entre los partidarios de Pedro Sánchez y sus adversarios. Una parte del futuro congreso del PSOE parece estar jugándose entre el “No es no” y el “de entrada, no”. Mezclar el problema del gobierno de España con la contienda orgánica es una muy mala idea; si se prolonga y se enquista, puede tener efectos nefastos para el país y para el partido. 

Si Rajoy quiere despejar el camino hacia su investidura, lo recomendable es que siga el camino natural, el que tomaría cualquier político europeo en su lugar: 

Primero, que deje al PSOE en paz. Tienen razón los socialistas cuando arguyen que no son ellos quienes han de resolver el problema de la investidura de Rajoy -al menos en esta fase. Seguir presionándolos por tierra, mar y aire no facilita las cosas y sólo sirve para que la herida interna que tienen abierta se gangrene y los conduzca a cometer alguna estupidez.  

Que se siente con Ciudadanos y establezca un acuerdo sobre el programa de gobierno que permita al partido de Rivera dar su voto favorable a la investidura. Que ello desemboque en un gobierno de coalición o en un pacto de legislatura, es asunto suyo mientras ambos se comprometan a dar estabilidad a ese gobierno. 

Para empezar a engrasar los pasos siguientes, ese programa debería incorporar algunas propuestas sustanciales del acuerdo que firmaron en su día Ciudadanos y el PSOE. Propuestas que son sensatas y asumibles para el PP. 

Debería acompañarse, además, de otros tres elementos clave: 

a) Un compromiso para abrir inmediatamente el proceso de la reforma constitucional, al que, obviamente, deberían incorporarse tanto la izquierda como los nacionalistas. 

b) Garantías adicionales sobre el control parlamentario del gobierno por la oposición. Eso incluye una composición equilibrada de la Mesa y una figura consensuada para la presidencia de la Cámara. 

c) Una disposición efectiva del PP para dar pasos verdaderos y visibles de regeneración política, incluidos algunos sacrificios humanos que se han hecho ineludibles. 

Con eso, Rajoy obtendría el encargo del Rey y podría presentarse ante el Congreso con 170 votos favorables. En su discurso –y esto es clave- debería anunciar que ese será su primer y único intento. Si es elegido, gobernará. Y si no, se habrá puesto en marcha lo que Sánchez llama “el reloj de la democracia” (que en este caso es una bomba de relojería) y nos encaminaremos hacia las elecciones. Pero es esencial, a mi juicio, que el candidato corte de raíz cualquier ilusión de someterlo a varias investiduras fallidas antes de darle el salvoconducto a la Moncloa. Así todo el mundo sabrá a qué atenerse y cada uno podrá medir exactamente el alcance de su voto. 

Lo normal es que tras la segunda votación de la investidura, o hay gobierno o hay elecciones. Es una estación término

A ser posible, que se haga un debate de investidura civilizado, sin provocaciones innecesarias. Lo normal es que el candidato pierda la primera votación. Y ahí se abre un plazo de 48 horas para hablar y para reflexionar, sabiendo que ese plazo es una estación término: tras la segunda votación, o hay gobierno o hay elecciones. 

En esas condiciones, ¿habrá 171 diputados dispuestos a repetir su voto negativo sabiendo lo que ello significa? Si los hay, es que definitivamente nos hemos vuelto locos y este país no tiene remedio. 

Sí, ese será el momento en que el PSOE deba tomar una decisión; pero no antes. Y debe tomarla el secretario general con su comisión ejecutiva, no un cónclave de barones territoriales ni otro confuso ejercicio de supuesta democracia directa. Que sopese lo que está en juego y asuma toda la responsabilidad que de ella se derive. Que esa decisión se cumpla sin rechistar, como corresponde a una organización madura y de larga cultura orgánica. Y que nada ajeno la condicione salvo la opción pura y desnuda, to be or not to be: o gobierno o elecciones. Ya llegará el momento en que haya de responder por ella ante la sociedad y ante su partido. 

Eso es lo natural. Es lo serio. Y además, estoy convencido de que sería lo más efectivo para llegar a puerto sin males mayores y sin que nadie tenga que suicidarse o arrastrarnos a todos al precipicio. 

El caso es que, conociendo el percal, tengo pocas esperanzas. Yo expongo la idea y a continuación apostaría doble contra sencillo a que no sucederá. Pero la vida te da sorpresas…