Yo no soy periodista: soy licenciado en publicidad por la UAB. Y no soy cineasta: estudié cine un año en la NYU, dirigí tres cortometrajes y abandoné la profesión por no estar a la altura de unas expectativas injustificadas. Y hablo dos idiomas, el catalán y el castellano, medio hablo el italiano y destrozo el francés y el inglés por culpa de un don que Dios nuestro Señor no me ha concedido: el poliglotismo. Ni tampoco, por no ser, soy trompetista ni pianista, aunque estudié dos años trompeta y cinco piano. Ni tampoco soy teniente coronel de caballería, a pesar de haber hecho el servicio militar en la Brigada de Caballería Castillejos II, ni —por supuesto— esgrimista, y eso que hice de sparring de "profesionales" de la esgrima durante dos cursos. Y podría seguir deshinchando mi currículum hasta demostrar que mi vida ha sido un verdadero desastre, o cambiar de estrategia e hincharlo como un globo que explotara en cuanto entrara en la estratosfera de las redes sociales. En el fondo, todo depende de la inseguridad que uno pueda cargar en sus espaldas y de la necesidad de ser mucho más que nuestros coetáneos, aunque sea mintiendo. Yo, sinceramente, he hecho lo que he podido, y si no he llegado más allá de la irrelevancia ha sido, en algunos casos, porque he trabajado poco y, en otros, por falta de talento.

Unas cuantas décadas antes, hinchar un currículum era más sencillo, porque no existían unas redes sociales donde tu vida quedaba al servicio de los voyeristas informáticos y a expensas de un algoritmo incontrolable. Cuando todo formaba parte del futuro con interrogantes y 2019 era eso que nos mostraba distópicamente Blade Runner, podías decir que eras ingeniero industrial, licenciado en Empresariales y poseedor de un máster en Economía y, sin haber finalizado ni el bachillerato, acabar siendo nombrado subsecretario de Estado y director de la Guardia Civil. Este fue el caso de Luis Roldán, uno de los grandes agujeros negros del felipismo, y que se autoinculpó como consecuencia del inconformismo distintivo de los parvenus, como solía suceder en esos tiempos en los que la frase de cabecera de todo emprendedor la había formulado Carlos Solchaga, el ministro de Economía y Hacienda del gobierno de Felipe González: “España es el país donde se puede ganar más dinero a corto plazo de Europa y quizás del mundo”. A un padrino así, quién podía llevarle la contraria.

En la clase política española, se han visto cosas que, desgraciadamente, sí que se perderán en el tiempo como vergüenzas en la lluvia

Cuando una persona dice que su universidad ha sido la de la vida, me hace reír, porque es una de las cimas máximas del cuñadismo. La vida suele enseñarte a base de hostias, pero estas no son garantía de rectitud ni de sabiduría. Y si es bien cierto que hinchar currículums no es un asunto acotado a la clase política, en las empresas privadas suelen pillarte a la primera de cambio, a no ser que quieras ir por la vida como Jean-Claude Roman, el hombre al que Emmanuel Carrère dedicó la inmensa novela El adversario. Y Roman no acabó bien.

A Luis Roldán lo pillaron como se atrapa a los ladrones torpes, pero fue un buen maestro para los políticos sin grandes capacidades colegiales, pero con muchas ganas de escalar hasta la cima del aparato político del partido. Por supuesto, todos se creían más listos que el exsubsecretario de Estado y exdirector de la Guardia Civil.

El caso de Noelia Núñez, la exdiputada del PP en el Congreso de los Diputados, es paradigmático y ha servido para abrir la caja de Pandora curricular de la clase política española. El caso Noelia Núñez tiene un gran valor porque ha inaugurado una nueva tipología literaria, el currículum fluctuante, que varía según las circunstancias. Si no fuera tan mediocre, diría que Noelia Núñez sufre del síndrome de Zelig, que es la tendencia de una persona a adoptar las características, las opiniones y los comportamientos de las personas que la rodean. La diferencia entre Noelia Núñez y un enfermo del síndrome de Zelig es que ella era consciente de que no era licenciada en Derecho y Ciencias Jurídicas de las Administraciones Públicas de la UNED, con el sobreañadido de que es una actriz pésima, como buena alumna del Instituto del Teatro Isabel Díaz Ayuso. Noelia Núñez es muy joven para hacer apología de la universidad de la vida, pero muy veterana para mostrar el diploma de la universidad del partido.

Todo lo que se está viviendo en el mundo político desde que quedó desmembrada curricularmente esta joven estrella de la derecha extrema, hace que la frase pronunciada por el replicante Roy Batty quede como un juego de niños. "He visto cosas que vosotros, los humanos, no creeríais nunca. He visto cómo atacaban naves en llamas más allá de Orión. He visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir". Pues se equivoca Batty. En la clase política española, se han visto cosas que, desgraciadamente, sí que se perderán en el tiempo como vergüenzas en la lluvia, y los políticos farsantes tendrán una segunda oportunidad, ya sea en la política, o como engranaje en las estructuras de empresas próximas al partido, o como tertulianos de programas liderados por Risto Mejide, Ana Rosa Quintana o Susanna Griso. Para los políticos caídos en desgracia, la televisión tiene el mismo poder de resurrección que el agua en un bacalao salado.

Dolors, mi terapeuta en el Institut Hipòcrates, solía mirarnos a los ojos durante las terapias de grupo antes de hacernos una pregunta: "¿Estás seguro de que no ocultas nada que te pueda hacer salir en la portada de un periódico?".

La caza curricular solo ha hecho que empezar, pero en un país que se ha acostumbrado a aceptar la mentira como parte incondicional del sistema, nada nos puede sorprender. Si partimos de la idea que, como ciudadanos también farsantes, aceptamos las verdades o las mentiras dependiendo del medio que representa nuestra ideología, pagarán políticos justos por pecadores.