Josep Borrell tiene razón cuando dice que Europa es un jardín comparado con el resto del mundo. Francesc Cambó, Pompeu Fabra, Antoni Gaudí y todos los catalanes inteligentes del siglo XX, hasta Heribert Barrera, pensaron lo mismo de Catalunya en relación a España. Comparada con el resto del mundo, Catalunya todavía es un jardín, en cierto modo, y no gracias al ejército español. Pero la huella de decadencia que ha dejado la historia, a pesar del esfuerzo de muchos ciudadanos, está a la vista.

Hay una línea muy fina entre defender un orden y utilizar los peligros externos para ahogar las contradicciones internas. En Catalunya esta línea se ha traspasado muchas veces, en buena parte por culpa de la combinación diabólica que la censura española ha hecho con el alma de cántaro de la mayoría de poetas y escritores. Cuando veo a Josep Borrell haciendo de Churchill europeo no puedo evitar sonreír. Se le nota que es catalán y que representa los herederos más obscenos y más autoritarios de la Lliga.

España necesita europeizar su ejército para contener Catalunya y la guerra de Ucrania y la crisis de los Estados Unidos le allanarán el camino durante unos años, ni que sea en el ámbito de los discursos y del marketing. La Unión Europea necesita un ejército, pero no necesita seguir el modelo español, que es un modelo diseñado desde unas élites decadentes y oscurantistas, como demuestra su historial de derrotas a partir del siglo XVII, empezando por Montjuïc (1641) y por Rocroi (1642).

No es casualidad que la política española se sacara a Borrell de encima y que el PSOE lo tenga exiliado en Bruselas desde hace décadas. Madrid sólo necesita la Unión Europea para frenar Barcelona, y la Unión Europea solo necesita España para ganar tiempo e irse apartando sutilmente de los Estados Unidos. El juego es delicado y, en algunos aspectos, recuerda los equilibrios que las élites catalanas hicieron con Castilla y Francia durante muchos siglos y después, ya más atrapadas, con Castilla, Francia e Inglaterra.

Si CiU y sus partidos hubieran defendido con firmeza la autodeterminación, en vez de ridiculizar a los Borbones, de adoptar discursos woke que no les correspondían y de intentar vender la tercera república con Quim Torra, los discursos europeos serían muy diferentes

Cuando veo cómo Borrell juega con las miserias europeas me recuerdo de cómo rieron los españoles un día que, en Espejo Público, dije que Alemania no encarcelaría a Puigdemont porque no se puede defender la frontera de Ucrania y perseguir la autodeterminación. También recuerdo el trabajazo que el equipo que después montó Primàries tuvo para que Marta Rovira introdujera en el Parlament este concepto, autodeterminación, poco antes del 1 de octubre.

Ahora los convergentes hablan mucho de las conversaciones de Oriol Junqueras con Enric Millo y yo quizás podría explicar algo de estas conversaciones y de la idea cínica de la historia que tiene el líder de ERC. Pero Junqueras tiene una idea de la historia, como mínimo; por eso no se abocó a tocar la pandereta atlantista cuando Putin invadió Ucrania. El agujero negro de Catalunya y de Europa, ahora mismo, es el mundo de CiU, que hace años que no tiene ninguna idea fuerte sobre nada, y que ha sembrado de sal su espacio para mantener el poder.

Si Borrell puede jugar con las debilidades europeas es porque Mas no supo defender, ni siquiera, el derecho a llevar corbata, y porque Puigdemont ha preferido jugar a hacer de Tarradellas sin Franco, que asumir sus errores. Si CiU y sus partidos hubieran defendido con firmeza la autodeterminación, en vez de ridiculizar a los Borbones, de adoptar discursos woke que no les correspondían y de intentar vender la tercera república con Quim Torra, los discursos europeos serían muy diferentes.

La gran diferencia que hay entre el pienso autoritario que vende Borrell y el pienso woke que vende Puigdemont es que el pienso de Puigdemont juega a favor de la unidad de España y de la decadencia europea sin ni siquiera quererlo. Yo ya entiendo que, desde Bruselas, cueste de ver el agujero negro que CiU ha dejado en Catalunya y qué implicaciones tiene y tendrá para Europa; pero desde aquí tendríamos que ser conscientes de ello porque no nos saldrá gratis habernos desentendido del papel que nos tocaba jugar en el continente y en el conjunto de España.

Marc Álvaro dice que CiU no se puede rehacer porque el mundo ha cambiado y los hijos de sus antiguos votantes no piensan lo mismo que sus padres. Pero bien es verdad que CiU no se puede rehacer porque sus dirigentes y cuadros, y también sus periodistas, están del todo desacreditados por todas cabriolas que han hecho. El espacio de CiU está muy vivo. Es el espacio de los catalanes que protegieron la lengua durante el franquismo cuando buena parte del país la daba por muerta, y es el espacio de los catalanes que han resistido todos los martillazos de la historia.

Cuando preguntaba a mis abuelos con quién iban durante la Guerra Civil, siempre me explicaban que no se podía ir con nadie porque todas las facciones eran igual de estrafalarias y españolas. En el ciclo electoral que viene yo me sentiré igual de huérfano. Borrell lo sabe y se aprovecha. Pero las ocasiones vienen con su cuota de responsabilidad y todavía estamos pagando la factura de la última oportunidad que dejamos perder. Lo único que podemos hacer, de momento, es tener cuidado con no empeorar, en las urnas, los problemas que las élites del país crean cada día en los despachos y en los medios de comunicación para protegerse de su pueblo.