Tengo 66 años recién cumplidos. Nací en Reus pero he vivido gran parte de mi vida en Riudoms, tierra fecunda en artistas y genios: ¡allí nació Gaudí! Ahora estoy retirado, prácticamente me paso el día en Twitter, aunque también asisto muy a menudo a reuniones de estudio sociolingüístico en el grupo Koiné y también en el Cercle Vallcorba, un conjunto de lingüistas preocupados por defender la lengua catalana más genuina y promover su uso en todos los ámbitos posibles. Antes fui profesor de lengua catalana en primaria durante diez años y 33 más en secundaria. Fui un profesor vocacional: quizás por este motivo todavía intento enseñar cosas a quien tenga interés por el catalán. La obsesión con la lengua la empecé de muy joven: en pleno franquismo ya estudiaba semiclandestinamente con Ramon Amigó en Reus. Mi primer título de catalán, de la JAEC (la Junta Asesora per als Estudis de Català) me lo firmó Joan Triadú. ¿Filólogos de cabecera? Fabra i Joan Solà. Para aprender catalán genuino lo mejor es zambullirse en la literatura antigua: el Tirant, el Curial y también la obra de Estefania de Requesens. En el perfil de Whatsapp tengo una fotografía muy bonita de la cumbre nevada del Pedraforca.

Si m’ho permeteu, sois toda una celebrity. ¡Perdón, una celebritat!

En efecto, ahora tengo cuarenta y cuatro mil nuevos alumnos y deseo de todo corazón que mis correcciones sean útiles a los usuarios de Twitter: así me lo notifican muchas personas que me envían mensajes de agradecimiento. Los comentarios negativos son de una clara minoría. Porque todo el mundo tiene interés en hacer las cosas bien, y si alguien comete un error en catalán pero nadie lo enmienda esta persona lo seguirá perpetrando siempre con una gran probabilidad.

La castellanización de la lengua es en parte bendecida por instituciones como el Institut d’Estudis Catalans y la mayoría de diccionarios

El catalán es víctima de la castellanización.

El fenómeno es muy evidente y los hablantes deberían ser mucho más conscientes del tema. Lo más grave del asunto es que esta castellanización de la lengua es en parte bendecida por instituciones como el Institut d’Estudis Catalans y la mayoría de diccionarios. Tampoco quiero hacerles responsables de toda la culpa: piense que, hasta hace muy poco tiempo, detectar las castellanizaciones era una labor muy complicada. Pero ahora, que gozamos de ediciones de la mayoría de textos catalanes antiguos de todo el territorio donde se habla nuestra lengua, tocando cuatro teclas puedes saber si una  palabra se utilizaba mucho antes o no. Si no es el caso, en general, nos encontramos ante un castellanismo. ¡Imaginad qué complicado debió ser para Fabra o Corominas detectar estas palabras! Ellos hicieron mucho trabajo y ya nos advirtieron de que no debíamos cesar nunca en el empeño para descastellanizar la lengua.

El purismo aleja a los nuevos hablantes del catalán.

Ya me lo dicen muy a menudo, es cierto, que soy muy estricto. Pero pensad un momento en dos ejemplos bien claros. Hace lustros, decidimos que, a pesar de ser palabras de uso muy habitual, nunca más diríamos busón o acera, sino que utilizaríamos bústia i vorera. Eso se dio porque, tras el franquismo, la gente había dado su vida para defender nuestra lengua y lo concebía como una asignatura fundamental. Ahora ya casi nadie utiliza los términos a los que me refería. Pues en el presente, en un momento de gran fragilidad del catalán, no nos costaría hacer lo mismo con los términos castellanizados que tienen un mejor equivalente en nuestra lengua. Por ejemplo, en ningún texto antiguo que podáis buscar encontraréis la expresión de moment. Todos dicen per ara, o ara per ara. Si lo podemos decir i escribir de forma genuina, ¡pues mucho mejor!

