Si la negociación definitiva para la investidura del nuevo presidente español mantiene el trazo que ha tenido la negociación inicial para la constitución de la mesa del Congreso, no hay duda de que tendrá un vencedor evidente y que este será Pedro Sánchez. Sobre todo porque, más allá de si habrá ganado la partida a Alberto Núñez Feijóo y del propio hecho de renovar el mandato al frente de la Moncloa, lo que habrá conseguido con el apoyo de ERC y JxCat es que Europa lo normalice de forma definitiva como un gobernante plenamente democrático, abierto, dialogante y respetuoso con los derechos de las minorías nacionales, como lo demostraría el hecho de que esas mismas minorías avalarían su elección. Dicho de otra manera, lo que hoy por hoy hacen las formaciones de Carles Puigdemont y Oriol Junqueras con los primeros acuerdos alcanzados a consecuencia del resultado de las elecciones españolas del 23 de julio es blanquear al líder del PSOE.

Que unos y otros sean decisivos —más JxCat que ERC— de momento para lo que ha servido es para arañar cuatro concesiones al más puro estilo pujolista del peix al cove. Es cierto que el gesto del Gobierno español de solicitar al Consejo de la Unión Europea (UE) —este semestre lo preside España— que incluya el catalán, junto con el euskera y el gallego, como lengua oficial de las instituciones europeas no tiene precedentes, pero no lo es menos que se trata tan solo del inicio de un proceso que puede ser largo y que, en principio, el 19 de septiembre se someterá a una primera votación para ver si la propuesta inicia los trámites para convertirse en realidad y saber con qué apoyos cuenta. Para ello, sin embargo, hay que reformar los tratados de la UE y que la reforma se apruebe por unanimidad de los estados miembros, y no está claro que todos lo quieran: ¿qué dirá, por ejemplo, Francia, en partes de la cual también se habla catalán y euskera y que tiene otros territorios con idiomas distintos al francés, como el occitano y el corso?

JxCat quería garantías por escrito antes de comprometer el apoyo a Francina Armengol como nueva presidenta del Congreso y esta vez las ha tenido —la carta que el ministro de Asuntos Exteriores en funciones, José Manuel Albares, dirigió a la presidencia del Consejo de la UE—, pero incluso en este supuesto, y dando por supuesta la buena voluntad del PSOE, el acuerdo se puede convertir en papel mojado. ¡Qué no pasará, pues, con aquellos en los que no hay nada negro sobre blanco! Es el caso del uso del catalán en el Congreso, que, como se ha visto, depende exclusivamente de la discrecionalidad de quien lo preside, e incluso la expresidenta de las Baleares, que en teoría cree en ello, ya ha empezado a encontrarle pegas solo un día después de haberse comprometido, y ha dicho que buscará el consenso de todos los grupos para hacerlo posible, que puede ser la forma de que resulte inviable. Y, suponiendo que al final lo logre, el día que cambie la presidencia y la ocupe un miembro de otro partido que no esté vinculado por un pacto como el actual, el catalán volverá a no poder utilizarse y listos. Si esto es un acuerdo con garantías, es que los negociadores catalanes —de ERC o de JxCat o de ambos a la vez—, aparte de haber tardado casi cincuenta años en darse cuenta de que podían reclamarlo, no han sido capaces de calibrar el alcance real de la medida y de las contramedidas.

Que el adversario español y el colaboracionista catalán los aplaudan, es la mejor garantía de que no son buenos para el independentismo

Con respecto a la creación de una comisión de investigación, también en el Congreso, sobre los atentados del 17 de agosto de 2017 en Barcelona y Cambrils y a la reactivación de la comisión de investigación sobre el caso Pegasus y las alcantarillas del Estado, no hay que olvidar que cuando en política no hay ganas ni interés de resolver un problema lo que se hace justamente es crear una comisión y así la cuestión queda muerta y enterrada. Por no hablar de la desjudicialización, que esta vez ha planteado ERC en solitario, que forma parte del bla, bla, bla y de la retórica con la que los partidos catalanes han inundado el discurso político desde el fiasco de la aplicación del referéndum del 1 de Octubre y que, de tanto utilizarse, acaban por no significar nada, pero que, por si acaso, el PSOE ya se ha apresurado a recalcarles que no tiene nada que ver con una hipotética ley de amnistía. O, lo que es lo mismo, que no vale dar gato por liebre.

Este y no otro es el balance real de los acuerdos que ERC y JxCat han sellado con el PSOE. Y que el adversario español y el colaboracionista catalán los aplaudan, es la mejor garantía de que no son buenos para el independentismo. Son malos porque la participación en los asuntos internos del estado español, Estado del que se supone que Catalunya quiere separarse, va en sentido contrario al de la búsqueda y aplicación de la independencia. ¿Cómo quieren que Europa y el mundo crean a los catalanes, si Pedro Sánchez acepta las demandas de Carles Puigdemont y Oriol Junqueras y la imagen resultante es que protege y fomenta el uso de todas las lenguas minoritarias? Si los trata tan bien, ¿por qué quieren la independencia los catalanes? ¿Cómo pretenden que con todo esto alguien se crea que los catalanes son una minoría nacional oprimida? ERC y JxCat le están haciendo el trabajo al líder del PSOE y lo están haciendo quedar como un señor.

Sin olvidar que de estos pactos tanto ERC como JxCat han sacado otra promesa, hasta ahora silenciada, pero en absoluto menor ni secundaria: el amparo del PSOE para formar grupo parlamentario propio en el Congreso —a pesar de que con los resultados obtenidos el 23 de julio no tendrían derecho—, que les permitirá poder disponer de una cantidad de recursos económicos nada despreciable —este es el auténtico quid de la cuestión— y de una capacidad de maniobra política que de haberse tenido que quedar en el grupo mixto no habrían poseído. A partir de aquí, no hace falta que JxCat y ERC se esfuercen en subrayar que los acuerdos para la constitución de la mesa del Congreso no tienen nada que ver con la posibilidad de investir a Pedro Sánchez, que a todo el mundo le queda claro que son cosas distintas y que todo el mundo entiende que la segunda pertenece a otro cuadro escénico de esta obra de mercadeo en la que tan cómodamente se encuentran instalados desde siempre.

El problema es que si para la investidura del presidente español ponen en práctica el mismo guion y lo fían todo al peix que puedan poner en el cove, lo único que conseguirán será seguir blanqueando al líder del PSOE y echar más piedras aún en el tejado del independentismo. Luego que no se quejen si hay votantes independentistas que no les hacen caso y que, en vistas de su conducta, consideran que deberán mantener invariablemente la abstención en las siguientes citas con las urnas, en todas sin excepción, elecciones catalanas incluidas.