“España va a seguir adelante. Con determinación, con esperanza, lo haremos juntos; conscientes de nuestra realidad histórica y actual, de nuestra verdad como Nación. En ese camino estará siempre la Corona; no solo porque es mi deber como Rey, sino también porque es mi convicción”.

El tradicional mensaje navideño que ha hecho este año el rey Felipe VI marca un punto de inflexión en la política española porque voluntariamente el monarca ha desubicado al jefe del Estado de la neutralidad que le corresponde para situarse al frente de una trinchera. La intervención del monarca ha sido realista en el doble sentido de constatar su angustia por cómo ha evolucionado políticamente el país, y porque necesita actuar en defensa propia. Y Felipe VI ha decidido tomar partido contra la mayoría que gobierna España, que por primera vez marca una tendencia claramente republicana. De la misma forma que el 3 de octubre de 2017 Felipe VI se pronunció contra la mayoría democráticamente expresada de los catalanes, ahora lo ha hecho contra la mayoría democráticamente expresada por los españoles y eso, tarde o temprano, tendrá consecuencias.

Ni que decir tiene que el prestigio de la monarquía española ha caído en picado, principalmente por la corrupción y los escándalos de los miembros de una familia poco virtuosa, pero también por los gestos poco medidos del propio Felipe VI, que se ha visto rápidamente reivindicado e identificado con las fuerzas más reaccionarias que, por algún motivo, es de quien recibe siempre las ovaciones más ruidosas.

De la misma forma que el 3 de octubre de 2017 Felipe VI se pronunció contra la mayoría democráticamente expresada de los catalanes, ahora lo ha hecho contra la mayoría democráticamente expresada de los españoles

Ante esta situación, Felipe VI podía haber intentado recuperar aquella amistad que practicó su padre con representantes progresistas y nacionalistas, desde Santiago Carrillo a Josep Tarradellas e incluso Jordi Pujol, que siempre mantuvo cierta relación de cordialidad y de complicidad con el monarca anterior. Sin embargo, Felipe VI ha hecho lo contrario y en vez de “ensanchar la base” ha actuado a la defensiva. Temeroso por las influencias de las fuerzas republicanas emergentes en las instituciones del Estado, ha preferido refugiarse en los apoyos que cree tener asegurados, envolviéndose con la bandera de la unidad. Es comprensible que el rey abandere la unidad, al fin y al cabo el rey, como símbolo de la unidad, es el único argumento que justifica la existencia de la monarquía, pero precisamente para ejercer de símbolo de unidad debería propiciar consenso y evitar tomar partido como lo ha hecho, apropiándose de la Constitución como coartada.

Dice Felipe VI: “Para que la Constitución desarrolle plenamente su cometido (…), exige que preservemos su integridad (…) Por tanto, fuera del respeto a la Constitución no hay democracia ni convivencia posibles; no hay libertades, sino imposición; no hay ley, sino arbitrariedad. Fuera de la Constitución no existe una España en paz y libertad. Y junto a la Constitución, España”.

Bien parece que Felipe se haya inspirado en los discursos que por las mismas fechas pronunciaba Franco exaltando “los principios inmutables del Movimiento Nacional”, porque el mensaje del rey parece más bien una amenaza. Es obvio que podría haber constitución y democracia y no haber rey, por eso Felipe pone el énfasis en la “integridad”, no sea que una reforma democráticamente tramitada le deje en el paro laboral, pero parece que diga que entonces, como ha pasado otras veces cuando los Borbones se han quedado sin empleo, habría imposición, arbitrariedad... si es que quien avisa no es traidor.