Para el catalán, perder una palabra o castellanizarla resulta como un puñetazo en las costillas

En otras lenguas, como el inglés o el propio español, existe contaminación de neologismos y nadie protesta tanto.

Mirad, cuando el franquismo acabó teníamos muchos académicos y políticos que afirmaban que con el catalán, uno debía actuar como si fuera una lengua normal del mundo. El problema era y es que esto no es posible. Porque tu no le puedes decir a la gente que actúe como si no pasara nada en casos en los que sufre racismo o violencia de género. Nosotros somos una lengua pequeña, una lengua subordinada. Por tanto, los hablantes no podemos actuar como los ingleses, porque ellos se pueden permitir que existan hablantes que digan castellanismos. Porque el inglés es una lengua lo suficientemente potente como para que esto le afecte como un simple rasguño. Para el catalán, perder una palabra o castellanizarla resulta un puñetazo en las costillas.

No somos una de las grandes lenguas del mundo, pero somos una gran lengua.

En esto tenéis toda la razón, y muy a menudo nos tiramos piedras en nuestro propio tejado. Si nos comparamos con el euskera, por ejemplo, certificamos como esta lengua tiene poquísimos ejemplos de literatura antigua. De hecho, la literatura catalana medieval, a principios del siglo XVI, ¡era muy superior a la castellana! En lo que toca al número de hablantes, de hecho, tenemos tantos o más que el neerlandés, el sueco, el finlandés, el noruego o incluso el griego moderno. Ahora bien, lo que no podemos hacer, a diferencia de estas lenguas, es situar una palabra en el diccionario simplemente porque la gente la utilice de forma habitual. No lo podemos hacer, porque –por ejemplo, siguiendo con el inglés– cuando un hablante incorpora una palabra forastera a su lengua lo hace en una proporcionalidad muy pequeña, de una entre millares. Nosotros vivimos en una situación subordinada en lo lingüístico con respecto al español, y en el caso de la Catalunya Nord, con el francés. ¡Imaginaos si acabásemos importando masivamente palabras extranjeras! El catalán acabaría disuelto en un mejunje inservible. Pensad que cuando uno habla de lenguas muertes acostumbra a referirse a dos dinámicas. La primera, muy cruel, es la desaparición natural de todos sus hablantes. Después está la substitución, como pasó con la gente que abandonó el irlandés para pasarse al inglés. Pero existe un tercer fenómeno, que es para mí el más interesante: la disolución. Eso, por ejemplo, le pasó al aragonés, que se disolvió en el castellano, lo cual empieza a pasar con el gallego. Tomad un ejemplo: si uno escucha hablar un gallego en su lengua lo entiende casi perfectamente, porque es un galaico-portugués castellanizado, mientras que cuando se escucha a un portugués o a un brasileño, que habla un galaico-portugués puro, le cuesta muchísimo más.

¿Podría pasar con el catalán?

En un periodo corto no, porque los procesos lingüísticos, como los geológicos, son muy lentos. Ni una persona de su edad ni yo mismo, por muchos años que vivamos, asistiremos a la muerte del catalán. Mirad, hace días veía una película catalana de los años treinta (es decir, de un tiempo desde el que no ha pasado ni un siglo) y me daba cuenta de que hoy ya nadie hablaría catalán de esa forma. Yo no quiero que a inicios del siglo XXII el catalán sea prácticamente un dialecto del castellano. Eso no pasará ni en 2030, ni en 2040, ni en 2050. Pero si proseguimos este proceso de castellanizar la lengua como ha pasado en otros casos de lenguas subordinadas podemos acabar cayendo en una dialectalización de nuestra lengua.

Se ha legislado a favor del castellano  y contra el catalán de una forma más que meridiana

El castellano es lengua de dominación en Catalunya.

