Ayer fue uno de los días más importantes y felices de mi vida. Por primera vez, y quién sabe si última, protagonicé una noticia de nuestro maravilloso suplemento En Blau. Firmaba el texto ―notablemente escrito, por cierto― el estimable e incisivo Darío Porras, haciéndose eco de mi reciente cambio de look y de la sorpresa que había generado entre los compañeros de la mejor tertulia radiofónica del país: la de los martes en Can Basté (no es cosa difícil; la competencia es más bien justita). En efecto, delante del asombro de mis queridos contertulios y accediendo a la petición del Ull de Poll Tian Riba (que no estaba presente en el estudio) colgué en redes una fotografía en la que se manifestaba que me he decolorado la pelambrera hasta dejarla blanquecina y también se veía como, desde verano, renegué de mi querido flequillo, primero rapándome al cero como un marine y después acortando la estopa.

Debido a nuestro insufrible aire de superioridad y a la moral puritana de la tribu, los catalanes siempre hemos tenido una actitud tremendamente cínica con la frivolidad. Nos creemos falsamente herederos del humor inglés, cuando en el fondo adoramos cotillear las revistas del corazón como cualquier mesetario y nuestra tradición periodística-filosófica tiene tanta inclinación a la sátira como la española o la italiana. No obstante, esta horripilante pose nuestra falsamente germana nos lleva a criticar productos de alto periodismo como nuestro brillantísimo En Blau, que no sólo, insisto, está razonablemente bien redactado, sino que representa un extraordinario precedente de prensa amarilla y mediática que tendría que tener cualquier país del mundo. Si Catalunya tiene que ser algún día un país homologable a los demás, también tiene que tener una relación sana con el chismorreo y el alma cotilla de cualquier ser humano.

Nos creemos falsamente herederos del humor inglés, cuando en el fondo adoramos cotillear las revistas del corazón como cualquier mesetario

He visto a muchísimos aprendices de intelectual, periodistas y mediáticos del país rajar públicamente de los titulares y de los textos de En Blau mientras, en petit comitè, compartían noticias de nuestro suplemento riéndose a carcajadas con sus espléndidos titulares o incluso vanagloriándose de salir habitualmente en él. Yo sé perfectamente que los cambios de estilo de mis espléndidos mechones son mucho menos trascendentes que la última bomba que ha caído en Mariúpol o que la huelga de transportes y el precio del gas. Pero también opino, y así lo hacen muchos compañeros con la boca pequeña, que las noticias y artículos de En Blau son tan o más trascendentes que la mayoría de tonterías que monopolizan la vida política catalana (en esto incluyo sin ningún problema mis propios y magníficos artículos de opinión). Si queréis pasarela y pegatinas, hay más en el Govern que no en las páginas de En Blau.

Hoy por hoy, y aunque nos pese, el nuestro es un país nauseabundo y decadente que sólo tiene un interés: el entretenimiento. A mí me resulta mucho más edificante leer un titular sobre el "guapo novio" de Laia Ferrer o el último despropósito de nuestro bufón institucional jefe Jair Domínguez que aguantar la turra diaria sobre cómo el Govern organiza unos Juegos con Aragón, qué opina el Consell per la República o cómo el vicepresident Puigneró va paseando por su particular Metaverse. Desde el momento en que yo mismo comparto mi imagen en las redes y en la televisión, me sé parte de un mundo de futilidad que me enamora. Es la mar de normal que En Blau se interese por la última mamonada que he disparado en Can Basté que no de mis conocimientos de la ópera mozartiana o el novecentismo orsiano. Habito en esta tribu, el país no da para mucho más, y me adapto absolutamente a todo ello con espíritu alegre.

De hecho, leyendo la noticia de Darío me jarté de la risa con los parecidos tuiteros que la conciudadanía había encontrado con mi mata, entre las cuales había referentes de mi juventud casi olvidados como Crispín Klander o Tony Genil. A su vez, la galería fotográfica que complementa la noticia me hizo pensar en que, a pesar de la senectud, todavía soy bastante follable y soy de los pocos representantes del pensamiento catalán que conserva un sentido dionisiaco de la masculinidad y de la belleza. A mi enfermizo narcisismo mental no le sumo el físico (nunca me he considerado un hombre bello, vaya), pero tenga como tenga la calabaza, mantengo una pretensión de postura intelectual tan risible como nobiliaria. Aparte de un espíritu mucho más ligero, Catalunya también necesita imágenes bellas y aprendices de filósofo con glamur; opino que, honestamente, todavía cumplo bastante bien los requisitos. Cuando me cambie de nuevo la mata, admirados compañeros, la exclusiva será vuestra.

Finalmente, dejo a disposición de nuestro querido director cambiar el título del artículo de los miércoles. Yo sugeriría el siguiente: "Bernat Dedéu defiende su rubio platino: la red arde, Twitter estalla". Vía En Blau, of course.