En casa hemos recibido una carta de Ada Colau y este solo hecho, en un tiempo en que el correo postal es una costumbre de boomers, nos ha llenado de entrañable y nostálgica ilusión. En la misiva, la hiperalcaldesa nos recuerda que este 2021 Barcelona "se convertirá en capital mundial de la alimentación sostenible" y nos exhorta a vivir ufanos esta efeméride y a "repensar nuestro modelo alimentario, responsable de un tercio de las emisiones globales de gases con efecto invernadero y de enfermedades como la obesidad infantil". Aparte de estar a favor de recibir postales de plaza Sant Jaume, en casa no queremos que se nos impute el deshielo de la Antártida ni el sobrepeso de los niños, y por eso hemos aplaudido que Ada nos pida "cuidar nuestra salud y la de nuestros seres queridos, poner fin al despilfarro de alimentos, poner en valor toda la cadena de producción y saber de dónde vienen los alimentos que comemos en casa".

Será que mi familia es un poco particular, pues eso de la alimentación sostenible aquí, justo en medio del Eixample, siempre lo hemos llamado "ir a mercado o, simplemente, "comer bien" y si les dijéramos a nuestras abuelas, en paz descansen Lola y Pilar, que la primera instancia de la ciudad nos pide "reivindicar la sabiduría de la cocina de nuestras abuelas", llorarían de la risa un buen rato. Como Ada y su Komintern de publicistas hijos del PSC deben pensar que somos un poquito subnormales, han incluido en el sobre de la carta cuatro bellísimas postales correspondientes a cada estación en las que se nos recuerda las hortalizas y frutas que se adecúan al tiempo. Por si sois igual de tontos que servidora, Colau os recuerda que ahora es tiempo de apio, remolacha y chirivía, si sois de hortalizas, y de kiwi, limón, mandarina, pera, manzana o naranja si el estómago os pide unas piezas de fruta.

Ven al mercado, Ada, y verás como tus conciudadanos son seres adultos y responsables que ya hacen bastante intentando que los paradistas más queridos no se mueran de hambre

Si fuéramos gente tan demagógica como la activista Ada Colau, preguntaríamos el coste de una campaña consistente en ensobrar un folio y cuatro postales a centenares de miles de barceloneses para decirles cómo comían sus abuelas, y si fuéramos uno de aquellos inspirados fundadores intelectuales de Barcelona en Comú, pondríamos esta cifra en relación a su equivalente a camas de hospital y becas comedor, dos de los grandes hits electorales de cada campaña municipal. Pero somos una gente mucho más simple, un tipo de ciudadano que ha aprendido a apreciar y escoger lo que jala en una escuela que se llama Fruites Manolita, consultando qué fruta toca cada mes con sus extraordinarios vendedores del mercado de la Concepció o con las adorables chicas de la pescadería Cut Fish, que tienen una merluza tierna como las ancas de santa Eulàlia que ayuda a quemar el sueldo de articulista con gran eficacia.

Nosotros, Ada, somos una gente tan curiosa que no necesitamos la intermediación de la alcaldesa para saber si ahora toca comer hinojo, boniato o haba. Ven al mercado, Ada, y verás como tus conciudadanos son seres adultos y responsables que ya hacen bastante intentando que los paradistas más queridos no se mueran de hambre. Y haznos un favor: si quieres enviarnos postales con consejos sobre nuestra dieta, nuestra vida sexual o aspectos como el cuidado capilar de los barceloneses.... reina, hazlo de tu bolsillo, que la mafia de las publicaciones y las cartas del Ayuntamiento ya hace demasiado que dura y es una cosa poco digna del sísepuede. Ven al mercado, Ada, y así verás cómo sus puestos a menudo se alejan del modelo alimentario de la Mediterránea porque han sido colonizados por insufribles chiringuitos turísticos. Ven al mercado, alcaldesa, pero sobre todo haz el puto favor de no gastarte nuestra pasta en más mandangas.