Como la mayoría de los pixapins de nuestra tribu (a saber, este tipo de gente que come "de todo" y muy saludable, pero que no tiene ni la más remota idea de dónde provienen los alimentos que se mete en la boca, ni de las condiciones de vida de los ganaderos y agricultores que posibilitan todo esto), he asistido a todo este show de la peste porcina con una mezcla de asombro e indiferencia. Orgullosamente indocumentado en ciencia, el estallido de esta plaga me ha hecho curiosear más allá del lado puramente vírico de la noticia. En el plano informativo, por ejemplo, me ha apasionado cómo —de una forma absolutamente pasiva— la mayoría de catalanes hemos asumido durante semanas que el estallido de esta enfermedad fue provocada por la aparición de un bocadillo contaminado. Días después, se ha acabado dando la razón a los conspiranoicos, los cuales desde el principio ya sospecharon de negligencias cometidas en laboratorios.

El desconocimiento científico provoca que, ante un asunto como el presente, los ciudadanos nos traguemos la información de una manera sorprendentemente acrítica. Cuando estalló la peste, insisto, todo el mundo señaló la maléfica causalidad de ese famoso bocadillo contaminado. Lo gracioso del tema es que ningún responsable público creyó oportuno comunicar la base de esta sospecha y la mayoría de los telediarios nacionales no consideraron oportuno informarnos sobre quién era el Sherlock Holmes con bata que había dado con tal descubrimiento ni quién carajo lo había analizado para osar afirmar su condición de zona cero del mal; de hecho, no solo desconocíamos la fuente de la sospecha, sino la hora, el lugar y —puestos a saber— si el objeto comestible en cuestión se trataba de un simpático bikini, de un majestuoso frankfurt o de un sórdido ejemplar de bocata chóped que haría más risible el origen geográfico de este drama.

Tras unos días de incertidumbre —en los que el confinamiento de Collserola, la caza compulsiva del jabalí y la presencia siempre inquietante de tropas españolas en la Barcelona del lado montañoso (por aquello de las tentaciones que tiene el ejército de bombardearla cada diez lustros)— el consejero de la cosa agrícola, Òscar Ordeig, ha decidido optar por un clásico de la vieja política de siempre: crear una comisión de expertos. En cuanto a la lectura política del tema, y a pesar de estar tremendamente a favor de que la Administración tenga asesoramiento de sabios de talla planetaria y de reconocido prestigio (uf), encuentro bastante curioso que la Generalitat no disponga de técnicos para encarar la investigación del origen vírico. Si hemos pasado de la tesis del bocadillo a la de una travesura química en un laboratorio de investigación, ¿no hay suficientes funcionarios públicos para empezar la investigación? ¿Para mover el culo... son necesarios tantos expertos?

¿No resulta un poco extraño compartir la condición de auditor y sospechoso de un brote como este?

La pregunta resulta aún más oportuna si reparamos en la configuración de este comité, pues el invento en cuestión será presidido por el docto Josep Usall, director del Institut de Recerca i Tecnologia Agroalimentàries (IRTA); la cosa no sería noticia si no fuera que este mismo centro es uno de los principales sospechosos de ser el hot spot de inicio de la peste. No desconfío en absoluto de este hipotético grandísimo profesional, así como de los compañeros del mismo ente que también formarán parte del grupo de cerebros privilegiados elegidos por el Govern..., pero ¿no resulta un poco extraño compartir la condición de auditor y sospechoso de un brote como este? ¿No había otros laboratorios ni expertos para formar parte de este cenáculo de salvadores al rescate de la vida beata porcina? Finalmente, en cuanto al resto de cracks, ¿es realmente útil llevarlos a Barcelona para hacer reuniones y comidas cuando nos sobran profesionales competentes...?

Todo ello, en definitiva, huele un poco a operación de alta política comunicativa o de simple cortina de humo, y más aún si tenemos en cuenta que, en el año 2024, el Ministerio del ramo ya avisó de que Catalunya corría un riesgo de peste porcina a causa del exceso de jabalíes y al tránsito de animales y vehículos pesados por vía de la AP-7. Un gobierno que presume de gestión seria no debería caer en estos trucos tan castizos, por mucho que ahora los quiera maquillar con un comité de peña sobradamente preparada. En resumidas cuentas, vista la pasividad de la mayoría ciudadana en estos temas, podrían haber mantenido la hipótesis del bocadillo contaminado, quién sabe si acientífica... pero mucho más literaria.