Resulta muy lógico que la mayoría de lectores, aturdidos por la siesta perpetua de la política autonómica catalana, hayan pasado por alto la noticia de la candidatura republicana de Alba Vergés a la alcaldía de Igualada. Entiendo que, para cualquier persona mínimamente sensata, pronunciar el nombre de Alba Vergés implique una especie de eructo doloroso surgido de una comida opípara, como si al emitir la palabra Alba seguida de la palabra Vergés, la memoria involuntaria nos obligara a recorrer el camino que va del presente al inicio de la pandemia, para así recordar a la peor consellera de la historia de Catalunya (incluyendo consellers y conselleris). Como la política catalana es un asunto de puro entretenimiento, la candidata lo anunció vía TwitterMusk, contándonos que volvía a su casa con la intención de agarrar la vara de alcaldesa: "Aportando mi experiencia de gobierno al servicio de la ciudad que quiero".

Que Vergés fundamente este paso en su ciencia gubernamental con tal de perpetrar su amenaza contra los igualadinos ―después de que mostrara una gran parte de su supina incapacidad política justamente en la gestión de la covid en su propia ciudad― pide dos ovarios del tamaño del planeta Júpiter (escribo "ovarios" porque hablar de tetas, en Esquerra, siempre levanta polvareda). Pero hay que ver como, con movimientos como estos, Oriol Junqueras afianza muy inteligentemente su neopujolismo. El Molt Honorable 126 siempre destinó los ineptos más destacables de Convergència a la política municipal, empezando por Barcelona: Pujol sabía que la mejor forma de castrar la ambición de los catalanes era enchufarles un alcalde mediocre, porque más allá de agrupaciones urbanas, las ciudades son el polo que marca el nivel de creatividad, nivel de riesgo y ambición de cualquier país.

En el ámbito autonómico y con los catalanes digiriendo todavía la derrota del procés, una política como Vergés siempre tendrá mucho más futuro que Puigneró en este tablero de ajedrez

Para mantener a Aragonès en la presidencia y los catalanes satisfechos con la autonomía (aunque Pedro Sánchez nos espíe), Junqueras tendrá que dinamitar el espíritu del 1-O, una resistencia que tuvo su fuerza precisamente en el municipalismo, desde la base de los ayuntamientos: y si se quiere anular políticamente la ciudadanía, no hay mejor cosa que situar a Alba Vergés en la trona más importante de donde sea. En Convergència han intentado contrarrestar la mediocridad republicana haciendo uso de políticos como el vicepresident Jordi Puigneró, la clase de gestor bien formado, limpio y aseado que podría haber tenido gracia durante el masismo, pero que las trolas del expresident han convertido en una antigualla. Por mucho que se disfrace de modernez, con la dosis justa de Metaverse y gafas de visión inmersiva, Puigneró no ha conseguido asomar la cabeza en el Govern por el simple hecho de que su tiempo se ha acabado.

Esta misma semana, Puigneró emulaba a Artur Mas en un viaje relámpago a Nueva York para propulsar el proyecto Aina en los Estados Unidos (las intenciones del cual son muy nobles: conseguir que la mayoría de trastos virtuales y tecnológicos entiendan el catalán). Tuvo mucha gracia ver como una idea muy válida, insisto, quedaba estropeada por un envoltorio político absolutamente desfasado: de hecho, daba mucha vergüenza ajena ver al pobre Puigneró promocionando su excursión a Times Square, haciéndose una provinciana foto delante de un letrero electrónico con un inglés francamente mejorable en la sintaxis ("It's time the Internet speaks Catalan") en un lugar de Manhattan donde los neoyorquinos con un mínimo sentido del gusto ya no metemos los pies ni para ir de putas. Todo daba mucha vergüenza ajena.

Dicho esto, en el ámbito autonómico y con los catalanes digiriendo todavía la derrota del procés, una política como Vergés siempre tendrá mucho más futuro que Puigneró en este tablero de ajedrez. Porque los tiempos mediocres quieren a gente muy escasa, y la apariencia de carácter business friendly encarnado por el vicepresident resulta una impostura muy difícil de digerir para un pueblo al que ya le va bien ser comandado por secretarias. Tenga éxito o no, Vergés marca la media del futuro. Y si Puigneró, por cierto, quiere saber cómo hacer hablar catalán a las máquinas, le sugiero que llame a Joan Laporta.