La intuición que el universo está pendiente de todo lo que haces y el sentimiento según el cual la vida siempre puede empezarse de cero son dos de las características más entrañables de la adolescencia. Estas son también conductas inherentes al procesismo, un movimiento político que ha confundido muy a menudo la atención televisiva del planeta a raíz de una manifestación cada 11-S con tener influencia diplomática realmente efectiva a nivel global, y que sufre de una curiosa pulsión de eterna juventud que reniega con gran entusiasmo de la autocrítica y que lleva bastante mal eso de hacerse mayor. Que tras las nefastas consecuencias del procés (¡no para España, sino para el propio movimiento indepe!) la mayoría de sus líderes solamente puedan añadir “lo volveremos a hacer” a la colección de frases célebres sobre la hoja de ruta hacia la secesión demuestra que, lejos de entrar en la edad adulta, la tendencia púber persiste.

Porque si algo demuestran los casi dos lustros del procés que carreteamos con dificultad es que lo mismo, lo que sería exactamente lo mismo, no debería pasar nunca más. En otras palabras, no debería pasar nunca más que una clase política convoque un referéndum unilateral sin tener intención alguna de aplicar el mandato que surja de las urnas; no debería pasar nunca más que el Govern escude su letargia de iniciativas de gestión en la excusa de estar urdiendo unas estructuras de estado que han resultado ser puro humo; y no, no debería pasar nunca más que el independentismo político intente una secesión sin tener un control de sus propias fuerzas de seguridad. Todo ello, que se podría resumir en la idea de tomar el pelo a la gente honrada, no deberíamos permitir que suceda de nuevo. Ya sabemos que no funciona, y que solamente garantiza un espacio de libre represión para que el Estado aumente su poder en Catalunya y para con su clase política.

Porque si algo demuestran los casi dos lustros del procés que carreteamos con dificultad es que lo mismo, lo que sería exactamente lo mismo, no debería pasar nunca más

Enmendar los errores históricos de una corriente política no implica renegar de su espíritu fundacional, ni mucho menos tener poca empatía hacia todos a los que el Reino de España reprime de guisa injusta. Recordar que en la vida y en la política nunca, pero jamás de los jamases, partes de cero ni puedes volver a empezar las cosas como si nada hubiera sucedido no es una idea de tiquismiquis ni de alguien que tenga un interés especial para desilusionar a la población. El independentismo puede sentirse moralmente superior por todo cuando acto de dignidad se quiera, porque en eso de las victorias morales somos unos auténticos campeones del mundo, pero a estas alturas de la película nadie puede negar que repetir todo aquello que nos ha llevado a la presente situación solo se puede aspirar a una repetición desde la locura o el masoquismo. ¿Lo volveremos a hacer? ¿Qué, exactamente? ¿Las jugadas maestras de Mas? ¿Volveremos a declarar la independencia para luego disponernos a comer con los amigos en Girona?

En política, insisto, la tabula rasa es un cuento chino. Y crecer (una actividad que, dicho sea de paso, a este humilde escritor siempre le ha costado horrores) consiste precisamente en saber que nunca puedes volver a hacer lo mismo ni de la misma forma. No lo volvamos a hacer, por lo que más queráis, porque aparte de ser una temeridad, porque el enemigo conoce nuestros escasos trucos, si volvemos a hacerlo todavía podemos ir a peor. No vuelvas a hacerlo, querido lector, y por encima de todo no vuelvas a enfadarte cuando un artículo te recuerda que somos falibles. Todos, faltaría más.