Elevo todos los mea culpa necesarios por la expresión políticamente incorrecta que inspira este artículo, pero sinceramente, ya basta. ¡Basta, basta, basta! Basta de ataques a la lengua catalana, basta de ataques a la escuela catalana, basta de utilización de los cargos públicos para violentar, despreciar y atacar la lengua catalana. Y basta de tantos botiflers que se escudan en su condición de catalanes, para violentar, despreciar y atacar la lengua catalana. Quizás es hora de llamarlos por su nombre, aunque parezca un anatema en los tiempos de la corrección política, pero cuando la historia nos ha dotado de una expresión que los define de manera bien explícita, no veo motivos para obviarla. Sí, son botiflers, unos botiflers 2.0, herederos de la triste estirpe de catalanes que han trabajado en contra de los intereses de Catalunya y en favor de la colonización de nuestro país.

 

Es evidente que el término es anacrónico y que la realidad actual es más diversa y compleja que la de 1714, cuando Felipe V aplastó nuestros derechos políticos y culturales, y buscó catalanes cómplices para consolidar su dominación violenta sobre Catalunya. Aquello fue un intento de exterminio de la nación catalana, soportado por todos aquellos que optaron por los intereses de los Borbones ocupantes, en lugar de los intereses legítimos de los catalanes. Y ahora, puestos los correctores que obliga poner el paso del tiempo, hay paralelismos que son incontestables.

Podría decirlo con más elegancia, pero perdonen la confesión, no tengo ganas

Al fin y al cabo, ¿qué hace Dolors Montserrat, por ejemplo, cuando maniobra, abusando de su cargo de presidenta de la Comisión de Peticiones del Parlamento Europeo, para enviar una delegación de eurodiputados españolistas y ultras contra la escuela en catalán? ¿Qué es, si no colaboracionismo de manual, este permanente ataque de unos catalanes contra su propio idioma, a pesar de la situación de debilidad política y social que sufre el catalán? La tal Montserrat sabe perfectamente, como lo saben aquellos que conforman su grupo de presión, que el catalán es un idioma en situación de riesgo, que sufre una agresión histórica que lo ha debilitado y lo ha situado en el umbral de su supervivencia, que hemos perdido áreas enteras de habla del idioma, que el proceso de españolización ha sido minucioso, persistente e infatigable durante tres siglos, que hemos tenido épocas de prohibición absoluta y que, hoy en día, tiene enormes dificultades para mantenerse. Lo sabe perfectamente, pero dedica sus esfuerzos y su influencia política a ayudar a destruirlo. Trabaja, pues, al servicio de nuestra colonización lingüística, y lo hace sin vergüenza ni escrúpulos. Le da igual que el relator especial de la ONU para las minorías denunciara el discurso del odio y la intolerancia xenófoba de algunos políticos con respecto a las minorías lingüísticas, como también expresara preocupación y pidiera revisar las lesivas e ideológicas sentencias del TSJC contra el catalán en la escuela. Le da igual el uso partidista de su cargo, y el "despilfarro de fondos públicos", como denuncia el presidente de Plataforma per la Llengua, a la hora de montar un show catalanófobo, que tendría que ser impropio en pleno siglo XXI. Le da igual todo porque está al servicio de una causa que debe considerar superior: el intento de destrucción de la identidad catalana, definitivamente sustituida por la española. Es, pues, una catalana que trabaja contra su lengua. Es, pues, una botiflera.

Podría decirlo con más elegancia, pero perdonen la confesión, no tengo ganas. La agresión al catalán es permanente, infatigable y muy agresiva, y si no nos defendemos con toda nuestra fuerza, no conseguiremos hacerlo sobrevivir. Después de tres siglos de persistencia en mantener el catalán, a pesar de las enormes dificultades que hemos sufrido, ahora estamos en un punto de inflexión que podría ser letal. No es tiempo de ambigüedades políticamente correctas, sino de denunciar a los que nos agreden. Tiempo de hablar claro. Clar i català.