Después de tres semanas de mucha pasarela y poca chica, se acerca la fecha límite del 26 de marzo para que los partidos independentistas empiecen a urdir el nuevo tripartito autonomista que tiene que garantizar un gobierno de cuatro años en la Generalitat. Para marear la perdiz, la ineptocracia se ha pasado los últimos días especulando sobre quién será la "mujer republicana" que presidirá el Parlamento (eso es el feminismo de nuestros tiempos; un montón de señores decidiendo a qué señora escogerán para maquillar su omnipresencia donde se manda de verdad), pero a estas alturas todo el mundo sabe que gobernar cámara de la Ciutadella representa poco más que ser jefe de bedeles. Laura Borràs tenía la oportunidad de cambiar la política catalana de los últimos diez años y algo cosa tan sorprendente como cumplir su promesa electoral de levantar la DUI en caso de superar el 50% de los votos: me consta que Borràs ha batallado el tema, pero en casa Convergència hay demasiada sed de conselleries como para hacer esta cosa tan pasada de moda consistente en no tomar el pelo (de nuevo) a los electores.

A estas alturas, lo más esperable será ver la ceremonia donde los dos grandes partidos del independentismo autonomista se cambiarán los cromos de las conselleries mientras buscan la imprescindible aquiescencia de la CUP con algún maquillaje de política social o un gesto simbólico como disolver la BRIMO. La jugada sería muy beneficiosa para Convergència; Aragonès heredaría una presidencia de la Generalitat que Quim Torra ha dejado prácticamente vacía de funciones y el juntismo podría controlar la única conselleria del Gobierno catalán que es un ministerio real, aprovechando la ocasión de la pandemia para regalar a Josep Maria Argimon una megacartera donde cualquier gasto extra (ya sea contratar enfermeras o edificar nuevos hospitales) le será tolerada con la excusa del trauma reciente de la Covid. Junts dominará la máquina del Gobierno, que Esquerra slo ha aprovechado a medias, y los republicanos tendrán una presidencia honoraria y la patata caliente de la conselleria de interior en un tiempo en que la chiquillería de la tribu tienen ganas de bulla.

El cambio de corbatas dará relieve centrista a los republicanos, que siempre han tenido la aspiración de convertirse en convergentes como dios manda

A pesar de perder las elecciones por muy poco, Convergència está a punto de colar un nuevo gol a Esquerra, a quien ya hace tiempo que le interesa mucho más tener un rincón de poder en Madrid que gestionar las migajas de la Generalitat (Gabriel Rufián cada día se mueve más feliz en el kilómetro 0, que es donde se deciden de verdad las cosas y donde la cerveza cae en los vasos con más alegría). Hoy por hoy, por mucho que se quiera vender una falta de acuerdo programático de fondo, el único escollo de este cambio de cromos es ver cómo se podrá convencer a la CUP de un acuerdo de que vuelve a concebir la independencia como un ideal sine die. Si tenemos que guiarnos por su programa electoral, los cuperos habían puesto como horizonte el referéndum para el 2025, una fecha lo bastante lejana como para que Aragonès pueda dar ofrecer limosna a Dolors Sabater y compañía con actos de gran rebeldía como no hacerse fotos con Felipe VI o poner a alguien al cargo de mayor de los Mossos que no tenga la nobilísima intención secreta de detener al presidente en caso de emancipación nacional. Con eso habrá bastante.

El cambio de corbatas dará relevo centrista a los republicanos, que siempre han tenido la aspiración de convertirse en convergentes como dios manda, y permitirá a la máquina juntista dominar los espacios del Govern donde todavía hay una pizca de pasta para mover y externalizar. Según me cuenta algún espía, los republicanos quieren certificar el éxito del estado mayor que nos tenía que llevar a la independencia haciendo conseller a alguno de sus miembros más ilustres. No habría, en efecto, mejor forma de tranquilizar Madrid que asegurar la pervivencia del Komintern que evitó la ruptura con el estado después del 1-O y asegurarse cuatro años donde el titular más liberador de la patria será alguna cosa parecida a "Aragonès asegura que las balas de foam se han enviado a la papelera de la historia." ¡No me diréis que todo eso no dan ganas de ser catalán!