Mientras los republicanos dudan si ir del todo o un poco a la mani de la ANC, la del 11, Puigdemont prepara el terreno para estar sin pasar el aprieto de ser acusado de vendido. Él y sobre todo los suyos. Porque si de la enaltecida lucha en el exilio depende, desdichadamente los exiliados lo tienen magro para volver sin ser detenidos y acabar tras unos barrotes. Más o menos lo que admitía y al mismo tiempo denunciaba Ponsatí.

El 11 se ha convertido en un crematorio del diálogo y la negociación. ¡Y claro está que ser víctima del mismo fuego que has atizado tiene que hacer sufrir! No es fácil hacer pasar un día por el otro como la enésima jugadamaestra aquello que has tildado de insensible y servil.

Los de la CUP aún, que comen aparte. Están, pero tienen su propia mani. Cabe decir que esta no es sobrevenida. Como herederos —en buena parte— del incipiente independentismo de los años ochenta, mantienen una mani con sello propio.

Pero estos tres espacios tienen —cuando menos en la calle— un cuarto espacio que se está preparando para dar el salto y competir con una candidatura propia. Reincidente en buena parte. Al menos con respecto a sus promotores. Es un espacio que aspira a emanciparse de la tutela del puigdemontismo y recoger la notable presencia y complicidad que tienen en redes y en la calle.

La afluencia en el 11, a pesar de ser de grosor, languidece. Cada vez son menos, sin embargo, eso sí, más puros. Cabe decir, no obstante, que ya querrían los sindicatos hacer un 1 de Mayo con la mitad de gente.

Porque el cuarto espacio, para triunfar, necesita imperiosamente dejar en evidencia aquel Waterloo que maldecía el diálogo y la negociación mientras festejaba los arrebatados llamamientos a bloquear España

Otra cuestión es la paradoja que en buena parte esta nueva calle había sido con el Sí en el Estatut de Mas y Zapatero. Una mutación entre insólita y sintomática de la metamorfosis de una parte de aquel nacionalismo de orden que había sido hegemónico.

La conferencia de Puigdemont del próximo martes estará poderosamente condicionada por la proximidad del 11. Y el temor a que parte de la parroquia que aplaudía las invectivas contra los republicanos para dialogar y negociar con Madrid no se trague que mientras los republicanos eran unos vendidos antes para proceder, ahora todo es patriotismo y estadismo. Hace de mal contar por muchos juegos de manos que se hagan, ni que todavía haya a quién sigue picando con el "dónde tengo la bolita".

El cagómetro del 11 pesará. También y todavía en el ánimo de los republicanos, aunque ya tienen muy poco a perder, cuando han sido el principal asno de los golpes de una frustración explotada a discreción. Que un tipo como Joan Tardà —un verso libre— se plantee no ir —cuándo ha ido desde que iba con pantalones cortos— dice mucho del sesgo del 11.

Aquello significativamente diferente este septiembre de 2023 es que el cagómetro del 11 apunta ahora a los de Junts. Porque el cuarto espacio, para triunfar, necesita imperiosamente dejar en evidencia aquel Waterloo que maldecía el diálogo y la negociación mientras festejaba los arrebatados llamamientos a bloquear España. Aquí radica ahora el pánico de Waterloo, descubrirse ante una flagrante inconsistencia. La insostenible ligereza del ser.

Veremos qué dice Puigdemont a los feligreses para apaciguar la tormenta. ¿Mantendrá el tipo o cederá a una presión que no ha llevado nunca bien?