Catalunya es una de las escasísimas fuentes de creatividad que les queda a los españoles. Con la condena (desproporcionada) a Laura Borràs y la petición de rebaja de la pena mediante el indulto, el magistrado Barrientos ha conseguido que Pedro Sánchez tenga que tragarse el marrón de escoger entre el martirologio de la presidenta del Parlament o una salvación que podría mosquear a la derecha. En este sentido, el juez ha seguido punto por punto el camino trazado por Manuel Marchena, quien en la sentencia del procés (descrito como una mera "ensoñación" sin violencia de sus protagonistas) ya religaba el futuro de los encarcelados a la piedad del Consejo de Ministros enemigo. Sánchez tiene experiencia en el tema; desde que pactó los indultos con Junqueras, el líder de ERC ha conseguido convertir a su partido en un parsimonioso vehículo que transita bien tranquilo por la carretera del autonomismo.

Cuando se hace el sueco con el posible indulto a Laura Borràs, aduciendo que el caso todavía tiene que visitar instancias judiciales más altas, el presidente español solo dilata su perdón con el objetivo de poner precio a Convergència. Un trato es un trato y, evidentemente, si Sánchez acaba perdonando la chirona (que no la inhabilitación) a Lauríssima no será solo a cambio de que la presidenta haga el favor de chapar la boca y volver a dar clases sobre el Quijote, sino pactando el retorno de la CiU de siempre. El gesto es comprensible: al socialismo español (pasa lo mismo con la derecha) ya le va bien que el nacionalismo moderado convergente —o el de un PSC con las vocales neutras bien hechas— mande en Catalunya, pues así el poder central tendrá un contrapeso para hacer demagogia y mantener la unidad de España viva. El catalanismo, hoy todavía es más claro, no es un movimiento de exaltación nacional, sino de sumisión encubierta.

Las fuerzas ocultas de Convergència (las mismas que monopolizaron el Estat Major durante el 1-O) estarían encantadas con el agreement, no solo porque les permitiría volver a monopolizar la Generalitat o el Ayuntamiento de Barcelona, sino también porque la nueva normalidad los eximiría de sus trapis pendientes con la judicatura española (a su vez, por qué no decirlo, les ayudaría a asegurar la futura jubilación de sus nietos con unos cuantos milloncejos de euros más). Estas son las mismas dinámicas que han envuelto el retorno de la antigua consellera y todavía eurodiputada Clara Ponsatí. Por mucho que Ponsatí se haya disfrazado de alternativa y afirme que su futuro político pasa únicamente para ayudar a las nuevas generaciones de independentistas a tener un albedrío más simpático, si aterrizas en casa rodeada de Gonzalo Boye o Jordi Cabré... pues ya me dirás dónde se esconde la bolita, Clara.

Por mucho que se aleje de toda la caterva de políticos que montaron el 1-O sin ningún tipo de intención de ir hasta el final en su aplicación, Ponsatí formó parte del Govern que engañó a la población con el romance de las leyes de Transitoriedad y del Referéndum. Sabía que Puigdemont acabaría claudicando y mantuvo la comedia hasta el final, mientras solo sobresalió en el arte de preparar la mochila más deprisa que el resto de sus compañeros consellers. A mí me parece fantástico que Clara pueda volver a pasearse por Barcelona, y ojalá que pueda volver todo dios, pero lo que no me harán tragarme es un pasado de ficción que contrasta con todo aquello que vivimos en 2017. Ponsatí ha podido volver al territorio porque Sánchez y Junqueras cambiaron el Código Penal enemigo a tal efecto; aprovecharse de la burocracia española y seguir marcando paquete me parece, como mínimo, un poco cínico.

Lo único mínimamente digno que puede hacer la generación de políticos que ha mandado a Catalunya al arco temporal que va del 1-O a la aplicación del 155 es pedir perdón a la población y salir de nuestra vista cuanto antes mejor. Aquello que más necesita la nueva hornada de líderes independentistas, por lo que sus inmediatos predecesores, es huir como de un guiso de lejía. Si estos políticos no han tenido la delicadeza de decirnos la verdad, cuando menos que tengan la decencia de no aleccionarnos más y dejarnos en paz. Que disfruten de la clemencia española, que ya intentaremos subir el precio de la nación que ellos han ayudado a pervertir. Por mucho que les duela, siguen siendo el núcleo convergente.

De la participación de Jordi Graupera en todo esto, aunque sea como simple chófer, también tendremos que escribir alguna cosa. Pero la cosa me ha dejado tan perplejo... que todavía no me salen las palabras.