Esta frase mítica (también en defensa del catalán) del major Josep Lluís Trapero, el 21 de agosto de 2017, lo marcó para siempre y lo convirtió en un icono viral. Ahora, su destitución, tan libre jurídicamente como su nombramiento, deja un sabor agrio.

Al margen de la política de renovación a la cual tiene que estar sometido un cuerpo policial de primer nivel, no se puede decir que Trapero haya sido precisamente un inmovilista. Reorganizó los Mossos de arriba a abajo, desarrolló la mediación, renovó algunas tácticas policiales copiadas a la policía española y, como punto de inflexión, acabó con el rosario de mentiras salidas del mismo cuerpo con el desgraciado asunto del vaciado del ojo de Esther Quintana y le dio una salida, cuando menos, indemnizatoria.

La destitución de Trapero no viene causada por falta de efectividad en la modernización del cuerpo —siempre se puede hacer mejor, claro está—. No puede venir del hecho que, gracias a él y a su equipo —como vimos en el juicio del procés ante el TS, no todos sus integrantes lo tenían claro—, el 1-O se pudo llevar a cabo. A término y en paz, con las escandalosas y lesivas excepciones de las intervenciones descontroladas de los cuerpos de seguridad del Estado.

Conseguir poner en práctica este despliegue, no exento de todo tipo de riesgos, requiere un liderazgo fuera de serie. Requiere algo más que una dirección colegiada. Requiere, en momentos dados, de alguien que esté dispuesto a dar la cara por todos los hombres y mujeres bajo su mando y en favor de la ciudadanía

El éxito del 1-O radica en el éxito de una esmerada estrategia policial, que va más allá de los famosos binomios, y el inmenso esfuerzo de un cuerpo policial que, como ente plural, tiene miembros de todos los colores. Por una parte, conseguir poner en práctica este despliegue, no exento de todo tipo de riesgos (de deserciones, de enfrentamientos, de desfallecimiento en unas jornadas eternas...) requiere un liderazgo fuera de serie. Requiere algo más que una dirección colegiada. Requiere, en momentos dados, de alguien que esté dispuesto a dar la cara por todos los hombres y mujeres bajo su mando y en favor de la ciudadanía. A eso los detractores le dicen personalismo, ir a la suya, egocentrismo... No resistiría, me temo, la comparación de las hojas de servicio de uno y de los otros.

Destituido del cargo por el 155 y restituido cuatro años después, una vez absuelto la vuelta no ha sido plácida. Algunos de los afectados por los cambios previos al golpe del 155, que se consideraban damnificados por las decisiones de Trapero, las aspiraciones de otros que con su vuelta quedaban truncadas o las perpetuas intrigas palatinas, tuvieron como consecuencia alguna actuación policial muy desgraciada debida a la falta de control.

Así, vuelta a los carruseles, a la violencia policial en los días de las protestas contra el encarcelamiento de Pablo Hasél, a los lamentables espectáculos de los atestados policiales que no se aguantaban por ningún sitio o un inútil emperramiento contra las evidencias de las acusaciones que en nombre de Mossos hacían los servicios jurídicos de la Generalitat. Todo eso y alguna cosa más han hecho que la segunda etapa de Trapero al frente de Mossos no haya sido ni mucho menos lo brillante y eficiente que se esperaba.

Como dijo el president Pasqual Maragall la primera vez que dejó la cúpula del PSC, se puede luchar contra los de fuera, se puede luchar contra los de dentro, pero no contra los dos al mismo tiempo.

Hace tiempo que se lanzan mensajes sobre Trapero y algunos de sus viajes a Madrid. Algunos, como el de la visita a la Zarzuela, falsos. Otros, sobre visitas a instituciones judiciales, que nadie ha negado que no estuvieran relacionadas con el servicio. Mezcla tendenciosa de bulos para desacreditar a una persona y preparar su salida y, si puede ser, con arrastre por el barro incluido. Ahora bien, si se hubieran producido y fueran indebidas estas visitas, lo que habría hecho falta, hubiera sido su destitución fulminante. A quien se designa libremente uno puede destituir igual de entrega. Que le pregunten a Pérez de los Cobos.

Debe quedar claro que sin el major Josep Lluís Trapero no se hubiera llegado hasta aquí. En consecuencia, su nombre y su trayectoria no pueden ser borrados como —a mi parecer, tiene pinta— algunos quieren e intentan.

Volvamos al 1-O. Decía más arriba que poder haber llevado a cabo el referéndum respondía, desde el punto de vista de la seguridad, ir mucho más allá del despliegue de los famosos binomios. Primero, de acuerdo con la filosofía de Mossos, acrisolada bajo el mandato de Trapero, se consiguió que el TSJ de Catalunya dictaminara al fin y al cabo que era necesario preservar la paz pública e impedir la consulta sin alterarla. El orden de los factores sí que alteraba el producto, como demostraron, ante el TS, las declaraciones alejadas de la realidad del secretario de Estado de seguridad de la época, Francisco Martínez, y el jefe del gabinete de planificación del ministerio, Diego Pérez de los Cobos, quien quedó todavía más retratado en el juicio ante la Audiencia Nacional, tanto, que su testimonio valía prácticamente la absolución directa de Trapero.

La estrategia de despachos de la última semana de septiembre de 2017, que está por escribir, fue primordial y fue obra de Trapero. Como lo fue la misiva que dirigió al presidente del TSJ de Catalunya y al Fiscal jefe con respecto al hecho que la cúpula de Mossos se ponía a su disposición por si había que detener al president Puigdemont y a sus consellers. Esta misiva nunca fue mencionada por el Ministerio Fiscal en ningún juicio. Lo fue por primera vez por parte de Trapero en el plenario del TS. Tan sorprendente fue, que motivó la única pregunta del magistrado Marchena en todo el juicio. La única. En fin, la misiva, ya en el sumario desde octubre de 2018, nunca se hizo pública ni fue ratificada por sus destinatarios.

Ahora bien, de esta manifestación de la cúpula de Mossos ¿alguien cree que se hubiera hecho uso de ella por parte de las autoridades españolas? Dejo abierta aquí esta incógnita. Según cómo, resultaría que, en contra de lo que ahora se pretende hacer ver, Trapero no sería, ni de lejos, ningún traidor.

Sea como sea, hay un hecho primordial. El conseller Elena no ha mantenido la confianza en Trapero, que era, formalmente, un hombre de equipos anteriores. El tiempo dirá si la decisión sobre su destitución, la de los nuevos nombramientos y la de la subsiguiente remodelación de la cúpula policial catalana es positiva o no. Por el bien de todos, esperemos el máximo éxito tanto en la vertiente política como en la profesional del modelo policial que se quiere poner en marcha.

En todo caso, debe quedar claro que sin el major Josep Lluís Trapero no se hubiera llegado hasta aquí. En consecuencia, su nombre y su trayectoria no pueden ser borrados como —a mi parecer, tiene pinta— algunos quieren e intentan. También por el bien de todos, esperamos que no salgan adelante.