El buen humor mezclado con cascadas de cinismo es una de las pocas cosas que les he envidiado siempre a nuestros enemigos. Ahora anuncian que Juan Carlos I volverá a España por Navidad, como los reyes de Oriente y los turrones El Almendro, y tengo que confesar que la noticia me parece fantástica, sobre todo cuando leo como mis amigos podemitas de Madrit se escandalizan del hecho, indignadísimos con la supuesta corrupción de un monarca que, en una gran mayoría de los casos, les ha sufragado la casita directa e indirectamente, comandando el régimen del 78 del que se quejan a diario como auténticos plomos. Yo que soy uno de los pocos catalanes razonables, y por lo tanto, radicalmente monárquico (a favor de una casa real catalana, of course), ruego a Juan Carlos I que rice más el rizo, espere a comerse las uvas todavía en Abu Dhabi, y desembarque en Barajas el día 6 de enero, como si fuera un regalito del más allá.

Repitámoslo de nuevo, porque ya hace demasiado tiempo que hemos confundido ser independentista con el cretinismo. Juan Carlos I es uno de los políticos más trascendentales y extraordinarios de la historia de España, y sólo el talento y la gracia de Felipe podrían llegar a darle cierta sombra. Nuestros enemigos deben muchísimo al rey emérito, un jefe de estado que por muchas comisiones que se haya embolsado (que se las ha llevado) les ha costado baratísimo por los enormes réditos que ha dado a su pueblo en influencia diplomática y desarrollo empresarial. Cuando veo a los españoles enmendar a su rey y tratar como a un apestado a este hombre de inteligencia suprema, muy superior en todos los aspectos a la mayoría de los presidentes con quien ha despachado, siempre pienso que se han vuelto igual de bobos que mi conciutadanía. ¿Juan Carlos I un criminal? ¿Nos hemos vuelto del todo locos?

Juan Carlos I es uno de los políticos más trascendentales y extraordinarios de la historia de España, y sólo el talento y la gracia de Felipe podrían llegar a darle cierta sombra

Amo mi país y eso no quita que conozca la enorme inmadurez política de los catalanes. Por eso, aparte del premier de turno, tendríamos que estar cuidados por un monarca con bella presencia, estudios y lecturas. Quiero a un rey catalán, pero eso no resulta ningún obstáculo para que el monarca emérito de los enemigos me parezca un ser maravilloso en todos los sentidos, un hombre que no sólo ha sobrevivido políticamente en condiciones de extrema complejidad, sino que siempre ha hecho frente a las adversidades con una sonrisa y mucha audacia. Los españoles ya han hecho ver que lo investigan, procederán a recibirlo en un silencio discreto, y espero que pronto lo vuelvan a querer como merece su dedicación a la patria vecina. Los periodistas seguirán con la matraca, pero de la secta de la pluma siempre puedes esperar siempre muy poco.

Que ciertos empresarios catalanes, de un espíritu comisionista y con mucho más dinero en el extranjero que el monarca, ahora se apunten a enmendarlo me parece uno de los muchos ejercicios delirantes que me tocará vivir. ¿Juan Carlos I, corrupto? No, señora, corrupto es Quim Torra, que dijo que proclamaría de nuevo la independencia de Catalunya y desobedecería cualquier dictamen de un tribunal español y acabó poniendo una pancartita en la Generalitat fuera de horas, acatando su inhabilitación (y aprovechándola de paso para construirse un despachito en un palacio de Girona, seguir cobrando como funcionario del reino y dándome todavía lecciones sobre cómo tiene que ir eso de la hoja de ruta independentista). Por mucho que no lo quieras como rey, que yo no lo quiero, a Juan Carlos I, hay que recibirlo con pompa y circunstancia, con toda la alegría del mundo y, desde Catalunya, incluso con cierta y malsana envidia.

Entre nuestros enemigos todavía quedan políticos sensatos y, por fortuna, muchos han tenido la decencia de no recriminar nada a un monarca a quien sólo tendrían que expresar gratitud, del que conocen perfectamente el tanto por ciento de la propinilla que se llevaba cuando cerraba un negocio que ellos habían sido incapaces de urdir, y que siempre ha tenido la vida que la mayoría de sus súbditos envidiaba. Siempre que veo a los españoles renegar de su monarca pienso: "mira, parecen catalanes". Pero en resumidas cuentas, la cosa tampoco es tan grave. Si se vuelven catalanes, quizás algún día podremos abandonar la revolución de las sonrisas y el junquerisme, ganarlos y largarnos de una vez.