"A perro flaco, todo son pulgas", dice el refrán popular, y, visto el último enredo del movimiento independentista, con la bronca en el interior de la ANC, se puede confirmar su certeza. Es evidente que después de la gran gesta del Primero de Octubre, cuando el movimiento mostró su músculo más fuerte, no ha parado de sufrir una prueba de estrés tras otra, que han acabado mermando sus fuerzas. Por una parte, el descabezamiento de sus liderazgos políticos, el más importante de los cuales, en el exilio desde entonces. En paralelo, la represión general contra el activismo independentista, que ha dejado miles de damnificados. Y, finalmente, la fractura del independentismo político, con la brusca ruptura de ERC de la unidad estratégica, y su aceptación de las rebajas impuestas por las alianzas con el PSOE. Han sido tres misiles contra la línea de flotación de un movimiento ciudadano que, como todos los procesos de liberación nacional, es heterogéneo, complejo y de difícil unificación.

Es en este contexto donde se tiene que analizar lo que está pasando en la Assemblea, cuyas características la hacen especialmente sensible a todos estos terremotos que afectan al conjunto del movimiento. A diferencia de los partidos políticos, que, a pesar de los vaivenes internos, tienen mecanismos de contención, o también a diferencia de Òmnium, que tiene una estructura solidificada en décadas de construcción, la ANC es fruto de un momento mágico e insólito que consiguió hacer convergir entidades, partidos y ciudadanos en un hito común. Su aparición fue tan rápida como efectiva, y fue tanta su influencia, que enseguida preocupó a los servicios de inteligencia españoles. De aquí la ferocidad del castigo judicial a los dos Jordis, justamente por la enorme importancia de tener una ciudadanía organizada y activa. Es una evidencia, pero hay que repetirla: sin la ANC no habría habido Primero de Octubre. Lo cual no quita importancia al notable papel de Òmnium, pero en menor medida, con respecto a la activación ciudadana.

Es una ironía letal que todos los agentes del independentismo (partidos y entidades) hablen de unidad y cada día estén más fragmentados

Si esta es una evidencia, la segunda viene sola: sin la Assemblea tampoco habrá un nuevo embate. Es cierto que no depende solo de la ANC, y que son muchos los elementos que hay que volver a coser y a recoser, pero es indiscutible que la activación ciudadana en todo el territorio es fundamental para construir un nuevo momentum nacional. Es por eso por lo que la disputa (o riña, o confusión, o crisis, o como quiera llamarse) es una pésima noticia que solo se entiende en el contexto de debilidad global que sufre el independentismo. Por mucho que unos y otros, de los dos bandos enfrentados, intentan explicarse en términos de diferencias estratégicas, el ruido deriva, cada vez más, en cuestiones de liderazgos y diferencias personales, hasta el punto de que ya se apunta a la presidencia.

Sobra decir que habrá razones sólidas que expliquen las diferencias, pero no justifican el espectáculo que se está produciendo y que solo refuerza la demoledora idea de la desunión. En este sentido, es inevitable el bofetón que propios y extraños propinan a los protagonistas de la crisis: aquellos que exigen unidad estratégica a los partidos parecen incapaces de mantener la unidad en el interior de la organización, lo que tendría que ser infinitamente más fácil de conseguir. Y todo esto pasa justo cuando la Assemblea se ha reactivado con fuerza, ha plantado cara a las renuncias partidistas y ha tenido notables éxitos de convocatoria. Es decir, cuando parecía que se activaba con energía el activismo ciudadano, patapam, se autoboicotea de manera incomprensible. Una cierta sensación de ridículo recorre la espina dorsal del independentismo, y de la sensación de ridículo a una nueva sensación de derrota.

Es posible que la ruptura de la unidad por parte de ERC haya creado un efecto ola en todo el movimiento, porque ciertamente se ha tratado de un auténtico tsunami que tiene consecuencias destructivas. Y cuantos menos somos, más puros nos volvemos en la defensa de nuestras islas de representación. Pero justamente aquellos que, desde la ciudadanía, se erigen en portadores del Santo Grial unitario y riñen a los partidos por sus desviaciones, son los que tendrían que ser más cuidadosos con no caer en las mismas trampas. Con un añadido que, en este caso, es bastante estridente: es la Assemblea la que amenaza con crear una lista cívica, señala a los partidos independentistas por sus alianzas circunstanciales y amenaza con pedir que no se les vote en las próximas elecciones. Que una entidad que hace unos planteamientos tan duros —y tan difícilmente aplicables— no sea capaz de conseguir una mínima estrategia común en su interior, pierde dosis ingentes de credibilidad.

En cualquier caso, malas noticias para el movimiento independentista. Al fin y al cabo, es una ironía letal que todos los agentes del independentismo (partidos y entidades) hablen de unidad y cada día estén más fragmentados. A ver si haremos bueno aquel otro refrán popular: hicimos una carrera de caballo y hemos acabado con una parada de burro.