Con la misma intención que tuvo Montilla al nombrar a Joan Saura conseller del Departamento de Interior, Ada Colau pensó que se despacharía de la agenda el debate sobre la seguridad en Barcelona regalando el comando de las fuerzas policiales a los sociatas. Contrariamente, y como era de esperar, el amago de la alcaldesa ha tenido justo el efecto inverso, y su notorio ausentismo estival ha dado vía libre no sólo a los cuerdos que suspiran por un nuevo desembarco de la policía española en Barcelona (lo cual, si recordamos el 1-O, implicaría de todo menos una mayor cuota de seguridad), sino sobretodo a aquellos quien –con toda la razón del mundo– han criticado a la alcaldesa por rehuir una responsabilidad que, a pesar de las campañas y de la abundancia de fake news sobre el tema, continúa siendo suya, en tanto que máxima representante del consistorio barcelonés.

Procedamos poco a poco y, entre tanta histeria, tengamos un mínimo respeto a la contrastación informativa. Según el Safe City Index publicado en The Economist, que evalúa la seguridad de sesenta ciudades prósperas del mundo en aspectos como la privacidad digital, la salud y la protección del individuo, Barcelona se encuentra en el puesto veintiséis del planeta. En aspectos particulares, como el de infraestructura (es decir, el ámbito de la movilidad, la pavimentación urbana, etcétera), la capital del país ocupa el tercer lugar del ranking. A pesar del aumento de hurtos y de problemas como los apuñalamientos derivados del comercio de drogas (que afectan básicamente a miembros de clanes), cuestiones que no son menores y que la política debe resolver, publicitar una imagen de una Bronxcelona donde la gente se mata por la calle a pleno sol es puro analfabetismo.

Colau no ha hecho bien en rehuir sus responsabilidades, pero hace bien en denunciar una campaña mediática fácticamente indefendible

Estos días, en tertulias de café y de aparente seriedad, hemos escuchado comparaciones del estado actual de Barcelona con la capital de México o con los barrios más problemáticos de Nueva York. Servidor, orgulloso vecino de Harlem durante un lustro, ha llegado a pensar que el sol había afectado demasiado a la gente antes de la rentrée política, porque hay que ser muy poco viajado para decir tales sandeces. Nuestra ciudad tiene problemas concretos de seguridad, la mayoría de los cuales (como avisó hace tiempo Roberto Saviano) se derivan del hecho de que el puerto de Barcelona es una de las mayores puertas de droga en Europa, lo cual también es aprovechado por todos los tiquismiquis de la seguridad para cascarse una rallita de vez en cuando con gran comodidad. Pero de ahí a pintar la Bronxcelona que humedece a los espíritus apocalípticos hay un rato largo. 

Parece increíble que hasta los políticos independentistas hayan caído en la trampa de caer en un alarmismo absolutamente desfasado que sólo tiene como objetivo hacer creer a los ciudadanos de Barcelona que la seguridad de la capital no se puede garantir con los propios recursos policiales. Colau no ha hecho bien en rehuir sus responsabilidades, pero hace bien en denunciar una campaña mediática fácticamente indefendible. El problema, querida Ada, es que la campaña no te la está tramando la derecha española: te la está haciendo España, y cuando lo entiendas sí que viviremos mucho más seguros.