La duodécima legislatura catalana empezó anteayer en el Parlament con el discurso presidencial más realista que hoy por hoy puede permitirse un republicano (copyright, Marta Rovira). El Molt Honorable Torrent habló de coser Catalunya con el mismo lenguaje y cortesía que podría haber utilizado Ramon Espadaler en un encuentro de Unió entre empresarios panzudos y oficinistas de La Caixa. Primeras ironías de este nuevo tiempo, decíamos ayer: el político más joven (1979, buena cosecha) trazó el discurso más conciliador, mientras Ernest Maragall (1943, y todavía cobrando de todos nosotros) se disfrazaba de alternativo encendiendo las antorchas. Torrent tiene formas suaves y un temperamento casi monacal: lejos, muy lejos, quedarán los gallos de Carme Forcadell exigiendo urnas y poniéndolas en el Parlament para que se voten independencias simbólicas y/o políticas. De momento, Catalunya supura tranquilidad.

La primera dificultad del presidente Torrent será comandar la famosa investidura telemática del president 130, un procedimiento que la mayoría de republicanos (y un altísimo tanto por ciento de juntistas) saben a ciencia cierta que será rápidamente recurrido y castrado por el Constitucional. La cosa tiene cierta gracia: Junts per Catalunya tramó una campaña electoral con el único eje del retorno del president, un proceso de comeback que todo el mundo —intuyo que también sus votantes— tenía y tiene por imposible. La política catalana ha vivido una delegación de poder continua en pocas semanas. Primero, el PDeCAT ha delegado casi toda su escasa cuota de poder a la lista presidencial, una agrupación de independientes que muy pronto tendrá que pensar cómo sobrevive teniendo a su creador de forma permanente en Bruselas. A falta de viaje sorpresa del 130 en el Parlament, ahora ya hay que pensar en sucesores.

Junts per Catalunya tramó una campaña electoral con el único eje del retorno del presidente, un proceso de comeback que todo el mundo tenía y tiene por imposible

Con los diputados más pesados del PDeCAT bajo la amenaza de la judicatura española (y con los dos secretarios generales de la antigua Convergència fuera del Parlament) se impondrá muy pronto la vía Artadi. Lugarteniente del Molt Honorable en Bruselas, la economista barcelonesa se perfila como la opción más segura de cara a suceder a Puigdemont: aparte del activo —¡y la necesidad imperiosa!— que representaría poner entre paréntesis la persistente y tozuda condición masculina del cargo de máxima autoridad del país, Artadi llegó a la política apadrinada por Andreu Mas-Colell, lo cual siempre te hace simpático a empresarios y amantes de no marear mucho la perdiz. A su vez, investido un presidente joven en el Parlament (ya tiene gracia que muchos nos acerquemos a la cuarentena y nos traten todavía de post-adolescentes) decantar el poder hacia la generación de los setenta no me parece mala idea.

La vía Artadi podrá generar un consenso en Junts per Catalunya y Esquerra y, a buen seguro, podrá contar con la bendición de Carles Puigdemont, quien —como su ilustre antecesor, el fugitivo Artur Mas caso Palau— podrá proponer un candidato a imagen y semejanza suya a través de la ya conocida técnica digital. Pero Puigdemont también sabe que el poder crea una áurea instantánea, y que la población olvida rápidamente a los antiguos presidentes con una facilidad atlética. De hecho, podríamos llegar a vivir una situación bastante curiosa en la que Artadi acabe configurando una presidencia realista desde Palau mientras el 130 acaba siendo una carcoma que, incrustado en Bruselas, pida más intensidad unilateral a sus antiguos súbditos. Podéis pensar que tengo muchas esperanzas, pero la realidad tiende a repetirse, y ya sabemos cómo el mismo Puigdemont pasó de ser un alumno sumiso de Mas a tener agenda propia.

Aparte de la tensión que se vivirá entre los lugartenientes de la Generalitat y el president en el exilio, de cara a las municipales nos tocará vivir un nuevo pulso entre el universo de Junts per Catalunya y el PDeCAT. ¿Qué pasará, por ejemplo, si los juntistas deciden impulsar una candidatura propia en Barcelona, Girona, Lleida y Tarragona? ¿Visto que, como sabe incluso el Dalai Lama, Neus Munté no podrá ganar nunca a Ada Colau unas municipales en la capital del país, os imagináis una candidatura de juntistas por Barcelona auténticamente competitiva y comandada por alguien que tenga la curiosa intención de ganar Barcelona para el independentismo? Los juntistas tienen el candidato perfecto: un poco lejos, en el otro lado del Atlántico, pero lo tienen. Pero de todo eso ya hablaremos cuando toque. Ahora, de momento, toca realismo y pensar en Artadi como posible 131.