El castellano no tendría la extensión ni la vitalidad que ahora tiene en Catalunya de no ser por el hecho de haber sido potenciado por la autoridad política durante décadas. Se ha legislado a favor del castellano  y contra el catalán de una forma más que meridiana. Esto no sólo ha pasado durante el periodo dictatorial: también en tiempos democráticos. No soy especialista en sociolingüística, porque no es mi campo de estudio, pero el castellano tiene más de medio centenar de leyes que protegen el etiquetaje en su lengua. En cambio, el catalán no tiene prácticamente ni una. El estado, incluso en democracia, potencia solamente la lengua el estado y el catalán acaba siendo una lengua subordinada incluso en su territorio endógeno.

El bilingüismo es uno de nuestros tesoros.

Una cosa es ser bilingüe y otra muy diferente es ser bilingüizado. Es la dicotomía entre un bilingüismo individual y una sociedad bilingüe: de hecho, una sociedad nunca es bilingüe por naturaleza, siempre está bilingüizada. Así en los Països Catalans, donde se ha impuesto una lengua que no es la del país. Existen personas que pueden dominar las dos lenguas. Ahora, yo personalmente no me considero bilingüe porque yo siempre pienso en catalán y toda mi vida deviene en catalán. Sin embargo, si tengo la necesidad de hablar en castellano o en francés puedo hacerlo. Pero estas dos no son mis lenguas de identificación, yo no soy una persona trilingüe.

La inmersión, mito o fracaso.

Se puede criticar tanto como se quiera la inmersión, pero sin este sistema educativo todavía estaríamos peor. La inmersión ha sido floja e insuficiente en zonas en las que la cantidad de estudiantes castellanoparlantes ha sido más importante. Ahora bien, todos conocemos institutos en que la lengua vehicular no es el catalán, como también conocemos muchos profesores que en las encuestas afirman hacer sus clases en catalán, por los motivos que sean, las hacen en castellano. También pasa muchas veces que cambian de lengua cuando sus alumnos se les dirigen en castellano.

Establecer una lengua oficial, en este caso el catalán, no debería caer precisamente en aquello que hacía el franquismo, es decir, desahuciar la otra lengua de uso en la mayoría de ámbitos

Catalunya independiente, única lengua oficial.

A mi modo de ver, debería ser así. Pero para avanzarme a posibles críticas, quiero decir que establecer una lengua oficial, en este caso el catalán, no debería caer precisamente en aquello que hacía el franquismo, es decir, desahuciar la otra lengua de uso en la mayoría de ámbitos. Si alguien quiere hablar español, faltaría más, lo puede hacer perfectamente. Cuando voy a Prada, en la Catalunya Nord, siempre hablo catalán cuando lo podría hacer en francés, y nadie me dice nada, a pesar de que el catalán allí no sea lengua oficial. Lo que debería hacerse, para todos los hablantes en castellano, sería establecer un periodo de transitoriedad y de cohabitación de derechos, de tal forma que, durante un tiempo lo suficientemente largo y aplicado a las personas que llegaron a Catalunya antes de la independencia, pudieran ser atendidas en español. Durante un periodo de veinte años, por ejemplo, las personas de más de una determinada edad tendrían derecho a ser atendidas en castellano en todo aquello relativo a los servicios públicos. Eso sí que seria oportuno: tener el catalán como lengua oficial pero que los castellanohablantes tuvieran el derecho adquirido de poder utilizar su lengua en los organismos públicos. Establecer moratorias de diez años, por ejemplo, también para que un vendedor pudiera aprender catalán no sería ningún problema. La trampa malvada sería hacer la independencia y, en el primer día de la proclamación, establecer como oficiales las dos lenguas sin ningún tipo de directriz. Porque ello continuaría la misma situación substitutiva in aeternum.

Yo no soy nadie para repartir carnets de catalanidad

¿Es catalán un ciudadano de Catalunya que no hable la lengua del país?

Si una persona quiere a Catalunya y a la cultura catalana pero, por los motivos que sean, es negado para las lenguas, yo no le negaría nunca la identidad catalana. Yo no soy nadie para repartir carnets de catalanidad. En referencia a un texto de Twitter que transcendió polémicamente, yo sólo recordé que existen algunos ciudadanos que justamente se niegan a sentirse catalanes, y esto se lo dicen a ellos mismos, ¡nunca lo he dicho yo! Si yo me fuera a vivir al Japón, por ejemplo, por mucho pasaporte japonés que pudiera llegar a tener, todavía me consideraría catalán. En definitiva, si alguien quiere considerarse español viviendo en Catalunya, faltaría más, tiene todo el derecho del mundo a hacerlo. Yo no lo relaciono con la lengua, sino al hecho de sentirse catalán.

El nivel de catalán en los medios.

La lengua se ha castellanizado y ha ganado mucha impureza. Hay programas de TV3 de los años ochenta que hoy mucha gente no entendería. Por tanto, debemos detectar todavía más las castellanización y que los medios hagan más caso a los que la denunciamos. Por ejemplo. El diccionario del IEC admite los términos blocar i bloquejar. Este término, que procede del inglés to block, es un anglicismo: pero la forma bloquejar es una palabra pasada por el castellano, copiada de bloquear. Esta adaptación no tiene pies ni cabeza, porque cuando se inventó el teléfono nadie decía telefonejar, sino telefonar. Incluso a Fabra se le escaparon formas verbales como pedalejar cuando yo, de joven en Riudoms, siempre había pedalat en bicicleta. ¡En TV3 y en Catalunya Ràdio, a pesar de que las dos formas están en el diccionario, siempre utilizan la forma castellanizada bloquejar! Pasa exactamente lo mismo con tuitejar, bombardejar, etcétera. ¡De hecho, en la televisión pública se utilizan una lista muy larga de castellanismos que ni el IEC acepta, como por ejemplo vivenda! ¿Por qué andan diciendo vivenda si uno puede decir habitatge? También pasa lo mismo con marxar que se utiliza como sinónimo de anar-se’n cuando esta acepción sólo la utiliza el castellano. Otro ejemplo, especialmente en los deportes: quiròfan, que es una palabra normativa que sólo se utiliza en castellano, a pesar de su origen griego. ¡En todas las otras lenguas del mundo, también en catalán, siempre hemos dicho sala d’operacions! Ahora los diccionarios se mueven únicamente en lo relativo al uso de una palabra: pero debemos entender que los diccionarios sirven básicamente para que tu puedas entender el significado de una palabra, no para hacerla buena de forma automática.

Eliminar los diacríticos es un embrollo

Que nos devuelvan los diacríticos.

¡Sólo faltaría! Eliminar los diacríticos es un embrollo. Si hubiéramos eliminado solamente tres o cuatro, porque resultaban de más, no habría pasado nada. Eso tendría sentido, por ejemplo, en los nombres compuestos, como por ejemplo rodamon o adeu, donde no pasaría absolutamente nada. Veo que vos lo mantenéis en Dedéu, que a mi personalmente me gusta, pero podríamos prescindir del acento como hacen la mayoría de Deulofeu. Pero esta supresión drástica que se ha hecho tiene una consecuencia negativa que se comenta pocas veces entre las es y las os abiertas o cerradas. Si se piensa en los nuevos hablantes, cuando leen una palabra sin diacrítico, no saben si deben hacerlas abiertas o cerradas. Si tu a nét no le pones acento cerrado pierdes esta posibilidad. Por el contexto lo puedes intuir, como en dona o dóna. Pero la gente que ha creado la norma no creo que haya dado clases a niños pequeños en catalán, porque si a un chaval le haces leer un párrafo con una de estas palabras en una frase tendrá muchas más dificultades para saber qué e o o debe hacer. El estudiante dirá la primera que le pase por la cabeza porque todavía no sabe el contexto de lo que está leyendo, y si realiza un error ya será demasiado tarde.